El centro de operaciones de la III Guerra Mundial, si es que sobrevivirá alguien a ella, se va a trasladar del Atlántico Norte al Pacífico Oeste y mares adyacentes. En esos lugares se dieron algunas batallas famosas al final de la II Guerra Mundial. Lo que ocurre, ahora, es que el sistema defensivo de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) perderá sentido, si es que, todavía, conserva alguno.
Las nuevas alianzas dependerán de cómo vayan los negocios en China. Sería terrible pensar que el gigante asiático se aliara, militarmente, con Rusia, Corea del Norte y, no digamos, los países islámicos, al menos, Pakistán, Afganistán e Irán. En ese caso, los Estados Unidos de América se verían obligados a reproducir el equivalente de la OTAN en el Indico y el Pacífico, con otros formidables aliados, como Japón, India, Australia Nueva Zelanda y, quizá, los del Sureste asiático. Cosas más raras se han visto. No es la menor la pérdida de protagonismo de la Unión Europea. De momento, ya tenemos el AUKUS: la alianza militar entre los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia.
Ahora sabemos la trascendencia de la derrota en Afganistán, personificada en el pobre Biden
Algo queda muy claro. China, el país más poblado del planeta, va camino de ser la nueva hegemonía económica. No posee bases militares por medio mundo, como ocurre con los Estados Unidos de América, pero cuenta con una tupida red comercial. Curiosamente, se aloja en los territorios donde hay una buena provisión de “tierras raras”, que son la base de la industria electrónica. Por desgracia para el mundo democrático, China lleva consigo el modelo de un régimen totalitario en lo ideológico.
Se repite, de un modo parecido, el enfrentamiento, a escala planetaria, de la II Guerra Mundial. Cuenta mucho el fracaso de Afganistán por parte de los Estados Unidos de América y sus aliados de la OTAN. Ahora, sabemos la trascendencia de esa derrota, personificada en el pobre Biden.
En la historia, los imperios han sido militares, comerciales y culturales. No hay por qué alterar esa constancia. La diferencia es que, ahora, por primera vez, interviene la tendencia a un mercado mundial (“global”, como se dice en la jerga). Ganará en la lid quien comercialice con éxito la industria energética del hidrógeno, equivalente al final del carbón, el petróleo o el gas. Todo lo cual lleva a gigantescas inversiones tecnológicas.
Lo que parece más claro es la obsolescencia de las Naciones Unidas. Se trata de algo inevitable
La dificultad mayor para que el imperio chino sustituya al estadounidense es que, en el mundo entero, ha penetrado con fuerza el idioma inglés, al menos en el importante reducto de las clases ilustradas. No es posible anticipar un movimiento parecido con la lengua china, el mandarín, por lo menos mientras no se adopte, con más decisión, el alfabeto latino. No es tarea fácil; alcanzar esa meta puede tardar muchas décadas. Esa sí que sería una verdadera “revolución cultural”.
Cabe otra opción al futurible dicho: que los imperios se hayan acabado. Eso significaría, paradójicamente, el refuerzo de los Estados, considerados como soberanos. Raro me parece, pero cosas más extrañas han tenido lugar en el panorama internacional. En cualquiera de los supuestos, lo que parece más claro es la obsolescencia de las Naciones Unidas. Se trata de algo inevitable, por mucho que, en la ONU, tanto China como los Estados Unidos (y los otros aliados de la II Guerra Mundial) tengan derecho de veto. Es una reminiscencia de la lógica de la II Guerra Mundial. Se trata de una constante histórica: las grandes instituciones tardan mucho en desaparecer.