José Manuel Rebolledo, magistrado del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, entró por la puerta de su casa haciendo ruido para que su mujer pudiera oírle. Cinco segundos después, ella abrió la puerta del pasillo, se quedó clavada mirándole, arrugó el gesto y avanzó hacia él extendiendo los dos brazos en ademán cariñoso. “Pobrecito mío, cómo te están poniendo”. El magistrado Rebolledo suspiró, abrazó a su mujer y dijo: “No, si lo entiendo, pero es que no había otro remedio. No se puede confundir justicia con venganza y lo que es ilegal, es ilegal. Bien que lo siento por las víctimas, pero oye…”. Su mujer le regaló una sonrisa forzada: “Claro, José Manuel, pero vaya papelón te ha tocado hacer”. El magistrado miró al suelo. “Sí, bueno, lo que me han pedido. La causa de la paz merece ciertos esfuerzos onerosos que…”. Ella le acarició la mejilla: “Te merecerías que el Rey te hiciera marqués”. Él soltó una risita atiplada: “Mujer, qué cosas dices, que soy socialista…”. Ella le palmeó un hombro. “¿Quieres una copita antes de cenar?”. El sonrió y asintió: “Me voy a dar una ducha, que huelo a avión; oye, ¿y los chicos?”. Ella se fue yendo al salón mientras decía: “Daniel está en casa de los López y Lucrecia se está arreglando para salir…”.
Rebolledo asintió, caminó hasta su dormitorio, se desnudó, entró en el baño y abrió los grifos de la ducha para que se fueran calentando… El magistrado se miró al espejo, sacó la lengua, se repasó los lagrimales de los ojos y conectó la radio. Una voz metálica zumbó en onda media: “…este violador reincidente es el primer preso común que queda en libertad después de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo sobre la doctrina Parot, según han informado fuentes penitenciarias que…”.
El magistrado del Tribunal Europeo de Derechos Humanos no escuchó más. Con el corazón a 180 pulsaciones y mal tapado con una breve toalla, salió de estampida del cuarto de baño y siguió el aroma del perfume de su hija justo hasta la puerta de casa. El magistrado rugió: “¿Dónde cojones te crees que vas, Lucrecia?”.