«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.
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In the garlic

1 de marzo de 2024

Yo nunca he sabido saltar de cabeza en la piscina. De niño teníamos en el colegio clases de psicomotricidad pero jamás fui de los aventajados. El Señor me guardaba el intelecto para otras asignaturas, supongo. Mi evidente falta de atletismo no me impidió, sin embargo, nadar o bucear con la misma prestancia que el resto de mis compañeros. Adquirí la técnica del salto de bomba, que es como nos tiramos al agua algunos, y desde entonces he perfeccionado lo de vivir del tirón. Eso explica que diez años de conservatorio me sirvieran para aprender a tocar el fagot, instrumento extraño, y no el violín, tan formal. O que presida varias movidas o que cada día termine comiendo en sitios insospechados. Me gusta estar en el ajo.

Esto, sin embargo, no es en sí una virtud. No lo reivindico como mérito propio sino más bien como quebradero de cabeza. Estar en el ajo es cansado porque implica adentrarse en un océano de posibilidades que terminan por trasquilar la propia serenidad. A todos nos gustaría saltar estilosos al agua y sin embargo a veces toca anudarse bien el traje de baño —que así se llama— para terminar cayendo de bomba. Algunas veces lo pide el Señor o las circunstancias, que es su apellido; otras veces a uno le toca precipitarse a la piscina ante la mirada cómplice de un amigo; y otras, por qué no, uno se deja llevar por el instinto, tan humano, de salpicar a lo loco. Estar en el ajo uno no lo elige.

Yo celebro este empecinamiento por la jarana porque nuestro mundo nos pide superficialidad. El compromiso de meterse en lo profundo me resulta definitivamente conmovedor ante una realidad que nos invita a surfear la cresta de la ola, cuando en la playa lo más divertido ha sido siempre el submarinismo. Hay quienes pasan por el mundo como Billy Elliot, de puntillas, como quien se quiere casar por la Iglesia y al final ni se casa ni lo hace por la Iglesia. Y eso es tan del mundo que me resulta aburrido. Pocas cosas hay más modernas que ir a mear y quedarse con las ganas. Es lo que nuestra sociedad nos pide, una templanza que no es más que tibieza. Y la gente que está en el ajo sabe que después de ir al baño lo importante es, con perdón, sacudírsela. Hasta las últimas gotas.

Lo de estar en el ajo viene al cuento por el diputado Ábalos, la esposa Begoña, el masón Ángel Víctor Torres, la encubridora Armengol y el meritorio Puente. Todos ellos están in the garlic y yo les aplaudo, porque el mundo de hoy no invita a mancharse las manos y pienso yo que todas las cosas buenas han nacido del barro de un alfarero. La cúpula de los socialistas se ha lanzado a la piscina de la corrupción como lo hacía yo en las clases de psicomotricidad: de bomba. Y aunque no esperábamos tal espectáculo del socorrista, sólo puedo admirar su caída desde el trampolín. Me asombra el nepotismo del Gobierno, que es la forma más española del compromiso. Han saltado todos al mismo tiempo como un equipo de natación sincronizada y en el ajo se han metido en familia, que es la mejor garantía. No colocar a sus primos habría sido hacer el primo. Por eso brindo. Chin chin.

Ábalos y toda su cohorte se han pringado hasta el fondo. Y lo han hecho juntos, convencidos de que las últimas consecuencias valen la pena, aferrados a las postrimerías de la decencia. Me resulta envidiable ver cómo algunos practican esta virtud del compromiso irracional, bien por petición de un amigo, de un confesor, o de un aizkolari. No me sorprende que Begoña o Fracina estén en el ajo, porque uno por la familia se pringa cuanto haga falta.

Creo con sinceridad que el dantesco espectáculo del PSOE nos terminará enseñando una lección: hacer el bien de puntillas es profundamente ridículo; mucho más que hacer el mal con convencimiento de causa y rodeado de los tuyos. Los dobles tirabuzones de la izquierda deberían avergonzamos. Siento que la derecha se conforma con meter un tobillo en el agua, lo suficientemente fresca como para saltar del tirón. Veo a la oposición remojarse la nuca y me resulta patético comprobar cómo los nuestros llevan haciendo la digestión durante los últimos cuarenta años, temerosos de saltar de golpe al agua, acojonados por meterse en el ajo. Lo peor que nos puede pasar es que nos llevemos un planchazo, pero claro, para estar in the garlic antes hay que quitarse los manguitos.

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