Ha publicado la editorial Homo Legens, con excelente criterio, un nuevo libro sobre Manuel García Morente que destapa no solamente rasgos poco conocidos de su vida particular y de su personalidad cautivadora, sino también de las circunstancias que rodearon su conversión, una de las más impactantes y sobrenaturales de cuantas han acaecido en la Historia.
Podemos decir, y creo no exagerar, que García Morente fue rescatado por Cristo de las llamas del infierno a las que estaba poco menos que condenado por haber florecido intelectualmente, y desarrollado la mayoría de su carrera filosófica, entre masones, socialistas y krausistas. Rescatado casi a ultima hora por ser el más destacado de todos los discípulos y amigos de Ortega y Gasset, y quizá por ello el que más daño podía hacer a la verdad revelada.
García Morente purgó en este mundo su voluntario alejamiento de Dios con el terrible sufrimiento que le produjo tener que estar separado de sus hijas tras su exilio en París. Después de enviudar, sus hijas eran para él la razón de vivir. Avisado de que los pistoleros del Frente Popular querían acabar con su vida por no defender la bacanal de violencia y odio en que devino la II República, marchó precipitadamente a la capital francesa donde sobrevivió gracias a la generosidad de algunos amigos. Y fue precisamente allí, en medio de la penuria y la soledad, donde sobrevino el hecho extraordinario.
El llamado «Hecho extraordinario» consistió en una experiencia sobrenatural en la que Morente sintió «sin lugar a la menor duda» la presencia de Cristo resucitado a poca distancia de él. Sobrecoge comprobar, en la cuidada edición de «García Morente. Secretos y misterios», cómo todas sus certezas racionalistas, que ya se habían resquebrajado tras el terrible asesinato de su yerno Ernesto a manos de socialistas, dejaron paso de manera definitiva a una nueva filosofía abierta a la Providencia. Una filosofía de raíz tomista que le convirtió en un hombre nuevo y en un nuevo profesor.
En esta obra, escrita por J.M. Montiu de Nuix y prologada por Carmen Bonelli García Morente (nieta del filósofo), asistimos a una realidad histórica muchas veces ocultada y que resulta crucial para poder entender parte de los siglos XIX y XX en España: la pertenencia a la masonería de casi todos los presidentes de la República y de sus consejos de ministros, presidentes de las Cortes, autoridades universitarias, altos cargos de los partidos, Institución Libre de Enseñanza, etc. Durante prácticamente un siglo y medio, los masones lograron infectar todas las estructuras de poder y de influencia en España, relegando a la Iglesia Católica no sólo a un segundo plano, sino a la persecución y al martirio de sus representantes.
El caso de García Morente, que vivió la mayor parte de su vida intelectual y académica rodeado (y por tanto, influenciado) por ese rechazo furibundo y sin ambages del catolicismo, es un caso excepcional, y no sólo por su asombrosa y rápida conversión, sino también y sobre todo por su inteligencia y humanidad. Por cómo puso siempre al hombre, a la persona, por delante de unas ideas en las que inicialmente pudo creer. Por cómo, seguramente sin saberlo, ya tenía a Dios en su corazón antes de que Éste se manifestase solamente unos pocos años antes de su muerte.
En este tiempo sombrío y sin referentes que nos ha tocado vivir, sin apenas luz en la filosofía (más que para los últimos seguidores del pesado de Sartre y de su señora), con una Iglesia que se asoma a un periodo crucial que se verá marcado por el próximo (inminente) cónclave, es bueno volver continuamente a la obra del gran García Morente. Una obra poderosamente española porque reivindica la grandeza de España y de la Hispanidad. Intelectualmente sólida porque su primera filosofía bebe de las fuentes de Kant y de su maestro, Ortega, pero confluye con Ramiro de Maeztu. Teológicamente irrefutable porque el sello de su autenticidad se fraguó en un cuarto miserable de París, a la luz de unas velas, a sólo un par de metros de Dios resucitado.