«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

La abyección del aliado

15 de septiembre de 2024

Desde hace ya un tiempo, a la postura contraria a la «violencia de género» se le llama, con escasa originalidad, negacionismo.

El negacionismo es en sí mismo malo, a imitación del negacionismo primigenio que es el del Holocausto y, a continuación, el científico. Los negacionistas serían un peligro moral y filosófico.

En el discurso feminista español, hegemónico (es decir, único posible en el que prosperar), el negacionismo pasó a tener un papel adicional. El negacionismo además «mataba». No es que negara la muerte, es que la hacía posible. Formaba parte del problema. No porque dificultara aplicar las «políticas», sino porque en sí mismo era causa.

Esto lo empezaron diciendo ‘técnicos’ y ‘técnicas’ del feminismo (periodistas y psicólogas, mayormente) y llegado un momento (que servidor hizo notar en sus humildes textillos) fue un discurso que asumió el gobierno. Como nada pasaba, nadie audible protestaba, se fue haciendo oficial.

Que fuera oficial no significaba que tuviera sentido. Es más, era casi garantía de lo contrario. ¿Cómo se relacionaban esos ‘mensajes de odio’ con los asesinatos?

No estaba muy claro, pero esta semana alguien dio un paso más y detalló el mecanismo. El instalado periodista Gonzo lo hizo en una intervención que transcribo, añadiendo entre corchetes un par de apuntes

«Un tío que este verano ha matado estoy seguro de que se le ha pasado por la cabeza más veces. Si has matado a tu mujer, en tu fuero interno, o te ha dado algo muy jodido, que nunca es la explicación [no es la explicación si eres hombre, si eres mujer puedes asesinar a tu bebé y ser declarada inimputable, como en el caso conocido esta semana] o tú ya lo venías maquinando. Tu mujer ya era para ti algo que te podías deshacer de ella. Si escuchas además emisoras de radio o lees periódicos o ves redes sociales [la televisión ya ni se molestan en añadirla] donde: ‘igual la mujer es una cabrona’… Bueno, yo escuché a una periodista esta semana hablando del caso de Rafa Mir, ‘hombre, la niña irse a las 5 de la mañana para allá…’. Si tú vas escuchando todo esto, te cargas de justificaciones, evidentemente, y ese es el peligro que creo que hay, en que hay una parte que sí ha entendido que esto es una guerra de sexos».

La transcripción no hace justicia porque fue dicho con acento gallego. El instalado periodista Gonzo es gallego y esto no es casual. Al no contar con las formas desarrolladas de singularidad de los vascos y catalanes, algunos gallegos se han especializado en una forma de sectarismo, un progresismo especialmente arrastrado. Consiguen hacer melodiosa la vileza. Son, por ejemplo, grandes ‘aliados’. Su dulzura lingüística es perfecta para la seducción política de las mujeres. Los catalanes y vascos no necesitan llegar a ese punto de melosidad y feminismo para ser reconocidos.

En esta intervención, el periodista instalado Gonzo se atreve a explicar (explicárselo además a una mujer) el mecanismo psicológico: esos discursos son justificaciones para asesinar. No sabemos cómo se aplicaría esto al caso de ETA, pero en lo tocante a la materia y negocio feminista, el llamado ‘negacionismo’ no solo negaría sino que justificaría, es decir, apoyaría, explicaría, disculparía. El asesino encontraría razones, incentivos, estímulo e inspiración. Llevas un tiempo queriendo matar a tu mujer, entras en Internet y entonces te decides.

Esto es un hito, un paso más. El señalamiento de los disidentes de la ‘viogen’ no encuentra límite en su escalada de abyección. Por supuesto, no aspiran a reducir la violencia contra la mujer. Las mujeres les dan igual. Es una forma de señalar, estigmatizar y neutralizar políticamente a los españoles que aun plantean una oposición real; fundamentalmente, y tampoco es casual, defensores de la unidad nacional.

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