Sé que esto podrá parecerte el anuncio de un banco, pero dime: ¿por qué no creer un poco en las personas? La tradición de la izquierda es expandir la inmensa maquinaria de un Estado totalitario, y parte de su éxito consiste en hacerte creer que es invencible. Es un ente sordo, frío, apabullante, maquinal, e inobjetable, como cualquiera de esos mazacotes de cemento de la Seguridad Social. Pero es irreal, el Estado no existe sin los individuos que lo diseñan y los que lo ejecutan, más o menos convencidos, o más o menos coercidos. Lo que existe es el hombre —ahora la ministra estará preguntándole a su oráculo woke si esta sentencia es machista—. El Estado socialista es la roca con la que el Correcaminos aplasta una y otra vez a su enemigo, pero nosotros siempre simpatizamos con el Coyote.
De igual modo, la cultura es la respiración del alma de cada uno de nosotros. No existe algo como una cultura estatal, eso es otro espejismo de la utopía socialista. Rescato la clarividencia de O’Rourke: “Para captar el verdadero significado del socialismo, imagina un mundo donde todo está diseñado por la oficina de Correos, incluso la sordidez”. Existirá una cultura estatal cuando puedas enamorarte locamente de un ministerio, disfrutar de la belleza de un impreso oficial, o encontrarle un sentido trascendente a tu vida leyendo el BOE. Personalmente prefiero a Sharapova, un Velázquez, y Las Confesiones.
Los profesores deben elegir en conciencia entre salvar de la idiocia a sus alumnos, o encogerse de hombros
Por eso cuando contemplamos con cierta impotencia cómo el Gobierno socialcomunista desarrolla su ingeniería social, particularmente sobre los jóvenes, nos equivocamos pensando que lo único que se puede hacer es buscar un contrapeso político o legal que pueda torcer su brazo y, qué sé yo, salvar en parte de la educación, o acotar alguna de sus interminables leyes sexuales, que esta gente está obsesionada con el asunto, que no hay manera de quitarnos al Consejo de Ministros de la bragueta.
Hay una razón por la que la izquierda insiste en legislar sobre la moral y la explicó Christopher Dawson el pasado siglo: “Si el Estado ya no puede apelar a los viejos principios morales que pertenecen a la tradición cristiana, se verá obligado a crear una nueva fe oficial y nuevos principios morales que serán vinculantes para sus ciudadanos”: esa nueva fe hoy es el cambio climático, el multiculturalismo y el feminismo, un coñazo de catecismo aleatorio que, para colmo, ni siquiera promete salvación tras su extenuante valle de lágrimas. Quizá por eso el mismo autor anticipó su fracaso: “Toda sociedad se basa en última instancia en el reconocimiento de principios e ideales comunes, y si no apela moral o espiritualmente a la lealtad de sus miembros, inevitablemente se desmoronará”.
Así, sin perjuicio de la acción política, hay una esperanza mayor: el individuo. En el ámbito de la educación, el maestro, cada uno de ellos. Más allá de las locuras que impone el Gobierno, son los profesores los que deben elegir en conciencia entre salvar de la idiocia a sus alumnos, o encogerse de hombros. Y, por suerte, sigue siendo una profesión bastante vocacional, porque más allá de las largas vacaciones escolares, la vida en el aula en este siglo no es precisamente un oasis, ni una ganga salarial, que tienes ya más probabilidades de salir rajado y expoliado que yendo a la final de la Champions en Saint-Denis.
Ante los ataques a la Filosofía, más Filosofía; ante el desdén por la Historia de España, más Historia de España
Si a lo largo de la Historia hemos admirado el ejemplo de hombres valientes que desafiaron leyes injustas, que se negaron a aplicarlas, no hay razón para pensar que en España la mayoría de los maestros vayan a abdicar de su obligación formativa solo porque lo digan Alegría, Montero y Sánchez, que suman entre los tres el bagaje cultural de una cáscara de pistacho. No deberíamos dejar de espolear la parte vocacional de los maestros que conocemos, animarles a que no renuncien a formar a los chicos en la verdad y en la belleza, que es lo único que les hará ser libres. La doctrina de género es solo una secta de moda y como tal debe tratarse.
Los cristianos podemos ceñir nuestra esperanza a que Dios quiera un día iluminar a las nuevas generaciones envenenadas de mentiras, pero lo cierto es que para defenderse en este universo antinatural que parece conspirar contra todos los valores del conservadurismo, resulta de gran ayuda para Dios que no renunciemos a formar a los chicos, ni por apatía, ni por desaliento: ante los ataques a la Filosofía, más Filosofía; ante el desdén por la Historia de España, más Historia de España; ante el desprecio a la meritocracia, más meritocracia; ante la cancelación de los clásicos, más clásicos. Por sorprendente que parezca, los jóvenes siguen respondiendo mejor a la belleza y a la libertad, que a la propaganda; o dicho de un modo que hasta Garzón pueda entenderlo: siguen respondiendo mejor a un chuletón que al tofu.
En definitiva, la familia y los maestros. Cada una de las familias y cada uno de los maestros. Discúlpame esta aparente ingenuidad, pero he ahí donde reside mi mayor esperanza.