Bueno, ya es oficial. Hay guetos islámicos en Cataluña. Y sospecho que también en el resto de España. La prueba definitiva es que VOX ha pedido hacer este sábado una manifestación en el barrio de ca n’Anglada, en Terrassa. Con un elevado porcentaje de población magrebí. Los Mossos les han dicho que no. Que no podían garantizar su seguridad.
El primero que me dio la noticia fue precisamente el presidente VOX en Barcelona y portavoz en el Parlamento catalán, Joan Garriga. El sábado en un acto del partido. Fui porque quería escuchar a Samuel Vázquez. El policía reconvertido en verdadero especialista en seguridad. Todo lo que ha ido anunciando, incluso hace años, se ha ido cumpliendo a rajatabla.
Garriga —no confundir con su primo Ignacio— me dijo que los Mossos d’Esquadra les habían puesto pegas. Que no podían garantizar su protección. Ni siquiera la de los propios agentes del cuerpo. Que preveían la asistencia de unos 4.000 musulmanes. Fui raudo a colgar la noticia en mi canal de YouTube. Pero la verdad es que, en este caso, entiendo la preocupación de los mandos policiales. Pasearse con una pancarta que diga «No la islamización» por la zona es jugarse el tipo.
Yo estuve hace poco y me lanzaron una lata de coca que, felizmente, impactó en una pared cercana. Me consta también que Alicia Tomás, la alcaldable de VOX por esta localidad, cuando va tiene que ir con escolta. Pero mal asunto cuando un diputado, en este caso autonómico, no puede ir a cualquier pueblo de Cataluña. Señal de que lo decía: hay ya guetos. Zonas no-go. Donde la autoridad del Estado está seriamente en entredicho.
Estuve por primera vez en el barrio en el 2012 y ya lo era. Habían detenido al imán por comentarios contra la integridad física de la mujer. Creo que la cosa, al final, quedó en nada porque no he encontrado la sentencia. Nada más aparcar el coche, interpelé a una joven que me dijo: «Mire, yo soy del barrio de toda la vida, pero si pudiera me iría». Se quejó de que un día le mataron un cordero —supongo que por el final del Ramadán— en el capó del vehículo. Ante su sorpresa, le dijeron que no se preocupara, que le darían un trozo. Tampoco era eso.
Si quieren otra prueba de que hay guetos vayan a Salt, al lado de Gerona. La historia es conocida. Otro imán ha estado cinco años sin pagar el alquiler. Cuando consiguen echarlo vuelve al día siguiente y ocupa el piso. En cuanto lo vuelven a desalojar, se arma la de San Quintín e intentan asaltar la comisaría de los Mossos. Lo mejor es que salió el alcalde de ERC, Jordi Viñas, por TV3 culpando a la Sareb, el banco malo. Y a la falta de vivienda pública. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Ahora parece que al imán en cuestión —si no lo remedia algún funcionario cabal— le han ofrecido un piso de protección oficial. Saltándose no solo los requisitos sino la lista de espera.
Hace diez o quince años intuí que la inmigración —o mejor dicho: la falta de integración— sería un problema. Entonces comencé a patearme barrios y localidades problemáticas. Perdonen la redundancia. Además de ca n’Anglada o Salt; Sant Llorenç —también en Terrassa—; Rocafonda en Mataró; o Llefià y la Salut en Badalona. Ya era evidente que teníamos un problema. Sin embargo, si te ocurría escribir sobre ello eras tildado automáticamente de «racista», «xenófobo» o «islamófobo», expresión que se puso de moda por esa época.
Nuestros representantes políticos prefirieron esconder la cuestión debajo de la alfombra. O meter la cabeza bajo el ala. Que es lo peor que se puede hacer con un problema: se agrava. Sobre todo los de izquierda, porque rompía el relato oficial de que la multiculturalidad era la solución. Se nota que no viven en barrios obreros o populares. Aunque también los de Junts que, durante el proceso, silenciaron el tema. Entonces sólo les interesaba atraer el voto inmigrante a la causa. Pregunten si no a Àngel Colom.
El buenismo, que ya ha criticado en alguna ocasión desde este mismo espacio, es letal. En el bien entendido que puede ser político, pero también mediático o incluso académico. Recuerdo, por ejemplo, una información publicada en La Vanguardia el 25 de junio del 2013. Todavía guardo el artículo. «En Cataluña no hay guetos», rezaba el titular. «Un estudio resalta que la inmigración está muy repartida geográficamente», añadía el subtítulo.
Para eso, la verdad, no había que hacer un estudio. Muchos municipios catalanes tienen ya porcentajes del 15 o el 20%. Incluso más porque los sin papeles no salen en las estadísticas y los nacionalizados dejan de salir. Cuando supera el umbral del 5 o el 10% difícilmente habrá integración. Pues imaginen con umbrales del 35 o el 40%.
El estudio en cuestión, presentado incluso en un congreso de sociología en Francia, concluía que «no existe lo que algunos expertos llaman un gueto, un enclave exclusivo que se caracteriza por la presencia de un solo grupo de extranjeros que representa el 60% o más del total de la población de esa zona y al menos el 30% del total de miembros de este mismo colectivo en el municipio».
«El enclave del Raval no es un gueto», insistía. Yo el otro día pasé por este distrito y vi a un nicab meterse en una tienda. Ni siquiera era el núcleo duro del barrio, sino la Ronda Sant Antoni, que sigue el recorrido de la antigua muralla de Barcelona. Pero como dicen sesudos profesores universitarios: no hay guetos.