Habría que destacar ciertos antecedentes y circunstancias que de alguna manera deberían servir de aviso y recomendar suma prudencia a la hora de emitir opiniones o emitir juicios precipitados a la hora de pontificar a favor o en contra de determinadas naciones. Es necesario ser ecuánimes y prudentes a la hora de valorar o incluso intentar juzgar a sus habitantes o sus conductas ante ciertos desafíos demográficos.
Los Balcanes y zonas adyacentes siempre han sido regiones muy conflictivas, lugares donde se han sucedido guerras, invasiones y atropellos sin tasa sobre sus habitantes. Regiones en donde la pertenencia a un determinado grupo religioso adquiere unas dimensiones de identidad ciudadana que cualquier ataque a esa esencia cultural, despierta reacciones incalculables dada la sensibilidad de la cuestión, puesto que lo que se pone en juego es la propia supervivencia del grupo.
Un ejemplo típico de la insensibilidad de Europa Occidental, fue y es el tratamiento que se ha dado al tema de la independencia de Kosovo. Un abuso y una ofensa sin paliativos a los serbios. Es cierto que los serbios estaban practicando unas “limpiezas étnicas”- masacres de bosnios musulmanes – a las que había que poner fin, pero eso no justifica el que haya que darle la independencia a una provincia que fue serbia desde tiempos inmemoriales y que dentro de su mitología nacionalista constituye uno de sus raíces más significativas.
Kosovo es una región donde se hallan monumentos: monasterios y lugares relacionados con la nación Serbia y sus héroes nacionales desde el siglo VII hasta su derrota final frente a los islámicos en 1389, precisamente en el “campo de los Mirlos” en el corazón de Kosovo, donde pereció la flor y nata de su pueblo y parte de, de los búlgaros, ante el alud del ejercito de Murad, y que a partir de ese momento tuvieron que sufrir el vasallaje y la opresión del poder Otomano quinientos años. Un calvario en el que se vieron humillados sin tasa, durante generaciones, forzados a luchar en sus ejércitos, sus hijos raptados para servir al sultán y sangrados a impuestos, requisas y expolios constantes. A pesar de ello sobrevivieron sin rendirse. Los bosnios y albaneses se rindieron y convirtieron al Islam siendo los privilegiados política y económicamente de los Balcanes mientras duró la hegemonía otomana. Es preciso insistir en que nos referimos al Imperio Otomano y no turco, pues estos constituían una minoría dirigente y dominante, el resto eran de orígenes diferentes cuyo único lazo en común era la religión musulmana. De ahí el odio atávico hacia lo islámico en esa parte del mundo. Es verdad que todo esto parece estar muy lejos de la realidad contemporánea y constituye ese material de que están hechos los mitos y leyendas, pero no hay que negar que esas cuestiones pesan en el inconsciente colectivo de un pueblo y que es preciso respetar para no ofender. Mucho más si hablamos de fronteras, que esas si son actuales. Las ideas, los sentimientos y las emociones cuentan, aunque sean antiguas creencias o irracionales, más aún cuando tienen una base objetiva histórica. Si así no fuera, nadie se jugaría la vida por sus ideas y eso es una realidad innegable. Por eso pretender arrebatarle a Serbia la región de Kosovo, emocionalmente, fue un tremendo error, y ese error fue en gran medida lo que encendió el odio que les condujo a las matanzas de albanesas.
Con la Yugoeslavia comunista de Tito, daba igual, pues todos estaban sometidos a la dictadura del partido, y esas diferencias estaban sumergidas por la fuerza del régimen. Pero en la Albania comunista, había una dictadura tan feroz, la de Enver Hoxca, que sus habitantes huían en gran número hacia la más benévola dictadura de Tito, donde este les permitió asentarse. Mientras duró la dictadura no hubo problemas, al menos importantes, pero cuando esta se acabó, resulta que el número de albaneses musulmanes en Kosovo era lo suficientemente grande como para que una parte de esa población foránea reclamase una cuasi soberanía albanesa sobre Kosovo. Ahí fue donde la minoría restante serbia decidió emprender la terrible y brutal eliminación de grandes sectores de la población albanesa. Es lógico evitar la matanza, Europa no supo ver ni resolver el problema, y tuvieron que intervenir los EE.UU.
Una vez finalizado el conflicto, la Unión Europea, que fue incapaz de resolverlo por sí sola, cometió un error garrafal que fue reconocer a Kosovo como nación independiente. ¡Para colmo una nación independiente de corte musulmán de nuevo establecido en su territorio, por la simple razón de que eran mayoría y se habían ido refugiando en su territorio a lo largo de los años! España por cierto por razones evidentes nunca reconoció tal derecho nacional, pero eso, a la dirección de la UE, no les importo, fueron adelante dejando semejante precedente explosivo en el corazón de Europa.
¿Podemos extrañarnos de que las poblaciones de ciertos países y sus legítimos gobiernos se nieguen a dar asilo a masas de población musulmana provenientes del este? ¿Acusarles de falta de solidaridad cuando hace pocos años la propia UE impuso la ocupación de Serbia por albaneses en base a criterios “democráticos” puro recuento de votos…?
Después de las últimas dos guerras creo que los países del este, en general, no se fían demasiado de la palabra o promesas de protección de las naciones que hoy ejercen la dirección de la UE. Al menos cuando están en juego cosas tan esenciales como su forma de vida. No es que la UE no pueda funcionar, es que es necesario que las poderosas naciones occidentales tengan memoria y practiquen un ejercicio de comprensión hacia sensibilidades peculiares del devenir histórico de estos europeos, porque lo son, tanto o más que los que les acusan.