Si crees que la web que peor funciona del sector público es la de Renfe es porque todavía no has intentado ahorrarte una visita a la administración eligiendo la opción de trámite online de cualquier ministerio secundario. Ayer tuve que hacerlo y todavía tengo seis certificados digitales enredados entre sí impidiéndome el paso a la cocina, una ristra de impresos aleatorios con botón de consentimiento amordazando el cable del ratón, y por la parte del ventilador del ordenador cae un torrente de errores de lo más variopintos: página no encontrada, servicio no disponible, inténtelo más tarde, algo ha salido mal, vaya usted a la mierda, actualice el navegador, no lo actualice, haga clic con firmeza en el botón izquierdo mientras se tira con profusión del huevo derecho, el proceso podría tardar unos minutos, no cierre la ventana, ciérrela que le van a volar los papeles, y si necesita ayuda, pídala.
Lo único que funciona de manera extraordinaria es la zona de pagos de la web de la Agencia Tributaria y eso es todo lo que tienes que saber lo que realmente le preocupa al Gobierno de ti. Puedes llevarlo a cualquier escala administrativa y a cualquier ámbito de la vida digital y real. El ayuntamiento puede conceder mil quinientos permisos para instalar contenedores de obra en la misma calle, comiéndose el 90% de las plazas de aparcamiento, pero si la mierda de la aplicación con la que pones el ticket para aparcar se bloquea y te pasas cinco minutos de la hora, en seguida aparece un papelito de la mafia extorsionadora en el parabrisas del coche, y da gracias que no te dejan una bolsa con una cabeza de caballo recién cortada: pague velozmente cuatro euros o le calzamos 60, que nos vienen de lujo para cubrir el gasto de las luces de Navidad masónica que estamos instalando.
Cada vez que oigo a un imbécil hablar de la «democracia que nos hemos dado», el «Estado del bienestar que nos hemos dado», y la «Constitución que nos hemos dado», me pregunto por qué no lo cuenta todo: las multas de la DGT que nos hemos dado, la extorsión tributaria que nos hemos dado, la ineficacia burocrática que nos hemos dado, los chiringuitos que nos hemos dado, y las scorts para altos cargos que nos hemos dado.
El problema es de origen. He perdido algún tiempo indagando a quién encargó el Gobierno las diferentes webs que no funcionan y que nos hemos dado. Y en caso de que seas capaz de encontrar alguna información sobre el asunto, piensas: ¿quién coño es esta gente y por qué se le habrá encargado este asunto tan delicado? A lo primero puedes responder fácil: probablemente la misma que un día te fabrica mascarillas y otro día conos de obra de para las autovías, o campañas de marketing para hospitales públicos; esa gente. A lo segundo, limítate a imaginarte algo turbio, oscuro, de pelo rubio, y con sofás de sky, y en más casos de los que crees, acertarás.
Una empresa privada necesita ganar dinero y cada esquina de cada departamento debe justificar de manera continuada que contribuye con su trabajo a tal fin. En el sector público, ganar dinero no es una prioridad. Aquello que depende del Gobierno es un «servicio público», entelequia cachonda de la que nadie se hace responsable, a menos que ardan las calles y sea necesario ofrecer una cabeza de turco —con perdón por el microrracismo— a la masa enfurecida.
Todo en los gobiernos europeos posmodernos exhala reminiscencias soviéticas: desde el cementoso, carcelario y sombrío diseño de los edificios de la administración, hasta la inmensa, interminable, infinita, inconmensurable e idiota colección de impresos reiterativos que hay que cubrir para las solicitudes más sencillas.
Ayer, escribiendo sobre otro asunto, recordé las célebres declaraciones de Caldera, aquel nefasto ministro de Zapatero, cuando le acusaron de haber provocado un efecto llamada con su regularización masiva, que trajo consigo decenas de asaltos violentos a la valla. Dijo entonces el ministro que los inmigrantes asaltan la valla porque no leen el BOE y entonces no saben que ahora pueden regularizar su situación.
Esa gente, enferma de estaditis aguda, cree de corazón que lo primero que hacen todos los ciudadanos al levantarse, a excepción de los bereberes, es estudiarse el BOE, para estar al tanto de sus deberes y obligaciones. En el mundo real, ése en el que no vivía Caldera como tampoco vive ahora Begoña Gómez ni las charos que berrean desde las vicepresidencias, cualquier español de bien, sin taras oficialistas ni posesiones satánicas de corte soviético, después de aguantar al inmenso, caótico y vil Gobierno de Sánchez, a la hora de mojar el cruasán y darle el primer sorbo al café, lo único que lee ya son las esquelas, con la confianza de encontrar pronto la suya propia, y que tenga que encargarse otro del papeleo administrativo del sepelio.