«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es
Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es

Goodbye, UK

21 de abril de 2025

Un amigo inglés me envía un vídeo en el que un anciano negro, hablando inglés con acento impecable, lamenta que la Gran Bretaña de hoy ya no sea la que conoció cuando llegó a ella hace más de medio siglo. «Esto es un desastre —venía a decir el buen señor—. Cuando uno viaja a Finlandia, lo que desea encontrar es finlandeses, con costumbres finlandesas, música finlandesa, lengua finlandesa y comida finlandesa. Y lo mismo cuando viaja a Japón, a Chile o a Egipto. Pero lo que no puede ser es que uno llegue a Inglaterra, un país europeo, blanco y cristiano, para caer en medio de Asia».

El problema es casi químico: cuando se echa sal en el agua, llega un momento en que la saturación impide que continúe la disolución. Y si se sigue echando sal, de un vaso de agua salada se pasará a un vaso de sal mojada.

No hacen falta sesudos estudios sociológicos para constatar lo evidente a simple vista: Gran Bretaña es un país sin británicos —sobre todo sin niños británicos—, deambular por sus calles es como una aventura de Tintín en un país exótico y pasear por Hyde Park es como hacerlo por Islamabad. Equis millones de pakistaníes en Gran Bretaña no hacen Gran Bretaña; hacen Pakistán.

Los cuatro millones de musulmanes —según los cálculos más bajos— representan el 7% de los cincuenta y nueve millones de británicos. Y su crecimiento es muy rápido porque un tercio de ellos tiene menos de quince años y su tasa de natalidad es muy superior a la de los británicos de origen.

Según datos recogidos por el Muslim Council of Britain, el 46% de los musulmanes británicos simpatiza con Hamás; el 52% quiere que, en un país en el que se dibuja, se caricaturiza y se hacen muñecos del papa, el arzobispo de Canterbury, la familia real y Jesucristo, esté prohibido representar a Mahoma; y el 32% desea imponer la sharía porque, según se proclama, siempre será mejor una ley salida directamente de la mano de Dios que cualquier ley hecha por los hombres. Además, según se desciende en la pirámide de edad aumentan las tendencias radicales y fundamentalistas, tendencias que, lejos de atenuarse, se incrementan con el paso por la universidad.

A Londres se la llama, cada día con menos ganas de broma, Londonistán. Tanto en la capital como en otras ciudades, la policía no puede acceder a cientos de barrios en los que no rige la ley británica sino la islámica. La poligamia, los matrimonios forzados, la porcofobia y demás costumbres ajenas a Europa se practican sin problema. En muchos lugares se han prohibido las campanas y los cantos religiosos en las iglesias para no ofender a los musulmanes, y por el mismo motivo se prohibe pasear perros. 

Cientos de iglesias, vacías y abandonadas, han sido transformadas en mezquitas. Éstas están tan llenas, que para las oraciones del viernes los fieles tienen que ocupar las calles adyacentes porque no caben. En este primer cuarto del siglo XXI se han abierto 1.800 mezquitas en Londres. Y en ese tiempo han cerrado 500 iglesias, muchas de las cuales han pasado a ser mezquitas. Pero el vaciamiento de las iglesias no es consecuencia de la llegada masiva de musulmanes, sino una de sus causas. Tanto en Gran Bretaña como en el resto de Europa hay cientos de iglesias convertidas en pubs, discotecas, escuelas de circo y parques para patinetes.

Por lo que se refiere a las altas esferas, abundan los ministros, alcaldes, jueces, mandos policiales, etc., de origen afroasiático. Hace unas semanas todo el mundo pudo ver las entrañables imágenes de los reyes Carlos y Camila empaquetando dátiles con motivo del Ramadán, cuyo final se celebró en la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor.

Y, cambiando de religión, muy significativo ha sido el contraste entre el rey Carlos de Gran Bretaña y el primer ministro de la India. Porque mientras que el primero, monarca de una nación cristiana y cabeza de la Iglesia anglicana, no pudo dejar de meter en su mensaje de Semana Santa, para atenuar su pecado, una referencia a la ética del judaísmo y el instinto humano del islam, Narendra Modi, primer ministro de una nación hindú y musulmana, no tuvo inconveniente en decir que «en Viernes Santo recordamos el sacrificio de Jesucristo. Este día nos inspira a cultivar la bondad, la compasión y a tener siempre un corazón generoso. Que el espíritu de la paz y la unidad prevalezca siempre».

Ante la aberrante autonegación de toda una nación tanto en lo presente como en lo pasado, muchos miles de británicos se han mudado a otros países, entre ellos España y Portugal, en busca de la paz y la seguridad que perdieron en su patria. «Nuestro hogar ya no es el hogar en el que nacimos. Nos han robado nuestra patria. Estamos siendo víctimas de una limpieza étnica» es el mensaje unánime que británicos exiliados emiten en muchos artículos y vídeos que se pueden encontrar en el ciberespacio. Precisamente el deseo de corregir el caos inmigratorio fue una de las causas de la victoria de los partidarios del Brexit. Vana esperanza, como han podido comprobar.

Quizá por el momento hayan encontrado aquí más paz que en su casa, pero no tardarán en verse obligados a escapar de nuevo. No es Gran Bretaña la que se dirige hacia una nueva sociedad menos multicultural, sino los demás países de Europa los que avanzan a grandes zancadas hacia el caos multicultural del que Gran Bretaña es la pionera.

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