«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Ir a lo suyo

30 de marzo de 2025

Franco salvó al catolicismo salvando la vida de los católicos. Salvó a la Iglesia, le dio poder, un lugar central en la vida española y luego restauró a los Borbones.

La Iglesia, con su aggiornamento, le fue retirando el apoyo; conocimos después a los obispos del secesionismo antiespañol y ahora llega lo del Valle de los Caídos, una traición de la Iglesia a su propia verdad, aunque dirán, y a ver quién se lo niega, que la única verdad es Cristo.

La Iglesia Católica mira por sus intereses, como todo quisqui, como todo pichichi, que diría el terrible Setién. Depende la Iglesia como cualquiera de estar a buenas con el Estado y además depende del Vaticano, que es un Estado extranjero. España ha sido histórica y culturalmente católica, pero eso no quiere decir que la Iglesia Católica, ni siquiera la división española, tenga a España como prioridad.

Están muy bien el Imperio, la monarquía católica, la Hispanidad, Blas de Lezo, el Antiguo Régimen… Todo muy bonito. Pero aquí el asunto es lo nacional, la nación, incómoda instancia moderna en trance de negación, indefinición, difuminación o superación. En este punto es donde el personal se retrata. La sensación que tenemos es que la monarquía dice ser la misma España, pero en ocasiones (Paiporta) defiende su interés, su sitio y perduración en el Estado. Y sentimos que la Iglesia, con su COPE, su blandura adaptativa y su aceptación ingrata de la profanación, está defendiendo lo suyo.

Esto es muy legítimo. Y quizás lo mejor para España sea que la Iglesia permanezca, dure, sobreviva, que prolongue su eterno encaje de bolillos entre una cosa y su contraria. Pero al hacerlo, su interés no es el estrictamente nacional. Lo nacional le toca un pie. Las fuerzas que salvaron a la Iglesia eran «nacionales», pero ahora la Iglesia mira a otro lado, toma otra forma.

La derecha aprendió en Ferraz que la policía es solo la policía. Ahora aprende otra cosa. La Iglesia obedece al Vaticano, y la monarquía, para cuya estabilidad todo se pactó, es monarquía 2030, campechana, leticiesca, y ha entrado en esa situación eximente de hacer las cosas por los hijos.

En definitiva, ¿quién o qué defiende lo español? Institucionalmente, según el Sacrosanto Librillo, Sánchez.

Ortega, en el lado de los citables, se quejaba del «atroz particularismo», el ir a lo suyo de las grandes fuerzas de la vida española:

«Empezando por la Monarquía y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo. ¿Cuándo ha latido el corazón, al fin y al cabo extranjero, de un monarca español o de la Iglesia española por los destinos hondamente nacionales? Que se sepa, jamás. Han hecho todo lo contrario: «se han obstinado en hacer adoptar sus destinos propios como los verdaderamente nacionales»; han fomentado, generación tras generación, una selección inversa en la raza española».

Esa selección inversa explicaría que estén implicados los Sánchez, los Bolaños y también los Cobos. El particularismo de las dos fuerzas explicaría también su atroz ingratitud.

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