Dicen que la generación actual de adolescentes y jóvenes es la mejor preparada de nuestra historia. Los que asĆ se expresan suelen referirse a la informĆ”tica y los conocimientos con que nuestros niƱos y jóvenes dan lecciones a padres y abuelos en todo lo que tenga que ver con pantallas, sean de televisión, de juegos de consola, de ordenadores, de telĆ©fonos āinteligentesā o de tabletas con las que se mantiene contacto con todo el mundo. Son los que han venido en ser llamados ānativos digitalesā.A mĆ, sin embargo, no me parece que esta familiaridad con las nuevas tecnologĆas de las comunicaciones sea sinónimo de lo que hasta ahora venĆamos entendiendo por preparación, en el sentido de disposición para la vida, de formación de la persona o de comprensión del hombre y del mundo.Las habilidades con estos instrumentos son, por su propia naturaleza, instrumentales, pero hoy me da la impresión de que se han convertido, en muy buena medida, en fines en sĆ mismas. Desde este punto de vista, esta generación de jóvenes no puede decirse que estĆ© mejor preparada que las anteriores; mĆ”s bien al contrario: percibo en ella una desorientación mayor, un desconocimiento mayor de dónde venimos, de quĆ© hacemos en el mundo o de cuĆ”l es el sentido de la vida.Hoy es patente una falta generalizada de eso que llamĆ”bamos cultura general. Las estadĆsticas indican ufanamente que la proporción de universitarios es mayor que nunca antes; pero el valor de esta estadĆstica dependerĆ” de la calidad de la educación superior. Y hoy se echa en falta la existencia de verdaderos maestros universitarios; es muy difĆcil, si es que tal fenómeno se da en algĆŗn sitio, ver a estudiantes de varias facultades llenar una gran aula en la que uno de esos grandes maestros desarrolla un ciclo de lecciones magistrales sobre historia, literatura o filosofĆa.Las escuelas de pensamiento son hoy camarillas de parientes o de correligionarios ideológicos, que funcionan como compartimentos estancos y renuncian al debate intelectual para sustituirlo por la yuxtaposición de soliloquios. Casi podrĆamos decir que hoy se entiende por Universidad cualquier cosa que almacene estudiantes entre los diecinueve y los treinta aƱos.Esta generación estĆ” huĆ©rfana de curiosidad intelectual porque, entre otras cosas, no ha adquirido las bases imprescindibles de una enseƱanza media de calidad que la preparase para aventuras de mayores vuelos. Y cualquier intento de dotar a los adolescentes de estas herramientas necesarias para una buena formación digna de este nombre queda neutralizado por las querellas ideológicas sectarias irreconciliables. No: esta generación tendrĆ” mucha información, pero desconoce cómo organizĆ”rsela en la cabeza y encontrarle su sentido.
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