«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid
Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

Francia frente a su destino

30 de marzo de 2022

En apenas doce días tendrá lugar la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas. 

Hay varios candidatos, aunque sólo dos mundos estén en pugna. 

De un lado, los globalistas con Macron a la cabeza y progresistas con Jean-Luc Mélenchon, el amigo de Chávez y del Foro de Sao Paulo. Junto a ellos, todo una tonalidad variopinta de diversos movimientos de izquierda y del centro-derecha cobarde. Habitados por el poderoso espíritu de la imagen, de la destrucción y de la nada. Ungidos por los poderes seculares y ocultos de la finanza internacional, alquimistas que han fundido sus patrias en la búsqueda del mercado global y de la rentabilidad. 

A favor de la inmigración masiva, sinónimo de mano de obra barata. De una seguridad mínima: existen más de 700 barrios abandonados a su suerte en Francia donde no se aplica la ley del Estado, no entran ni la policía, ni los bomberos, ni las ambulancias. Barrios donde rige la ley del más fuerte, o sea la del caíd local. 

No tienen clase, ni tienen estilo. Son todos ellos ególatras, manipuladores y mediocres. En el fondo, nada los diferencia

Ni Macron, ni Mélenchon, ni los otros de su calaña se ensucian las manos. En la cadena de producción globalista, son apenas unos mediocres distribuidores de lo que compran al por mayor y que nos venden, en medio de una espesa cortina de humo, haciéndonos pagar el precio más caro. Compran en bloque el paquete de la Agenda 2030, del wokismo y de la cancel culture. No tienen clase, ni tienen estilo. Son todos ellos ególatras, manipuladores y mediocres. En el fondo, nada los diferencia. Apenas varía la forma del moño y el color del papel regalo del paquete envenenado que nos tienen preparado. 

Se alistan también en el mismo bando, aquellos que pregonan fuerte ser de derecha, cuando su única preocupación es la de conservar sus cargos y privilegios. Son guardianes de museos. Quieren administrar la herencia de Francia, como un conservador de museo administra sus exposiciones. No les importa que la historia de Francia, carnalmente ligada a la historia de la cristiandad europea, se acabe y se muera, mientras puedan seguir exhibiendo, para las huestes de turistas chinos, naturalezas muertas. Sin vida. Sin sangre, sin corazón y sin latidos. Se enorgullecen de reconstruir Notre-Dame, pero no querrán que haya en ella ritos y liturgias católicas. Se interesan sólo por la arquitectura, los vitrales y las piedras negándole a Notre-Dame toda transcendencia. Prefieren la memoria fija y fría de las lápidas de los cementerios al calor de la alegría, de la amistad y del buen vino. 

Frente a Macron, Melenchon y otros de su calaña, está el país real, la aldea gala de Astérix, la Francia que se levanta temprano, el país abandonado

Enfrente de ellos, ¿quién está? 

El país real. La aldea gala de Astérix que sigue, con el mal genio y carácter de sus habitantes, resistiendo a todos los invasores. El país que se levanta temprano para sembrar sus campos u ordeñar sus vacas. El país abandonado por una clase política que sólo lo recuerda en épocas electorales. Los habitantes de zonas rurales inhóspitas que han visto cerrarse sus hospitales, sus escuelas y sus comercios. Los que han comprobado en carne propia cuanto les ha quitado el Estado para dárselo a extranjeros que llegan en son de guerra. Los que querían que sus hijos aprendan a leer y a escribir en vez de que reciban adoctrinamiento por militantes LGBT. Los que malviven, -convivir no se puede-, hacinados en suburbios con extranjeros que les imponen sus ritos, sus costumbres, la religión del profeta y sus vejaciones. Los cautivos del multiculturalismo angelical pintado por Bruselas que viven el infierno de una sociedad multi-conflictual. Los chalecos amarillos que terminan el mes en descubierto y los no-vacunados a quienes Macron prometió fastidiar hasta el final. 

Durante toda la campaña electoral, Marine Le Pen y Eric Zemmour, catalogados por ABC como la extrema-derecha y la extrema-derecha-ultra respectivamente, intentaron hablarle a ese país. Marine Le Pen puede ser una sorpresa, aunque su capital político se encuentre desgastado por el resonante fracaso de su debate televisivo del 2017 contra Macron. Eric Zemmour, escritor y periodista, asombró a todos logrando crear, de la nada o aprovechándose del vacío dejado por los demás, un partido político que hoy reúne a más de 120.000 adherentes. Logró reunir a figuras francesas muy queridas por el público como Philippe de Villiers o Marion Maréchal. Las encuestas lo dan por perdido aunque haya reunido en Paris, el domingo pasado, a 100.000 personas en la plaza del Trocadéro, lo que ningún otro candidato es capaz de realizar. 

Fiódor Dostoyevski decía de los franceses que «bajo la apariencia de ser corteses y atentos, lo único que realmente les interesa es el dinero». De estar acertado, Macron debería ser reelecto sin dificultades. Pero, si Dostoyevski se equivoca, todo puede pasar.  

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