«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Si eres hombre llora, cabrón…

30 de abril de 2015

La primera, ya desde pequeños, los padres intentan ahuyentarla de la conciencia de los hijos, sabedores que tras la mentira se fragua el gran fracaso de la persona. Aunque sean pequeños fracasos, es un ataque a la dignidad de uno mismo, la mala conciencia, la zozobra, el sentimiento de traición atenazan como la niebla envolviendo un gélido paisaje que nos oculta el sol. La mentira como gran degradación del hombre campa a sus anchas y cada vez que baila en el escenario, cuando aparece, es el diablo quien sonríe desde su trono de la falsedad, anotando una muesca más en alguna de sus armas preferidas. Todos sabemos, comprendemos y rechazamos (o deberíamos hacerlo) la mentira. Un mentiroso, no es quien miente en alguna ocasión, pues los hombres no son la perfección y ya desde el primero de los pecados paseamos por el surco de nuestras debilidades. Pero aquel que usa la mentira de forma habitual es expulsado y separado de nuestros quereres,  a pesar de que utiliza todos los encantos y sutilezas posibles para que le sigamos dando oportunidades. Sí, la mentira es una de las grandes diosas de nuestros tiempos. Tiempos aciagos, de incertidumbres, de egoísmos. La mentira genera frustraciones, desengaños, decepciones, sorpresas inesperadas, pero se acurruca en todas las facetas de la vida, y mucho mas en la vida política, si a ello se puede llamar vida.

De nuevo en vísperas de contienda electoral, otra vez se harán promesas, algunas no podrán cumplirse por que son fruto de la ignorancia, de ilusorias utopías o simplemente del fogonazo de una idea sublime. Pero otras, son voceadas ya por profesionales sabedores de su mentira, han mentido y seguirán mintiendo. Ahí, de nuevo, la maldad se acicala con perfumes embriagadores para que caigamos rendidos a sus deseos y otra muesca del diablo sonriendo se marcará en alguna de sus ballestas malditas, como bastardos los que mienten sin escrúpulos, ni compasión. Miente, miente que algo queda alguien decía y mi sorpresa es que, esa frase tiene su origen según algunos rastreadores de la genealogía del embuste, en un “ilustrado” como Voltaire ahí por el 1736, a los albores de la toma de la Bastilla, decía en una misiva epistolar: “La mentira solo es un vicio cuando obra el mal; cuando obra el bien es una gran virtud. Sed entonces más virtuosos que nunca. Es necesario mentir como un demonio, sin timidez, no por el momento, sino intrépidamente y para siempre […] Mentid, amigos míos, mentid, que ya os lo pagaré cuando llegue la ocasión», no me negarán que si esto es así, ese gran “ilustrado” y guía intelectual de dicho movimiento, removió desde cimientos demoniacos la gran agitación que se cargó al antiguo régimen donde la orgia era el pecado perdonado, pero no el despotismo de sus participantes. Lo malo es que la marea se llevo grandes cosas que no mueren y su resaca todavía la sufrimos impertérrita.

Pero el diablo tiene otra arma también letal. La zozobra, el desánimo, el desencanto, la desesperación, el hundimiento de la mente, el pesimismo como estado permanente, el arrodillarse ante los acontecimientos que nos rodean,  nos tocan, nos afectan, quedarnos bloqueados, sin fuerza, sin ideas, sin estima propia. La gran clase media con dificultades repentinas para llegar a final de mes, o de semana, o del día. Los jóvenes mejor preparados de nuestra historia, tras años de cumplir con aquello que la sociedad les demandó se ven obligados a coger el hatillo camino de países lejanos, donde gracias a nuevos inventos la distancia no es ausencia, pero esta duele en el alma. Profesionales que ya superan los cincuenta que de repente ven como el castillo de naipes de su profesión y trabajo se cae sin entender porque. Algunos (los afortunados) pueden seguir el camino de esos jóvenes navegantes en busca de tesoros, otros en cambio, desconcertados descubren que la sociedad en la que creían vivir no existe ya, que ha pasado el tren y han mirado hacía otro lado. Y vuelven a casa y ven que no llegan a final de mes, o de semana, o del día. Y lloran en silencio, porque los hombres pueden llorar hasta en silencio, impotentes para salir del aciago agujero, culpándose de algo que no tienen culpa.

Y morimos cada vez que el demonio nos ataca con la desesperación y el pesimismo. Es cierto que la indignación está justificada, al oír que las cosas empiezan a ir bien, con de casi un cuarto de la población “activa” en paro y el resto de “ocupados” la gran mayoría con la incertidumbre de los “ajustes”. Y es que la situación es trágica para muchos. No todos tienen las agarraderas y la fuerza de volver a levantarse, de coger aire y nervio para seguir adelante, capaces de ser nuevas aves fénix que salen de las ruinas y como locomotoras se preparan para enganchar vagones una vez mas que transportar. Si uno no puede ser locomotora, que sea vagón ligero de arrastre para coger carrerilla, no ser un hierro en la bodega y poder volver con el jornal justo a casa.

A los desesperados recordarles que en “la vida se muere tantas veces, que la última es la que menos importa”. Así pues una peineta al demonio, a resucitar como Lázaro de una muerte que no es la misma. Luchar, pelear y lidiar, no caigas en el desánimo. Si eres hombre llora, cabrón. Pero cuando acabes de hacerlo vístete de optimismo, el alma arriba, cree en ti, se locomotora y si no lo eres ten la gallardía de buscar una y pedir, que eso no humilla, lo que sojuzga es la derrota sin luchar,  no olvides la plegaría a quien todo lo puede y sonríe a la primavera porque no tengas duda, ésta te volverá a reír. 

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