«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

¡Gibraltar, español!

22 de julio de 2024

La pasada Eurocopa ha servido para corroborar que el fútbol profesional y, en gran medida, el aficionado, es la política por otros medios. Desde las filas izquierdistas, singularmente las lideradas por Irene Montero, ya instalada en la apoteosis europeísta de Bruselas, se ha subrayado, hasta la náusea, la condición racializada de Nicolás Williams y de Lamine Yamal, jugadores que se ganan el chusco en dos clubes alineados con los dos secesionismos más destacados que España financia.

La obsesión por la melanina exhibida desde las filas podemitas muestra, no sólo su sumisión al wokismo imperialista yanqui, sino un evidente racismo. Donde los aficionados veíamos a dos rápidos delanteros que rompían la cintura de los defensas rivales, la Montero y sus correligionarios columbraban una soterrada y milenaria lucha contra la opresión del hombre blanco. Una batalla ganada, además, por chicos descendientes de la emigración. Williams y Yamal se convertían, de este modo, en coartada para justificar la inmigración ilegal, por la que beben los vientos unos y llenan sus bolsillos otros.

Sin embargo, la cosa se comenzó a torcer cuando Carvajal decidió practicarle una suerte de mataleón a un delantero, también racializado, es decir, no blanco, de Alemania. Las redes no tardaron en difundir multitud de imágenes en las que el lateral del Real Madrid encarnaba valores incluso imperiales. Se llegó así a la final y a las celebraciones posteriores. Sobre el césped, algunos se enfundaron la bandera nacional, otros, en coherencia al aldeanismo español, lo hicieron en la de su terruño.

Al cabo, tras la victoria hay que volver a casa o a la urbanización, y siempre es incómodo escuchar la berrea identitaria, es decir, antiespañola. Ya en Madrid, los internacionales, magníficamente hidratados, distaron mucho de convertirse en luchadores contra el cambio climático o en defensores de cuotas de género y diversidades sexuales varias. El cénit de la celebración llegó cuando algunos de ellos reclamaron la españolidad de Gibraltar, algo intolerable para el periodismo orgánico.

El triunfo, que pudiera haberse instrumentalizado a favor de los postulados del Gobierno y de sus socios —Rufián no tardó en señalar que Williams y Yamal son vasco y catalán, respectivamente—, se había convertido en un acontecimiento fachosférico. Carvajal remató la faena en la sede del fundraising, mostrando su desdén hacia el socio de golpistas y filoetarras. No fue el único, pero sí el blanco de todos los ataques, investigación de un medio progubernamental incluida.

De lo ocurrido tras la final, destaca la recuperación del «¡Gibraltar, español!», tan molesto para el gobierno de las singularidades, es decir, de los privilegios a la deslealtad, y del europeísmo más ciego y entreguista. El malestar por esta muestra de patriotismo persiste hasta el punto de que, una semana más tarde, algunos de los propagandistas más exquisitos, confiesan su vergüenza, ajena, por supuesto, por lo ocurrido sobre el escenario de Cibeles y son partidarios de que la UEFA sancione a quienes corearon ese lema.

Los que ahora se escandalizan por la recuperación de tan legítima reivindicación, pues Gibraltar, por atenernos a la terminología de la Guerra Fría, figura en el listado de las Naciones Unidas como un territorio no autónomo pendiente de descolonización, nada dijeron cuando su patrocinador entregó el Sáhara a Marruecos. Tampoco se tiene noticia del descolonizador por antonomasia, el ministro para la leyenda negra, Ernest Urtasun, entretenido en desmantelar nuestros museos que, aunque en 2019 afirmó que Gibraltar debería ser considerado un paraíso fiscal, se ha cuidado de reivindicar la soberanía española del Peñón.

Fondo newsletter