«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Gareth Bale, High Fidelity

4 de abril de 2016

“Hoy no hay puntos, hoy hay prestigio”, decía Joan Gaspart antes del Barcelona-Real Madrid. Gaspart es ese azulgrana al que algún madridista, si no fuera porque cuentan hasta diez, estaría encantado de saltarle los molares. El expresidente barcelonista, que aún no se ha repuesto de que una tarde saludó a Figo como azulgrana y al día siguiente se lo encontró de blanco, no era el arrogante de otros ‘Clásicos’, ese “nos jugamos el prestigio” barruntaba que ahí se estaba cociendo algo,  fue un canto a la franqueza, un hablar desde la realidad ¡qué diantre!, que tonto no es. En los prolegómenos, la grada estaba animadísima con Jude Law y Javier Cámara,  amigos desde que grabaron para Paolo Sorrentino  The Young Pope, haciendo pandilla como en un anuncio de cerveza. De Cámara conocemos su madridismo y Jude, tras lo que allí contempló, supongo que, si no lo era, ¡lo es!  Un tipo que luce bermudas rosas en El talento de Mr. Ripley, ha retozado con Sadie Frost y Sienna Miller, es el causante de uno de los enfrentamientos amorosos  más encendidos entre Kate Moss y la propia Miller y logra salir, elegantemente, ileso de todo, merece ser del Real Madrid. La semana discurrió entre “el Clásico más descafeinado”.

Yo, que odio el descafeinado y soy de ‘solos’ sin azúcar tuve la feliz idea de ir a ver el partido a un bar. Nunca mais. No diré el nombre que luego vienen los susodichos a darme mi merecido. Es ese ambientazo en el que tu acompañante (un adosado) agita tanto el pie que tu mesa no para de vibrar, en la barra cinco paisanos se meten entre pecho y espalda unos solisombra y cuando pides otro café notas que el camarero ya está en otro sitio, en la tele, que no te está haciendo ni p… caso. Me conformé con aquello de Vázquez Montalbán: “Los partidos entre el Real Madrid y el Barça llegan apoteósicamente como el anticiclón de las Azores y las depresiones psicológicas; luego se transforma en una emocionante batalla”. Keylor hacía su rezo número 83643738373630,  abría los brazos mirando al cielo y yo temía que se le echara encima la tribu con valors que me rodeaba con viseras hacia atrás como escapados de una clase de Michelle Pfeiffer en Mentes Peligrosas. El speaker nombraba a Bale como Belén Esteban su “¡vale!” más castizo y el comentarista de ONO lo llamaba Christian Bale. Si alguien no sabía pronunciar su nombre, a partir del sábado no querrán tenerlo ni cerca. Tremebundo Bale. Espectacular. Que se lo digan a Jordi Alba. Gareth ya avisó, “yo creo que todo es posible, si ganamos el sábado al Barcelona claro que la Liga es posible”. Esas zancadas por la banda llevarán a muchas noches de gloria a los madridistas. Es el que ataca y defiende. Y del que espero nadie dude ya que personifica el espíritu madridista y es buque insignia para las próximas temporadas. Sobre todo porque casi me he partido la cara entre copas de Riberas del Duero defendiendo al galés entre el piperío.  El partido discurría a 33 r.p.m. Agónico. El chicle de Zidane en su boca daba más vueltas por microsegundo que el balón rodando del pie de Pepe a Kroos. Suave que me estás matando. Daban ganas de aprovechar cuando pasara una moto, tirarle encima a Cristiano y plantarlo a lo Rossi en la portería. Circulen. Como en todo clásico, Ramos fue acelerando las taquicardias. Contemplar como el de Camas es perdonado, continuamente,  por un árbitro es entrar en esa respiración entrecortada de cuando te estás limpiando una herida. Piqué abre el marcador y mi adosado cree que todo el monte es orégano y me quiere plantar un beso de tornillo a lo Leonidas Breznev. Mira, no. Este partido nos ha enseñado que se puede creer aunque sea lo más disparatado, porque creer en lo coherente  no tiene mérito. Si el soñador deja de soñar al sujeto soñado, éste dejaría de existir, que señalaba Borges; ser ciego dentro de un sueño es sólo una licencia poética. Yo creo en ese sueño y Miami no me lo confirmó, fue Benzema. En el empate otro lugareño se llevaba la mano al corazón y me contaba su historial de tensión descompensada, ¡y el tipo se ‘enchufa’ un Barcelona-Real Madrid! Un José Tomás del balompié, arrimando la femoral.  El Barcelona, ahí, c’est fini. Sin Messi, que escupía y se evaporaba como en los viejos tiempos. Para entonces, Marcelo, Kroos y Benzema hacían ¡boom! La guinda, Cristiano y, de nuevo, Bale. De corbata los tenían todos los presidentes del F.C. Barcelona ¡todos! sentados en el palco. Los imaginaba, mientras contemplaban el baño madridista, pensando, “esto está siendo duro de cojones”, que soltó Julián Muñoz. Tanta acumulación de belleza y placer habría acabado hasta con Stendhal.

 Y Ramos. Creo que Ramos está a una roja de ser el más expulsado de la Liga. Pregunto: ¿No hay una cláusula en la letra pequeña de su última renovación que nos permita dejarle ir a otro equipo? Cada día más patético, a destiempo y perdido, irremediablemente fue expulsado. Creo que Pilar Rubio no le recibió con la sensualidad que destilaba en esa maravillosa fotografía que le hizo el murciano Pablo Almansa. Nos quedamos con lo positivo: un Zidane cada vez más genuino y justificado en el banquillo. Que nos hemos convencido de que somos un equipazo y que no nos sonaba la letra pero si la musiquilla y el sábado la tatareamos con brío y arrestos. Y que estamos a dos pasos de la Undécima  -solventando lo de Wolfsburgo-  y que únicamente dos embestidas, dos,  llenas de sudor y pasión nos llevarán a alcanzar la gloria. “Sólo quiero / un par de pequeñas puñaladas / que me recuerden /  que aún estoy viva”, que cantaba Christina Rosenvinge.

.
Fondo newsletter