«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Koldo como chivo expiatorio

27 de febrero de 2024

Koldo es la punta del iceberg, sin duda. Lo es incluso físicamente, con esa cabecica como perdida, flotante, sobre un cuerpo demasiado grande. Pero la base del iceberg es más grande todavía, más de lo que parece, y aquí es donde deberíamos mirar. Koldo sólo es la punta del iceberg de la corrupción económica del COVID, que a su vez es la punta del iceberg de la gigantesca, inmensa, descomunal corrupción política y moral que manifestó el poder durante la pandemia. Corrupción del poder y también de la sociedad, porque nada de todo eso habría podido pasar sin el concurso activo de unas sociedades tan estabuladas que parecen haber perdido el más elemental instinto de la libertad personal.

Es una evidencia que el COVID ha servido en todas partes, pero especialmente en Occidente, para ensayar formas inéditas de políticas autoritarias. Control de los individuos y sus movimientos, control de las opiniones disidentes, control de las emociones colectivas, control del comercio y de toda actividad económica, control de las relaciones familiares, control de cualesquiera libertades públicas… El caso de la España covidiana de Sánchez, sin ser el único, es singularmente notorio. Si en España no se llegó a los extremos del Canadá de Trudeau, por ejemplo, donde se intervinieron las cuentas bancarias de los camioneros que protestaban, fue simplemente porque aquí no hubo camioneros. Por cierto que en esta política represiva en nombre de la Salud destacaron llamativamente los cachorros de esa cuadra que el mundo de Davos llama «jóvenes líderes»: Trudeau, Sánchez, Macron, la neozelandesa Jacinda Ardern… todos ellos cortados por el mismo patrón ideológico, esa nebulosa social-liberal envuelta en las etiquetas del progresismo y el globalismo. Si hoy cabe un totalitarismo en Occidente no será el de las masas movilizadas en uniforme del Partido, sino este otro de las masas inmovilizadas por el miedo en una operación de control psicológico colectivo como no se había visto jamás.

En semejante atmósfera de terror a lo invisible (el virus) y sumisión completa al bien supremo (la salud), el poder apenas necesita echar mano de la fuerza pública: ya se encarga el propio ciudadano de reprimirse a sí mismo, de delatar al vecino desafecto o dudoso, de acatar órdenes perfectamente absurdas sin hacer preguntas, de bajar la cabeza con una sonrisa agradecida musitando «sálvame, por favor». Caldo de cultivo idóneo para que los lémures del poder entren a saco en los recursos públicos y roben lo que no está en los escritos. La corrupción económica, que suele crecer en las zonas de sombra del poder, tiende a multiplicarse cuando ese poder es extremo. El poder llega a pensar sinceramente que tiene derecho al abuso. Y en cierto modo es verdad, pues ya no hay derecho: sólo una suerte de Estado de excepción permanente donde el poderoso es la única excepción a la excepción. Pero la corrupción económica es sólo una pequeña parte del iceberg. Lo más oscuro, lo que no se ve porque literalmente no se puede ver, está bajo la superficie: las instrucciones erróneas de la OMS que causaron decenas de miles de muertes, las medidas sanitarias inútiles que sólo servían para que el poder aparentara saber qué hacía, el infame experimento de unas vacunas que no eran lo que nos dijeron y sobre cuyos efectos adversos aún es imperativo guardar silencio… ¿Hay que recordar que en España la Fiscalía ordenó archivar todas las querellas contra el Gobierno por la gestión de la COVID-19? Esa es la parte que no se puede ver porque está prohibido mirarla. El poder la resolvió con un slogan cínico hasta la náusea para hipnotizar a las masas: «Salimos más fuertes». Si, más fuertes; sobre todo, los Koldos.

De manera, en fin, que si pudo haber un Koldo (y esos otros Koldos aún anónimos que por ahí andarán) es porque antes hubo un Illa y un Sánchez y un Simón: unas gentes que aprovecharon la pandemia para abusar de su posición y ejecutar un despliegue de poder descomunal. Un auténtico ejercicio de «gimnasia totalitaria», igual que García Oliver llamaba al terrorismo anarquista «gimnasia revolucionaria». Un ejercicio donde el poder se reservó la potestad de salvar a los ciudadanos con mascarillas a modo de mordaza, vacunas que no lo eran y demás instrumental taumatúrgico. Todo ello, por cierto, vergonzosamente encubierto por unos medios de comunicación que, recordémoslo, formaron parte del gran teatro. Medios que ahora señalan a la cabecica del iceberg —oh, si, tan visible— con la esperanza de que nos pase desapercibido todo lo demás. El Koldo expiatorio (o el Ábalos expiatorio). Pero no, compañeros: de un modo u otro, todos habéis sido Koldo. Cortar esa cabeza os servirá, quizá, para maquillar vuestra mala conciencia, para presentaros ahora como servidores de la verdad. Y bien, sí: caigan Koldo y todos los Koldos que lo merezcan. Pero, después, seguid escarbando. Encontraréis vuestra propia miseria: el día que por treinta monedas decidisteis ser cómplices de un infame experimento de destrucción de la libertad y de la dignidad. Demasiado pecado como para lavarlo sólo con un Koldo.

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