Fiestecita. Limonadita. Fresquito garantizado. Puestecitos de comida. Un montoncito de sorpresitas. Cartelito rosa, filigranitas y dibujitos de sandiitas. Yolandita cierra su campañita comunistita con una party infantil la mar de cuqui. Me muero si me lo pierdo, por todos los snoopys. En cuanto termine de hacerme las uñas y de comprarme el disfraz de Pikachu, echo a andar hacia allí, que imagino que habrá cola esperando por la Yoli, y haciendo el corro de la patata mientras no empieza.
Echo en falta, no obstante, la piñata, la búsqueda del tesoro, las palomitas, el juego de la botella besucona, y los monitores de zumba. Hacen bien los de Sumar en ocultar con estética Barbie las cartillas de racionamiento, los campos de concentración, las purgas, y la abolición de la propiedad privada, porque así podemos ir los ingenuos que queremos autopercibirnos de 18 años para cobrar los 20.000 lereles que prometió Tita Yoli para los niños que sean buenos, vistan camisetas del Ché, y admitan que se puede ser pija y comunista, que en eso consistía el siglo de la posverdad.
Las campañas electorales de la historia de España oscilan entre el empacho de aquel Fraga rodeado de gaiteiros, pulpo y empanada, y la arcada de la fiesta de pijamas de Sumar. Celebra la Yoli el botellón light en el anfiteatro que lleva el nombre Tierno Galván; tal vez aún pueda escuchar la voz cavernosa del Viejo Profesor clamando desde el más allá aquello de: «Otro de los males que parece que se adueñan de los españoles que se preocupan por las dificultades del país es la frivolidad».
Lo peor de la política frívola no es la vergüenza ajena, ni siquiera el modo en que algunos disimulan sus planes criminales para España disfrazándolos de fiesta infantil-saludable-sostenible. No. Lo peor es que desvela lo que ciertos políticos y ministros de Sánchez piensan de los españoles o al menos de sus potenciales votantes. Que tienen una edad mental que a duras penas les habilita para entrar en un parque de bolas en compañía de un adulto.
Los anuncios de los mítines son el mejor detector para saber a qué público se quiere dirigir un partido. Mientras que los del PSOE tratan de agigantar logotipos y ocultar todo lo posible al sujeto de La Moncloa para movilizar a sus militantes canosos de puño y sindicato, los de Vox apuntan a todo aquel que quiera desalojar a Sánchez sea cuál sea su edad y condición; los del PP bailan entre el homenaje a Chanquete y el guiño al votante del PSOE, un guiño que ya es estrabismo en Feijoo, y los de Sumar, por lo visto, se dirigen a una masa infantilizada de Charos y Heidis, cuya nota común parece ser la inmadurez patológica. No se veía nada tan sonrojante en disfraces electorales desde aquella «política pop» que terminó de descalabrar al PP Vasco que un día había representado la madurez y la valentía de María San Gil.
Aun así, hay algo en el anuncio del pijama party fin de campaña de la Yoli que me recuerda a los mejores momentos de la cartelería electoral municipal. Cómo olvidar a aquel talludito candidato del PP de Tías que, tras una cara con sonrisa picarona, llevaba por lema «Centrados en tías»; a Mónica, la muchacha de Coalición Canaria que se presentó toda pizpireta bajo el confuso eslogan «Puntagorda por delante»; no resultó mejor el otro municipio tinerfeño: «El Tanque por delante»; o la de Más Madrid, que creyó buena idea presentarse a la alcaldía roceña con «Las Rozas con ganas» —debimos haber visto venir lo que ocurrió con la ley del «sólo sí es sí»—; o los del PP de La Matanza en Murcia y su valla con poses de Desokupa del Barrio de Salamanca y su «La Matanza Que Quieres», que competía con el violento cartel de Coalición Canaria en la localidad del mismo nombre: «Liderando La Matanza».
En todo caso, nadie, ni siquiera la Yoli y su comunismo chupi-guay, podrá superar nunca al candidato socialista trabuqueño en 2019, a quien siempre presento mis respetos en cada cita electoral, aunque haya sido destronado: aquel Cristóbal Montero que, a su tronchante parecido, también físico, con Cristóbal Montoro, añadió la perla del mejor eslogan de la historia de la democracia: «El Trabuco que tú quieres».
Tengo para mí que la Yoli necesita a Montero en su pijama party coqueto. A Cristóbal, por supuesto.