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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Hilo a la cometa

12 de junio de 2024

El desplazamiento dextrógiro de la política europea ha quedado clarísimo en los resultados de estas europeas. El profesor Domingo González lleva avisándolo los últimos años. Emergen nuevos partidos a la derecha de los que ya eran demasiado de derechas para la derecha de nombre, demostrando que el tablero se está inclinando a estribor tras un larguísimo período izquierdizante.

Sin embargo, la derecha nominal o moderada, llamada Grupo Popular, llamándose centrista, antaño democristiana, y liderada por Ursula von der Leyen en Europa y en España por Feijoo, ha corrido a decir que pactará con los socialistas europeos para evitar cualquier entendimiento con las otras derechas. Esto —aunque esperado— resulta chocante, pues se quiere aplicar un contragiro corrector a la voluntad popular. El movimiento siniestrógiro de Ursula conlleva cinco problemas.

El primero, el más ingenuo. ¿No contraviene el principio de la representatividad democrática que debe sustentar nuestro sistema? Como explica muy bien Elio Gallego, las elites dirigentes de los partidos populares se saben más cercanas al socialismo, pero no así sus votantes, que les compran el marketing de la oposición frontal con sus ultraenemigos, los archivillanos de la izquierda. Se sienten, sus votantes, mucho más cercanos a los partidos de derecha real que votan sus hijos o sus amigos; pero Von der Leyen erige (en cuanto cierran los colegios electorales) una línea —literalmente— roja entre sus votos y sus vetos.

El segundo problema es más contraproducente. Los moderados, en su moderación, ¿no ven que pactando a toda pastilla legitiman a la izquierda y exacerban sus discursos de alerta antifascista? Convierten su derrota en victoria práctica y gramsciana. Les regalan un efecto bumerán que se lanzará contra ellos también en la siguiente campaña. Vale para todos los socialismos, pero resulta especialmente sangrante en el caso español. Feijóo se ha vendido como el gran contrincante de Sánchez, pero ahora, con sus votos, lo encumbra y protege en Europa. Le regala prestigio internacional y cobertura institucional. ¿Cómo va Von der Leyen a fiscalizar la limpieza democrática de uno de sus principales socios europeos? Echará pelillos a la mar.

El tercer problema, lo explicaría rápido Maquiavelo. ¿No ven tampoco que con las líneas rojas las derechas alternativas se erigen como alternativas y crecen, enchufadas a la corriente alterna, y vuelven a crecer? Se convertirán, como resultado del pacto entre socialistas y populares, en la primera fuerza de la oposición. Serán las beneficiarias, por tanto, del descontento inherente a los electores. Así, cuanto más tarden en pactar, más poderoso será el movimiento de derecha alternativa, que podrá imponer mayor proporción de su programa. Los spin doctors de la derecha dura están entusiasmados con estas líneas rojas, porque tontos no son. Von der Leyen les da hilo a su cometa.

Lo que nos trae de nuevo al momento presente. Si el Grupo Popular pactase ahora con las nuevas derechas todavía podría darles en buena medida el abrazo del oso. Sólo tendría que asumir un tercio como mucho de sus programas (que, además, electoralmente podrían rentabilizar) y controlaría los excesos, los tiempos y los tonos. Si las propuestas de las derechas alternativas solucionen algunos problemas que alimentan su voto, mejor para los moderados; y si no lo solucionasen, pues también mejor para los moderados.

Y todavía hay un quinto problema que, en su cerrarse en banda, tampoco están sopesando, por lo visto. Las deserciones de su estrategia de poner puertas al campo. El líder del Partido Popular francés ya apuesta por un pacto con Le Pen: «Necesitamos una alianza nacional y patriótica». Éste no es tonto. Es la primera vía de agua en un dique de contención que se va a venir abajo más pronto que tarde y cuanto más tarde peor para los del dique y mejor para los del agua.

¿Por qué tanta torpeza? No me gusta juzgar intenciones. En parte, porque no las sé y, en parte, porque nos las tememos. Supongo que hay muchos intereses conjuntos, fruto de años de entendimientos bajo cuerda; y que también se han creído la propaganda del rival, porque, como vio George Orwell en la escena final de Rebelión en la granja, todo se pega. También puede haber un cómodo continuismo, una pereza de cambiar las cosas, una inercia… No sé. Ellos sabrán. Pero ni estratégica ni democráticamente hay por dónde cogerlo.

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