El pasado 7 de julio, el periódico El Mundo publicaba el siguiente titular: El independentismo unilateral insta a recuperar el «espíritu de Urquinaona» el 1-O: «Aquí no se ha acabado nada». En la pieza, Germán González anunciaba la movilización que ya preparan las bandas facciosas subvencionadas por los partidos políticos catalanistas. Según González, la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) es quien encabeza la ofensiva hispanófoba. La ANC, presidida en su día por Carme Forcadell, condenada a 11 años y seis meses de prisión por delitos de sedición y malversación de caudales públicos convenientemente indultados por Pedro Sánchez, coordinador de la balcanización europeizante de España, ha anunciado la celebración de una serie de actos en los que reivindicará el metafísico derecho a la autodeterminación así como la recuperación de «las libertades perdidas por la ocupación española». O lo que es lo mismo, más de lo mismo, más de lo que estas sectas mimadas por la partitocracia española, en virtud de su necesidad para el mantenimiento del turnismo gubernamental, llevan reclamando desde hace más de medio siglo, con Ómniun Cultural, fundada en pleno franquismo, como decana.
Acostumbradas a conmemorar épicas de consumo propio, con el 11 de septiembre de 1714 como principal referente de unos hechos completamente tergiversados, estas organizaciones pretenden reivindicar lo que denominan «batalla de Urquinaona», es decir, la agresión a la policía protagonizada en octubre de 2019 por una horda de fanatizados catalanistas que se saldó con un parte de 102 lesionados, 9 de los cuales de gravedad, pues tres individuos perdieron un ojo y un agente de policía sufrió una fractura en la base del cráneo con aplastamiento de dos vértebras. Como colofón a aquella algarada, los mozos de escuadra emplearon una tanqueta para disolver a los consentidos energúmenos congregados bajo la bandera estrellada y los simplistas lemas habituales.
Pronto se cumplirán seis años del golpe de Estado que la retórica oficialista se encargó de convertir en ensoñación. Durante este tiempo, la política de cesiones llevada a cabo por el doctor Sánchez ha mantenido tranquilas las calles y acalladas las alertas demoscópicas. El presidente así lo subrayó durante la reciente campaña electoral, ha desplazado la culpa de aquellos hechos hacia todos aquellos que no están dispuestos a ver cómo un colectivo de supremacistas trata de consumar un robo de tal envergadura: el de un territorio propiedad de todos los españoles. Arropado por todos esos medios de comunicación regados con dinero público, Sánchez, que dosifica las cesiones al catalanismo, se presenta como un político moderado frente a sus crispados oponentes. Y no hay duda de que su estrategia es acertada en lo que se refiere a su finis operantis (la permanencia en La Moncloa), pues aunque el seguidista Partido Popular, que mantiene entre sus referentes al doméstico catalanohablante apellidado Aznar, hace guiños a esa entelequia llamada catalanismo moderado, la irresponsable audacia del exalumno del Ramiro de Maeztu parece, si la pugna local entre las marcas lazis no lo remedia, estar cerca de obtener, pagando con el patrimonio de todos, los votos necesarios para mantenerse en un poder cada vez más menguado. Cobertura mediática no ha de faltarle, pues la prensa generalista ha llegado a tal grado de corrupción ideológica que incluye en sus titulares expresiones tales como «independentismo unilateral», apuntando, de algún modo, a la posibilidad de uno bilateral. Dialogado, por supuesto.