La actriz española Melani Olivares, adoptó un niño de Etiopía. Poco antes de ir a recogerlo quedó embarazada, y tomó la decisión de abortar. No conocía al padre del hijo que llevaba en su seno y, en realidad, lo que a ella la ilusionaba era tener un hijo de un país lejano, desconociendo seguramente quien era el padre.
Las violaciones cometidas por manadas son más habituales de lo que uno podría imaginar, mucho más de lo que sería esperable de una sociedad sana. Con este tema sucede algo curioso: cuando los culpables son españoles, blancos como la nieve, sus rostros ocupan portadas enteras y no se dejan en el tintero ni el apellido de soltera de su abuela.
Algo distinto ocurre cuando los culpables son de fuera y algo más oscuros, entonces, lo primero es ocultar la noticia, y, si no es posible, se intenta proteger a toda costa la fotografía, los apellidos, la profesión e incluso el nombre de pila de los culpables.
Con los terroristas sucede algo parecido. Si el asesino no come jamón, se intenta exculpar siempre a la religión, y casi al asesino, víctima de una sociedad que lo trata mal y lo ningunea. Los medios no ponen el empeño en condenar y denunciar los hechos, sino en procurar que la religión del verdugo no se vea perjudicada, aunque este tipo de crímenes suelan cometerse al grito de Alá es grande.
Y eso aunque en el 90% de países donde los cristianos sufren persecución cruenta se suela gritar, también desde las instituciones: Allahu Akbar.
Sucede algo distinto cuando el asesino lleva una cruz en el pecho, aunque sea de adorno, o hizo la primera comunión vestido de marinerito, mira por donde si los medios encuentran la foto, todos los esfuerzos van dirigidos a demostrar que el catolicismo es una religión intrínsecamente violenta, fanatizadora, y que radicaliza y vuelve agresivos a quienes pretenden seguirla ortodoxamente.
Lloramos como plañideras cuando los medios se conjuran para hablarnos todos los días de una guerra: banderita arriba, banderita abajo en nuestros perfiles en redes. Pero nos importa un pimiento que los vecinos de arriba, que tienen tres hijos, estén a punto de separarse y necesiten a alguien que les ayude a reconstruir la que parece una vida hecha pedazos. Apadrinamos a Panjhib en Pakistán, pero no sabemos cómo se llama el vecino del rellano. Despreciamos a nuestros abuelos, que eran unos belicosos, machistas y patriarcales, y ponemos como referentes a andróginos hasta hace nada desconocidos que dicen tonterías en TikTok y todavía no tienen un pelo en la barba aunque muchos de tonto.
Y detrás de todo ello veo dos causas de miserias típicamente humanas: una es cuando despreciamos el entorno en el que vivimos porque somos unos soberbios y en el fondo nos creemos mejores que el resto. Por eso hacemos los intentos más ridículos y desesperados para intentar desmarcarnos y dejar claro que nosotros aborrecemos eso, aunque para conseguirlo haga falta abrazar lo malo por conocer.
El desprecio a lo que somos nos hace abrazar ciegamente lo que no somos. Aunque sea vendiendo la idea de que el islam es una religión feminista, no como el catolicismo, que todo el mundo sabe que los domingos después de misa, se dedica a pegar a las mujeres.
Y otra cosa muy típicamente humana es el amor a distancia. Es muy fácil amar a distancia. Ser generoso con aquel con quien no tienes que convivir. Es muy fácil dar y desparecer. Lo jodido es amar al vecino, al que te despierta con la música las noches de fiesta, del que conoces vida y miserias. Y cuanto más cerca y con más detalle se le ven los puntos negros de la nariz, más difícil es quererlo.
Pero… ¿es que acaso no es el amor acoger también la vulnerabilidad y la miseria? ¿Acoger lo conocido? Lo otro, lo de amar sin mancharnos las manos, quizá sea sólo una terapia cómoda para acallar la conciencia que no nos dejar vivir tranquilos en el silencio.
Debemos resolver estos dos problemas, que en el fondo son problemas con nuestro entorno y con nuestro interior para empezar a amar lo cercano y dejar de abrazar ciegamente lo lejano. La caridad empieza por casa. Y para eso puede venirnos muy bien la humildad, porque la soberbia y el orgullo son malos compañeros de viaje.