«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Il sorpasso

21 de febrero de 2022

Hasta hace poco era sólo un futurible. Ahora ya no. Las primeras encuestas, paneles y tanteos posteriores al dramón de Génova dan más votos a Vox que al PP. No será en paz en lo que descanse éste. Difunto ya lo es, aunque le queden algunos reflejos catalépticos. En las dos últimas semanas ha recibido en su mandíbula, que ya era de algodón, tres guantazos de ésos que bastan, de uno en uno, para que el púgil turulato muerda el polvo de la lona. Repasemos: el descacharrante golpe al aire de la reforma laboral, el veredicto de las urnas véterocastellanas y leonesas y la peli de espionaje a lo Torrente, Louis de Funes, Totó y la Pantera Rosa producida en los estudios de quienes han pasado de la oposición a la nada. 

En los tres guantazos ha tenido parte y arte el secretario general al que el presidente de esa funeraria se empeña en mantener contra viento y marea desoyendo el clamor de las baronías, de la opinión pública y, casi en su totalidad, de la publicada. ¿Fiarse de Teodoro López Egea al ciento por ciento? Cabía sospechar que Casado se ha vuelto loco, pero esa hipótesis es ya certeza. Apañados vamos, porque su álter ego Sánchez Castejón también lo está. Su fisonomía, sus gestos, su voz, su discurso, su narcisismo, su maquiavelismo, su perfidia, su frialdad, su imperturbabilidad… Retrato robot de un enfermo mental.

Los partidos crecen con parsimonia y desesperante lentitud, pero se van al traste, cuando les llega la hora, en un amén

¿Tanta y tanta democracia para llegar a esto? Tendríamos que remontarnos a la desdichada época del Rey Felón, de la Reina Castiza y de la Primera República. ¿España hoy? Los epigramistas del XIX la retrataron muy bien: «Y don Francisco de Asís / sacando su minga muerta,/ al amparo de una puerta / lloriquea y hace pis». 

También lo hizo Amadeo de Saboya cuando renunció a la corona que le había entregado Prim:  «Ah, per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi» (o sea: «No entiendo nada, esto es una jaula de locos»). 

Claro que para entonces ya había dicho don Estanislao Figueras, primer presidente de aquel amago de República, antes de coger puerta: «Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros». Y se largó a París. ¡Quién pudiese imitarlo!

Puesto a revolotear de frase en frase echo mano de otra, muy socorrida, muy repetida, que desde hace ya un par de años culebrea por las redes y en las conversaciones: «Ya sólo nos queda Vox».

No es verdad que el bipartidismo haya muerto. Al contrario. Ahora más que nunca hay que elegir entre dos únicas opciones

Es rigurosamente cierto, pese a lo que en ella haya de pensamiento desiderativo. El PP va a desangrarse. Su última herida lo es de la femoral. Los partidos crecen con parsimonia y desesperante lentitud, pero se van al traste, cuando les llega la hora, en un amén. Sus millones de votos sólo tienen un heredero posible: Vox. Nadie que votase al PP lo hará, tras la extinción de éste, por el PSOE, que ya no es socialista, sino comunista, separatista y anticonstitucionalista. Puede que algunos votos emigren a la abstención o a la papeleta en blanco, pero no serán muchos, porque la situación apremia y no es cosa de irse a tomar un café cuando el paciente está a punto de sufrir un infarto. No es verdad que el bipartidismo haya muerto. Al contrario. Ahora más que nunca hay que elegir entre dos únicas opciones: la de la extrema izquierda, que todo lo corroe y va a dejar tierra quemada a sus espaldas, y la de la revolución conservadora, que no necesita de golpes de estado, ni de bastillas, ni de palacios de invierno, para acometer la regeneración del país.

¿Qué harían Santiago Abascal y su estado mayor si Esperanza Aguirre, Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo pidieran el ingreso en Vox? No tengo ni la menor idea, pero sí sé lo que haría yo: abrirles los brazos por patriotismo sin partidismo. Lo importante, a corto plazo, es poner fin a este gobierno, y esa entente cordiale lo garantizaría. Lo demás ya se andará. No se me oculta que Cayetana, uncida al PP por un extraño vínculo de temor reverencial, nunca dará ese paso, ni que Isabel, seguramente, acabará liderando lo que quede del partido en el que aún milita, si es que queda algo. Pero… ¿Y si Esperanza hiciera honor a su nombre?

El estribillo de la canción de fondo de aquella estupenda película de Dino Risi, Vittorio Gassman, Trintignant y la deliciosa Catherine Spaak decía: «Dimmi quando, e quando, e quando…».

Ahora o nunca, Esperanza.  

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