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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La hora de los Ateneos

29 de enero de 2015

Por distintas que puedan ser las causas de su caída, un régimen político comienza a tocar su fin cuando la hegemonía cultural que le sirvió para instaurar el poder y mantenerlo se traslada del bloque social dominante a otro bloque social emergente. 

La hegemonía, entendida como el acervo intelectual y moralmente preponderante que en un determinado momento histórico provoca un sentimiento de identidad de las masas, necesita el poder político para perfeccionarse. Pero Gramsci nos enseñó que las ideas potencialmente susceptibles de convertirse en hegemónicas no han de buscarse en el Estado sino en la sociedad civil, otorgando a los intelectuales una importante labor inicial.

Sólo habrá posibilidades reales de cambio si, ante los problemas ocasionados por un régimen de poder determinado, surge una alternativa en el seno de la sociedad capaz de aportar soluciones concretas y hacerlas extensibles a una parte importante de la misma, de modo que la sociedad política (partidos y medios de comunicación) pueda asumirlas. 

Para que esto suceda, en España hemos de salvar un doble escollo. Por un lado, tal ha sido el efecto intervencionista del Estado en toda Europa occidental -al que Jouvenel llamó Minotauro– que no existen demasiados resquicios de fuerzas progresivas encarnadas en sectores urbanos cultos que puedan transmitir las ideas del cambio a la sociedad. La quiebra de lo que Habermas llamó «opinión pública burguesa» ha recobrado un cierto vigor desde el surgimiento de la sociedad del conocimiento, pero los grandes mass media afines al poder enmudecen con sus gigantes altavoces los discursos alternativos.

Por otro lado, aun considerando superado el primer escollo, nos encontramos con que, frente al inmovilismo del poder, si las ideas de la libertad, la democracia y el progreso humano pretenden ser hegemónicas, tendrán que enfrentarse al populismo reaccionario que encarna la izquierda radical, hoy cómodamente instalada en un diagnóstico certero de la situación pero que de ningún modo terminará con la partidocracia y la miseria a la que dice enfrentarse. Desafortunadamente, el triunfo de Syriza en Grecia evidenciará en pocos meses este negro augurio. Hoy más que nunca se hace necesario encontrar y potenciar en la sociedad civil aquellas fuentes intelectuales en donde brote el debate libre y profundo que pueda servir de faro a los ciudadanos en la noche tenebrosa del consenso.

Los Ateneos, cuyo término hunde sus raíces en la diosa griega de la sabiduría, han sido desde su creación a mediados del siglo XIX lugares de difusión de la cultura y el conocimiento científico. Antorchas de la ilustración, de la libertad y de la razón, los ateneos sustituyeron la función ilustrada de las sociedades económicas y se convirtieron en los centros de divulgación del pensamiento más importantes en las decenas de ciudades españolas en las que existían. Si alguna institución podía representar el pensamiento no dirigido por el Estado, ésa era la formada por los ateneos. Quizá el más representativo, por estar en la capital, fue el Ateneo de Madrid, cuya influencia en la vida cultural e intelectual llegó a superar a la de la Universidad, y cuyos actos, repletos de ciclos y conferencias construyeron la base intelectual de movimientos que después de propagarse en la sociedad conquistaron la hegemonía y alcanzaron el poder. Sirva la revolución democrática de 1868, y los nombres de Alcalá Galiano, Valle-Inclán, Unamuno, Marañón y Azaña como ejemplo de la transcendencia de sus efectos y de la talla de sus presidentes.

Pensado para ejecutarlo lo largo de todo este año pre constituyente que vivimos, el Ateneo de Madrid ha preparado un plan de trabajo llamado “Mesas Constituyentes” con el ánimo de servir de faro a la sociedad civil española y de brindarle un proyecto de Constitución que, equidistante entre el inmovilismo de la casta surgida del régimen de la Transición y el reaccionario populismo utópico, la arme intelectualmente para la conquista de la hegemonía. 

Pocos partidos y pocos medios pertenecientes a la sociedad política recogerán esta antorcha de la libertad para intentar llevarla al seno del Estado en donde se fragua el poder. Pero la fuerza de las ideas de la libertad y el progreso es tan potente, y la necesidad de su lumbre es tan grande, que bastará con que un solo partido y algunos medios se hagan eco de la misma para que la conquista de la hegemonía se convierta en realidad.

Como dijo Pedro J. Ramírez en su última intervención en esa docta casa, “es la hora de los ateneos”.

 

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