Ya se han fijado las fechas para la moción de censura de Vox, 21 a 23 de marzo, de modo que queda poco para disfrutar del Tamames Tour, su gira de stand up por los rincones del sistema mediático.
Está siendo un éxito de Vox que a veces el entorno de Vox no sabe ver. Tamames está levantando un pequeño escándalo y eso es precisamente lo interesante. Ayer, El Mundo titulaba con su entrevista: «España es una nación de naciones», y había mucha risita alsinesca, como si Tamames estuviera mochales cuando dice exactamente lo mismo que dice… Feijoo.
Pero es que horas antes, Ayuso, musa del falso populismo (la Pérez Reverte de la política), recordaba unas palabras de Tamames, de las muchas que ha dicho, sobre el aborto y las personas con síndrome de Down, palabras que no se andan muy lejos de las que emitió alguna vez el centro cerebeloso del puente aéreo Ciudadanos-PP.
Son muchas más las cosas de Tamames en las que no parece de Vox: que si el abuso de la bandera, que si las pateras del Estrecho, que si el cambio climático… La sensación es que, efectivamente, Tamames no es de Vox, sino más bien del PP. Tamames es un Camavinga que abarca el campo entero que va del área del PP al área del PSOE, un box to box de la Santa Transición.
Así que Abascal lo tiene fácil: Tamames no es Vox, por supuesto, es un candidato pata negra del Régimen, de los albores del mismo y tiene el discurso no voxista en clima, inmigración o territorio, de modo que el rechazo a Tamames no parece muy justificado: es un hombre que diciendo cosas del PP está contra Sánchez, ¿qué les molesta entonces?
En cada entrevista de las muchas que el centroderechismo le hace a Tamames se está perfilando, en realidad, la silueta de Feijoo, así que Abascal podrá decir (otra cosa será cuántos le escuchen) que ni ofreciéndoles eso son capaces de dar un paso definitivo contra la inercia socialista, lo que dejaría demostrado que no hay solución posible. Y esa sería, descartado el cambio de gobierno, la mayor utilidad de la moción: concluir que no se puede echar a Sánchez porque el PP, negándose a sí mismo, no lo permite; y denunciar con ello la existencia del PP-PSOE, bloque político y realidad duopolística ya revelada en la concentración que propone Margallo (en la SER) o en su pura personificación, la pareja artística Sémper-Madina (en Onda Cero).
La moción sí sería una pantomima, un mero selfie electoral y un simple teatrillo si, constatado ese escorzo contra sí mismo del centrismo pepero, Vox se quedase ahí; si poniendo contra Sánchez a un sugar daddy transicional (más aceptable aún que su daddy real, Fraga), mantuviesen el rechazo a Vox y Vox pactara luego dócilmente.
Para Abascal esto debería ser el principio de un cambio, el último recurso al mundo generacional e ideológico que representa Tamames. Su papel sería, a modo de despedida, llevarlo hasta el estrado de las Cortes con el afecto de un nieto respetuoso para, una vez allí, ver como el Mundo Tamames dice no a Tamames. Vox llevaría al Régimen ante el espejo definitivo, Tamames contra las cosas que dice Tamames, vengándose así de tantos retratos de hiperrealismo senil que le han hecho al economista estos días. Esos retratos de hombre arrugado, mayorcísimo, absurdesco, ¡se los estaría haciendo el Régimen a sí mismo! (En la moción se hablará de Sánchez, pero será óleo sistémico, fotomatón al PP y autorretrato de Vox).
El no del PP a Tamames debería ser interpretado entonces, inmediatamente, como el no del PP a su 78, revelado como esquema ya puramente retórico por estar el PP realmente en lo nuevo, en la inercia golpista-globalista en sintonía de fondo con el PSOE.
El no a Tamames solo será una pantomima si Vox no saca de ahí la necesidad de ampliar, desde el día siguiente, la moción al edificio entero: PSOE, PP y nacionalistas, superando, en ruptura definitiva, el esquema generacional y el mundo que Tamames representa.
Ser muy radical en esto: si el PP vota no, el PP se mete en lo digno de moción. Extender la moción de Sánchez al bloque conjunto PP-PSOE sería el éxito auténtico de la maniobra y lo que permitiría a Abascal tomarle la palabra a Feijoo meses después: «no todo vale contra Sánchez». Endurecer las condiciones para cualquier acuerdo con el PP sería el resultado fértil de la moción, su feliz criatura, y la convertiría en hito en la política española. Tendría importancia, serviría.