«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Es licenciado en periodismo; doctor en Economía Aplicada y BA (Hons) en la Universidad de Essex (Reino Unido). Dedicado durante décadas al periodismo económico y de investigación trabajó para El País, Le Monde, Diario 16, Cambio 16, Le Soir, Avui, Radio Nacional de España y El Noticiero Universal. Fue el primer director de Intereconomía Televisión y también director editorial de Grupo Intereconomía. Entre otros premios obtuvo la Antena de Oro de la Televisión por Más se perdió en Cuba.
Es licenciado en periodismo; doctor en Economía Aplicada y BA (Hons) en la Universidad de Essex (Reino Unido). Dedicado durante décadas al periodismo económico y de investigación trabajó para El País, Le Monde, Diario 16, Cambio 16, Le Soir, Avui, Radio Nacional de España y El Noticiero Universal. Fue el primer director de Intereconomía Televisión y también director editorial de Grupo Intereconomía. Entre otros premios obtuvo la Antena de Oro de la Televisión por Más se perdió en Cuba.

El fracaso de los docentes

9 de octubre de 2013

Al mismo tiempo que conocimos que para la OCDE los españoles son un fracaso en cuanto a instrucción pública, escucho a la Princesa de Asturias, en plan Lady Di, agasajar los oídos de la comunidad enseñante, elogiar sus ímprobos esfuerzos que no consiguen que comprendamos lo que leamos o que en términos matemáticos tengamos habilidades nulas. Es cierto que los cambios educativos titubeantes y faltos de objetivos han acarreado una escuela aparcamiento, pero eso sólo afecta a los jóvenes. Según la OCDE son los españoles adultos los que merecen ser desasnados. Por eso, se impone la franqueza: mirarnos cara a cara, y decirnos la verdad. ¿Es que la comunidad docente no va a tener responsabilidad en el fracaso de nuestra instrucción? Estaría bueno. Los antiguos maestros han dado paso a un cuerpo educativo de funcionarios enseñantes a los que no se les mide en términos profesionales y que han fracasado colectivamente.

Podemos recordar un problema en las oposiciones de maestros suplentes: “Unas gafas cuestan 185 euros más que su funda. Las gafas y la funda cuestan 235. ¿Cuánto cuestan las gafas?” Y la respuesta del aspirante a funcionario enseñante: “Las gafas cuestan 235 porque siempre se regala la funda”. Todo en lo que dirige a esa comunidad docente es cobarde, mediocre y nos conduce al fracaso, de las universidades (ni una entre las 200 primeras del mundo) a los párvulos.

Y no es que España sea cicatera en esta materia. Invertimos un riñón en enseñanza. El problema son los resultados. En ello influye la enorme sindicalización de los enseñantes, capaces de llevar al paroxismo a sistemas escolares, como el balear, al grito de: “Aquí se hace lo que nosotros queremos”. Todo por preceptos ideológicos. Tanto es así que se les teme y quien tiene el deber de hacer que funcione favorece la mediocridad por la paz en las aulas.

Estamos hartos de ver estadísticas que comparan nuestras vergüenzas con la excelencia de Finlandia. Sin embargo, nadie se pregunta: ¿tienen los maestros fineses los mismos días de vacaciones que los españoles? ¿Disfrutar de empleo eterno ha perjudicado la calidad de los enseñantes? ¿Se premia a los buenos enseñantes con mejores salarios? ¿Los padres pueden comparar resultados de los centros públicos? ¿Cuántos han sido expulsados por malos el último año? ¿Y en los últimos cinco?
El epicentro del problema son los enseñantes y su responsabilidad con la sociedad que les paga un sueldo, congelado, pero no malo. Ni empapelando las aulas con billetes, lograremos cambiar el pelaje, si no elevamos la exigencia. Las escuelas no pueden seguir siendo parkings de niños con un sistema donde el mérito es un desconocido. Micro mundos donde todo vale porque, ni el Estado, ni las familias, piden más que un simulacro de instrucción. Al final llega el contraste y el fracaso escolar colectivo.
Sobre las universidades, no pueden seguir siendo claustros endogámicos cerrados al mundo. Y si para mejorarlo hay que traer docentes de otros lugares, ¡hágase! Irlanda abrió sus centros universitarios a docentes no irlandeses y funcionó.

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