En 1989 se hizo famosa una frase: “Cayó el muro de Berlin, un muerto: Francois Mitterand”. Aunque segundas partes nunca fueron buenas, ahora podríamos decir: “se aprobó el Brexit, un muerto: el Tratado de libre comercio entre EE:UU y la UE (TTIP). Días antes del Brexit, el presidente Obama y la canciller Merkel se reunieron en Alemania para afirmar su compromiso para finalizar el TTIP antes del fin de este año, final también de la presidencia de Obama.
Hace pocos días, sin embargo, el vicecanciller alemán Sigmar Gabriel ha afirmado rotundamnete que el TTIP estaba muerto, en pocos días el Gobierno francés, nunca muy partidario del libre comercio, ratificó la defunción de lo que hasta ahora se había considerado, no sólo el mayor acuerdo comercial bilateral por el tamaño de las economías que lo firmaban, sino el prototipo del tratado del siglo XXI, más centrado en la armonización de reglas y en la inversión que en la reducción de tarifas, ya muy bajas después de 60 años de Tratados desde la Ronda Uruguay de los 1960.
Alemania y Francia tienen elecciones generales en 2017. Gabriel es el segundo, vicecanciller, de un Gobierno de gran coalición, pero es también el líder del Partido Socialista y candidato a canciller contra Merkel y claramente busca una diferenciación con ella después de ocho años de cogobernar con Merkel como canciller. Francia tiene también elecciones presidenciales y a la Asamblea en 2017 y el Partido Socialista va en la cola de los sondeos. La izquierda europea parece pensar que oponerse a la globalización le va a dar una bandera atractiva. Pero es lo que ha hecho por veinte años con escasos resultados. Aunque algo parece estar cambiando.
En el otro lado del Atlántico los dos candidatos principales a la Presidencia, Clinton y Trump, suenan poco partidarios del TTIP. El Partido Republicano ha abandonado su tradicional posición favorable al libre comercio y se ha unido a la sempiterna posición demócrata influenciada por los sindicatos norteamericanos. El propio presidente Obama no ha conseguido hasta ahora hacer aprobar por el Congreso el equivalente para el Pacífico (TPP), lo que no da mucha confianza sobre conseguir pasar dos tratados de libre comercio, uno con Asia y otro con Europa, en cuatro meses. La propia Comisión Europea responsable, por encima de los Gobiernos, de este tipo de acuerdos ha permitido que el tratado de libre comercio con Canadá (CETA) sea ratificado por los 27/28 Parlamentos de los países miembros de la UE, lo que pone su aprobación en gran peligro.
El comercio mundial lleva varios años a la baja y continúa cayendo, como ha recordado el FMI a los países del G20 para su reunión en Hangzhou, China, de este fin de semana. Muchos piensan que el proteccionismo como reacción a la crisis financiera del 2008 algo tiene que ver con esta desaceleración del comercio mundial. Sin embargo, la creencia generalizada es que al mundo en su conjunto le sobra ahorro y le falta inversión. La argumentación hortodoxa sería pues avanzar en la liberación de mercados y reglas de inversión.
Pero hasta economistas liberales y proglobalización como Larry Summers (ex secretario del Tesoro) y Martin Wolf apuestan por más apoderamiento de la gente como necesario para avanzar en los mercados globales. Una vez más las ideas son las que mueven la cosas. Hoy en el mundo desarrollado, desde luego en EE.UU y en la UE, se ha asentado que el sistema económico es básicamente tramposo a favor de una minoría. Riqueza y renta parecen estancadas para la mayoría, pese a niveles de bienestar muy superiores a hace una generación. La creencia que el futuro será peor que el pasado preocupa a padres y a hijos.
¿Por qué los tratados de libre comercio asustan a una población que al mismo tiempo pide desarrollo en los países emergentes? Algunos apuntan, como Wolf, a que la globalización ha traído consigo las grandes migraciones, que ocupan la cabecera de los problemas de muchos países desarrollados.
Guste o no, es lo que parece que hay. La UE se juega mucho en esto, la participacion del comercio mundial es mucho más importante en su crecimiento que en el de EE:UU. Además, si Obama consigue hacer aprobar el Tratado con los países del Pacifico, la temida irrelevancia de Europa volverá a ser una realidad. Un camino intermedio, siempre tan socorrido, puede ser no firmar el TTIP pero sí unas bases a desarrollar con el siguiente presidente norteamericano. Da miedo pensar en que el vínculo Atlántico base de la democracia desde la Segunda Guerra Mundial, no sea ya capaz de avanzar.