«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).
Cieza, 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura. Ha escrito en diversos medios digitales y colaborado en el podcast cultural 'La caverna de Platón'. También escribe reseñas literarias para 'Librosobrelibro'. Es autor de dos libros de aforismos: 'Fragmentos' (Sindéresis, 2017) y 'Contramundo' (Homo Legens, 2020). Su último libro publicado hasta la fecha es 'El equilibrio de las cosas y otros relatos' (Ediciones Monóculo, 2022).

La burla infinita

19 de abril de 2024

Si nos sorprende que Televisión Española vaya a gastar 28 millones de euros de todos los españoles en contratar a un supuesto cómico para que durante dos años convierta un plató televisivo en un órgano de propaganda al servicio del gobierno es que todavía no hemos entendido la esencia de este régimen. La esencia del régimen es la división. La esencia del régimen es la mentira. La esencia del régimen es la escenificación de una burla obscena que, por lo que vamos viendo, sólo acabará con el agotamiento de los recursos que sostienen el entramado material de este inmenso fraude.

Un cómico al servicio del gobierno es la expresión más acabada de cuál es el estado de cenagosa degradación al que nos hemos dejado arrastrar. ¿Dinero para los enfermos de ELA, la ayuda a las familias, el fomento de la natalidad, los cuidados paliativos, el refuerzo de la seguridad en los barrios más humildes? No. Antes que todo eso, dinero para un cómico. Veintiocho millones entregados por los virtuosos paladines de lo público —«tus impuestos para sanidad y educación», recuerda— a fin de que una productora adepta al régimen monte un programa desde el que, previsiblemente, habrán de difundirse cada noche, en horario de máxima audiencia, los mantras santificadores de las políticas gubernamentales.

En esto es en lo que estamos. No existe urgencia mayor ahora mismo. España es una nación empobrecida y asfixiada por las deudas, vendida a los intereses foráneos, entregada a sus enemigos internos para que la desguacen, con su industria y su agricultura en proceso de liquidación y aquejada de una crisis de identidad que en los próximos años podría adquirir dimensiones explosivas, y la preocupación más acuciante de nuestro gobierno son los chistes. El sesgo de los chistes. La pulsión sectaria de un cómico que llega con el recado de decirnos cuál es la onda ideológica en la que nos conviene situarnos a quienes trabajamos para sufragarle la nómina.

Ahora bien, ¿por qué este énfasis en el humor? Porque el humor del que se trata aquí, el humor oficial, no es sólo el humor que halaga al poder y reserva para los oponentes el fragelo burlón de su risa justiciera. Es ante todo un humor que concuerda, punto por punto, con el ánimo disolvente que impulsa a nuestras élites. De lo contrario, este tipo de humoristas estaría excluido de las grandes plataformas televisivas, vetado en los medios importantes. Si ha triunfado es, en primer lugar, porque sus ingeniosidades no rozan, siquiera mínimante, la médula de lo establecido. ¿Criticar al poder? ¿Denunciar la corrupción y la ineptitud endémicas? ¿Apuntar el vitriolo de sus dardos contra la casta que parasita a la nación? Al contrario. Mejor un humor que distraiga de todo eso y fabrique su propio muñeco de pim, pam, pum. Un humor que no intranquilice a los que mandan y que difunda cada día, en su envoltorio jocoso, la imprescindible ración de doctrina sistémica.

El humor se convierte así en un ácido que corroe toda idea o costumbre que cuestione la ideología dominante. En un mundo infantilizado, ¿no es la risa que denigra la forma primaria que adopta la exclusión? El que no se pliegue a la visión monocroma que decretan los grandes medios —y los medios son los que ponen el dinero con el que se abastece el abrumador aparato mediático-cultural que moldea el espíritu de nuestra época— quedará expuesto a su ferocidad. Pero tiene, además, un efecto añadido este humor: hace imposible la argumentación. Con este soma idiotizador infiltrándose en los hogares como un gas de la risa del que nadie queda a resguardo, se genera una cierta atmósfera colectiva. En pocas palabras, se consigue que el criterio de verdad bascule hacia lo cómico. Quiere esto decir que allá donde este humor triunfa (un humor, insistamos, que no busca regenerar nada, sino asentar aún más la mentira y la podredumbre ya consolidadas, desacreditar mediante el ridículo cualquier intento de mostrar un camino alternativo al despeñadero hacia el que nos encaminan), el pensamiento riguroso que denuncia las imposturas y alerta de la dirección equivocada no tiene ninguna oportunidad de hacerse oír. Frente a la ocurrencia simplificadora y el chiste envasado, la idea compleja sale al mundo derrotada. Y aquí, me temo, reside el quid de la cuestión. Porque si lo que se persigue es el ocultamiento de la realidad, es decir, que a las puertas de la debacle persista un aire dicharachero de celebración perpetua, un clima socarrón y festivo aderezado con ese ramalazo de estar de vuelta de todo que nos aportan la plaga de monologuistas orgánicos y su coro de risas forzadas, entonces no hay dinero mejor invertido que esos veintiocho millones de euros.

Pagar para que la mentira prevalezca: he ahí la síntesis de esta burla infinita a la que, según se nos sugiere, debemos seguir llamando democracia.   

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