«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.
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Historiadores al servicio del proceso

25 de enero de 2025

El jueves fui a la presentación en Barcelona del último libro de Jordi Canal: «Contar España» (Ladera Norte). Una historia contemporánea a través de novelas de Galdós, Unamuno, Baroja, Sender, José María Gironella — ahora olvidado —, Max Aub, Semprún, Javier Cercas y Fernando Aramburu, entre otros. La obra, además, ya ha sido Premio Estandarte al Mejor Libro de Ensayo. O sea, que la cosa promete.

En el acto intervinieron como copresentadores  la periodista Anna Grau, exdiputada autonómica de Ciudadanos, y el también historiador Enric Ucelay-Da Cal. Ucelay, como el propio autor, me temo que es un rara avis en el panorama historiográfico catalán. La última obra que le leí fue Breve historia del separatismo catalán (2018), para que vean por donde van los tiros. Sospecho que ambos han pagado un alto precio personal y académico por ir a contracorriente.

¡A quien se le ocurre que una persona nacida en Olot (1964) esté en contra del proceso! Como es el caso de Jordi Canal. No en vano tiene algunos libros como Historia mínima de Cataluña (2015) o ​Con permiso de Kafka (2018) en el que desgrana sus causas. ¡Incluso uno a favor del Rey: La monarquía en el siglo XX!

Especialista en el carlismo — su penúltima obra Dios, Patria, Rey no me ha dado todavía el tiempo de leerla — empezó siendo un historiador medievalista y luego se pasó a la contemporánea. Sin haber hecho el transito por la edad moderna, como puso de manifiesto otro grande, Ricardo García Cárcel, que también estaba en la presentación. En este caso como invitado.

En los años 90 ya circularon unos panfletos anónimos en los que se acusaba a determinados historiadores de «estar al servicio del Estado español» por ir en contra del discurso oficial. En plan caza de brujas.

Aparte de los citados más arriba había otros como Josep María Fradera, Roberto Fernández o Pere Anguera. ¡Que daño han hecho los historiadores catalanes — al menos los más nacionalistas —a la historia de Cataluña y a la propia Cataluña!

Ellos, por su conocimiento del pasado, sabían que siempre que las instituciones catalanas — o una parte — han hecho un órdago al Estado ha acabado en fracaso: la Guerra Civil catalana de 1462-1472 — cuando la Generalidad desafió al Rey —, la anexión a Francia de 1641 y la guerra de Sucesión (1714). Pero, con el proceso, la inmensa mayoría se sumaron. Algunos ya eran catalanistas o hasta independentistas como el fallecido Joan B. Culla (1952-202) Jaume Sobrequés o Solé i Sabaté. Pero un historiador, como un periodista, ha de decir la verdad. No se vale construir un relato mítico, incluso romántico, para justificar unas reivindicaciones políticas.

Empezando por los de arriba. Como el también fallecido Josep Fontana (1931-2018), que pasó del marxismo al independentismo. De hecho, bendeció con su presencia aquel seminario montado por la Generalidad en pleno proceso de «España contra Cataluña» para convertir la Guerra de Sucesión en una guerra de independencia. Que no es el caso. 

Basta consultar — lo encontrarán en internet — el bando del «conseller en cap» Rafael Casanova a los barceloneses en el que instaba a luchar por «la libertad del Principado y de toda España». Fontana tiene un artículo del 2013, en El Periódico por cierto, en el que ya comparaba al PP con los nazis. Que yo sepa, en la calle Génova no han gaseado a nadie

O el propio Borja de Riquer, que pasó de un bando a otro. Sospecho que para heredar de Fontana el título de padre de la historiografía catalana moderna. En el juicio del Supremo lo vi en la calle Diputación, sentado en las primeras filas en un acto que organizaba Òmnium, para seguir la vista oral. Ahí, haciendo méritos. Hijo de Martí de Riquer, uno de los pocos sabios catalanes que dicho sea de paso fue también un franquista de pro. En efecto, combatió en el Tercio de Montserrat y la leyenda dice que perdió un brazo en el último día de la guerra. Pero tiene una extensa obra y algún clásico como «Quince generaciones de una familia catalana» (1998).

Durante la visita de Himmler a la Ciudad Condal (1940), en pleno apogeo del III Reich, fue uno de los que recibió al mandatario nazi en el Aeropuerto del Prat como Delegado de Propaganda. Lo digo porque tengo una portada de El Noticiero Universal del día siguiente que lo atestigua.

Mientras que Sobrequés — que organizó el mencionado seminario de «España contra Cataluña» — tiene un libro divulgativo sobre Historia de Cataluña, que yo he leído, en el que confiesa que la obra tiene «la escrupulosa intención de ser rigurosa» pero que él nunca ha escondido su «inquebrantable deseo de servir a mi país», es decir, a Cataluña.

Por eso, cuando Jordi Canal dijo durante la presentación aquella obviedad de que «los historiadores tienen que hacer historia» me llegó al alma. Aquí, durante, el proceso la mayoría hicieron política.

La cosa empezó en los años 30. Con la Historia de Cataluña de Ferran Soldevila y Ferran Valls i Taberner aunque me consta que éste último acabó harto. Alguien debería hacer un día su biografía porque ahora es también de los malditos. Soldevila fijó el marco mental de la historiografía nacionalista. Cuando habla de las tribus prerromanas ya habla de “las tribus de nuestro país” y que “nuestra patria” empieza con Carlomagno.

Algunos como Vicens Vives intentaron combatir esta idea romántica. Defendiendo a los Trastámara o el Compromiso de Caspe. Soldevila, por cierto, acabó trabajando en pleno franquismo en el Archivo de la Corona de Aragón. Y publicando una Historia de España, también bajo la dictadura de Franco, que fue elogiada por todos. No sé si para hacerse perdonar.

En fin, no quiero terminar sin dar las gracias a los tres citados: la Historia de Cataluña de García Cárcel es un clásico que alguien debería prolongar ahora porque fue editada en 1985. También a José Enrique Ruiz-Domènec — traté infructuosamente de ponerme en contacto con él para entrevistarlo— por su «Informe sobre Cataluña. Una historia de rebelión» (2018). O Roberto Fernández por su «Cataluña y el absolutismo borbónico». Parece que no nos fue tan mal.

Este último, nunca ocultó su militancia en el PSC. Incluso me suena haberlo visto en algún consejo del partido cuando cubría estos actos. Él mismo lo dice en la introducción de su obra: «soy ideológicamente un socialista democrático». Sin embargo, lamenta que la mayoría de «historiadores catalanes han contribuido a la creación del discurso histórico conformador del universo sentimental, intelectual y político de la Cataluña que se siente agravada frente a España».

No quiero dejarme a Óscar Uceda con su «Cataluña, la historia que no fue» (Espasa, 2023) aunque le pillé un error en un nombre. Se le puede perdonar porque, pese a que licenciado en historia, se gana la vida como empresario del sector de pinturas. O ya de paso Manuel Acosta, diputado de Vox en el Parlamento catalán, con su políticamente incorrecto «El libro blanco de la historia de Cataluña», donde intenta poner los puntos sobre las íes. Aunque sobre los visigodos sabe que discrepamos.

Y, para terminar, David Martínez Fiol, otro profesor de la Autónoma — este de los buenos — que publicó un libro en el que demostraba que, en los años 30, Esquerra ya iba enchufando a gente en la Generalidad. La versión catalana, como se pueden imaginar, pasó desaparcibida pese a que la editó la muy ilustre y católica Publicaciones de la Abadía de Montserrat. Le mando recuerdos desde aquí.

Me dejo alguno seguro porque esto es un artículo y no un libro. Y, además, es lo que pasa cuando haces una lista, que siempre te dejas a alguien.. Agradecería, en este caso, que me lo recuerden. Les dejo hasta el mail: [email protected].  Pero lo dicho al comienzo: que daño han hecho historiadores catalanes a la historia de Cataluña y a Cataluña mismo. Si alguno de los más catalanistas hubiera advertido de los riesgos quizá ahora no estaríamos cómo estamos.

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