«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
(Santander, 1968). Jefe de Opinión y Editoriales de La Gaceta de la Iberosfera. Ex director de La Gaceta de los Negocios, de la Revista Chesterton y de Medios Digitales en el Grupo Intereconomía. Ex jefe de Reportajes en La Razón. Formado en la Escuela del ABC. Colaborador de El Toro TV y de Trece Tv. Voluntario de la Orden de Malta. Socio del Atleti. Michigan es su segunda patria. Twitter: @joseafuster
(Santander, 1968). Jefe de Opinión y Editoriales de La Gaceta de la Iberosfera. Ex director de La Gaceta de los Negocios, de la Revista Chesterton y de Medios Digitales en el Grupo Intereconomía. Ex jefe de Reportajes en La Razón. Formado en la Escuela del ABC. Colaborador de El Toro TV y de Trece Tv. Voluntario de la Orden de Malta. Socio del Atleti. Michigan es su segunda patria. Twitter: @joseafuster

Siempre hay una explicación

18 de octubre de 2013

 Una mañana de mediados de octubre, José Manuel Rebolledo, un burgalés entrado en la cuarentena, ingeniero industrial, casado, dos hijos, tres periquitos y una hipoteca con el Banco Pastor desde 1998, se estrelló con su auto contra el pilar de un puente que cruzaba una carretera comarcal cerca de Aguilar de Campoo. Rebolledo murió en el impacto. Según relató el conductor del coche que le seguía a más de doscientos metros, el automóvil del finado no hizo extraño alguno, ni frenó, ni zigzagueó. Sólo se estrelló. A la hora del accidente, el cielo estaba enladrillado, pero todavía no había caído ni una sola gota. La viuda de Rebolledo contó entre hipidos que su marido estaba bien de salud, no estaba deprimido, no tenía problemas con el banco, su empresa marchaba bien, su matrimonio discurría feliz, los hijos sacaban buenas notas en el colegio y era hincha del Atlético de Madrid.
    Además, Rebolledo era un conductor magnífico. Tenía cuatro diplomas del RACE y había completado un curso de conducción experta en el circuito del Jarama en 2003. La autopsia demostró que no había bebido, ni había sufrido ningún infarto, desvanecimiento o hemorragia cerebral previo al accidente. Nadie pudo encontrar una explicación a la muerte de Rebolledo.
    Dos meses después, un sábado por la mañana, Julián Potis, un empleado de Desguaces Benjamín, en Aguilar, se metió en el coche de Rebolledo para extraerle el radio-CD. Potis conectó los cables del sistema eléctrico a una batería que llevaba en un carrito para probar si el aparato funcionaba. Luego, sacó un disco del bolsillo lateral del pantalón de faena y trató de meterlo, pero no entraba. Potis se rascó la cabeza hasta que chasqueó la lengua: “Anda, que viene preñao”. Potis dio al “play” y una musiquita algo ñoña salió de los altavoces mientras una voz cantaba:

    “Tu novia es un encanto y tú estás tan enamorado.
    Por eso le perdonas sus deslices, sus engaños.
    Pero tu cariño no es tan ciego,
    ves muy claro su secreto:
    ella tiene otra vida más siniestra y clandestina.
    Tu novia es una terrorista.
    Ejecuta y ajusticia y atenta contra el sistema;
    tiene este cruel defecto, pero en fin nadie es perfecto.
    Lo prefiero, lo consiento, antes que su pasatiempo
    sea coleccionar sellos,
    sea ponerme los cuernos.
    Porque un romance muerto es un romance menos.”.

    Potis, un tipo tan duro que a veces llevaba una camiseta de Kortatu, silbó admirado. “Joder, tronco, al tipo que conducía el coche le gustaba Albert Pla”. Justo en ese momento, en los cristales empañados del coche de Rebolledo, un dedo invisible escribió: “Era la primera vez que lo oía”.
 

 

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