Algo menos de siete años han transcurrido desde que asistimos a uno de los más acalorados debates que se han producido en el Parlamento Europeo. Cara a cara, Marine Le Pen y el socialista y entonces vigesimocuarto presidente de la República de Francia, François Hollande.
En aquel cara a cara, ante un abarrotado hemiciclo de Bruselas, el socialista Hollande, asesorado por su ministro Macron, ejerció a la perfección como vicecanciller alemán pronunciando un discurso repleto de gruesas acusaciones y de amenazas contra todo aquel que no obedeciera los mandatos globalistas de Bruselas. “La France” y con ella su “grandeur”, quedaban convertidas en una mera provincia o región de la Unión Europea.
El aplauso al socialista fue ferviente, casi fanático. Una apabullante mayoría del hemiciclo de la hoy ya mermada UE a 28, escudaron a una Merkel sentada a la derecha de Hollande, y que por aquel entonces pretendía que los europeos acogieran de forma automática y con los brazos abiertos a 800.000 inmigrantes. Sin criterios, sin más.
Una nueva tentativa, absurdamente aplaudida, de dominación alemana de Europa, que puso de manifiesto la sordera social del consenso socialdemócrata
El jefe de filas de los Populares Europeos, el alemán Manfred Weber celebró el momento, y el que hasta un año antes había liderado el grupo de los socialistas europeos y ejercía de presidente del Parlamento, el también alemán Martin Schulz, aprobaba con entusiasmo la pretendida gesta alemana.
Ejercía así Alemania, como en otras ocasiones históricas, un inexistente derecho a disponer de otros pueblos. Una nueva tentativa, absurda y absurdamente aplaudida, de dominación alemana de Europa.
La escena no presagiaba nada bueno, todo lo contrario. Mostraba unas instituciones y una burocracia de la UE aquejadas de una profunda sordera social, inmunes al clamor popular y ajenas al juego democrático.
Esta es la verdadera elección para las próximas citas electorales: globalismo o patria
El desprecio con el que la Unión Europea ha pisoteado la voluntad de los pueblos que la integran, atribuyéndose poderes exorbitantes y sobre todo inconstitucionales y anticonstitucionales, ha dibujado una UE en la que Europa ya no es un sueño para sus ciudadanos sino un motivo de preocupación.
Así las cosas, las próximas citas electorales en países europeos, como en Francia con la segunda vuelta de hoy, son determinantes. Lo que está en juego no son los próximos cuatro o cinco años. Lo que en realidad está en juego, lo que se compromete, es el futuro de Europa y el de las naciones que la integran, su pérdida de identidad.
Ante los ciudadanos, dos opciones:
Por un lado, la globalista. La de aquellos que dirigen su acción política al cumplimiento de la Agenda 2030, al margen de los ciudadanos. Los mismos que han roto la cohesión social europea abandonando el principio de preferencia comunitario —verdadera vocación del mercado único europeo— en pro de productos producidos en países terceros en condiciones laborales y exigencias de calidad inexistentes. El proyecto de esos que, sin haber realizado la más mínima consulta a los ciudadanos de Europa, han convertido el mercado único en un mercado global mutilando las capacidades de supervivencia y la prosperidad de sus pueblos. Los de la dependencia energética. Los mismos para los que las fronteras no sirven para nada. Los que gravan el arraigo y exoneran la especulación.
En definitiva, los partidarios de una UE como Estado unitario centralizado bajo la dominación alemana y la burocracia autocrática, destructora de las naciones que la crearon y de sus ciudadanos. Una UE —ríanse— para la que solo la deuda sigue siendo soberana.
Macron, bajo unas nuevas siglas de un partido que él mismo califica de “transversal”, es el comisionado de un elenco de políticos que se afanan en la Agenda 2030
En el otro lado, los que tienen sed de nación. Los que conciben la nación como alimento de Europa. Los fieles al proyecto fundacional europeo que concebía la UE como una unión de naciones soberanas con cabeza, corazón, identidades, culturas y religión propias. Una Europa que defienda a sus hijos, a sus familias, a sus agricultores, a sus trabajadores, a sus empresas, sus fronteras, su economía, su seguridad, en suma, que defienda a sus ciudadanos ya sean franceses, españoles, portugueses, italianos, suecos, estonios…
Para la segunda vuelta de Francia, dos proyectos:
El del movimiento Agrupación Nacional cuya candidata, la francesa Marine Le Pen, se presenta con la legítima y encomiable expectativa de devolver a sus hermanos franceses “la grandeur et l´héroïsme de la France” y con ello su sitio en Europa. Y frente a este, el de Macron; dispuesto a seguir marginando a su pueblo a favor de las instituciones de la UE, autoridades no elegidas y por lo tanto ilegítimas que operan ignorando el principio de separación de poderes. Macron, bajo unas nuevas siglas de un partido que él mismo califica de “transversal”, es el comisionado de un elenco de políticos que se afanan en la Agenda 2030 apartándose de la realidad social y económica de la nación que dicen representar y que les vio nacer, y que han convertido —por falta de utilidad para sus ciudadanos— el sueño de Europa en improductivo y a Francia en una provincia alemana.