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La Gaceta de la Iberosfera
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Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

La degeneración del felipismo

13 de noviembre de 2022

Tras los fastos en conmemoración del cuarenta (!) aniversario de la victoria electoral del PSOE en 1982, hay que reflexionar sobre lo que queda de aquella época. El resultado electoral  del PSOE liderado por Felipe González fue apabullante: la mayoría  absoluta más grande  que ha tenido ningún partido en democracia.  González consiguió 202 escaños, prácticamente dobló al siguiente  partido, Alianza Popular, e hizo desaparecer al entonces partido del Gobierno, la UCD, que perdió el 77 por ciento de sus votos. La adhesión al felipismo fue casi total entre los votantes jóvenes y las gentes más dinámicas de la sociedad de entonces.

Con este capital político  se  instalaba un régimen que  ha durado, muy degenerado —esta es mi tesis— hasta nuestros días.

El felipismo es una mezcla de estatismo con apoyos claros a la gran empresa española, aunque muy despegado de Pymes y autónomos, de ahí que suframos el peor capitalismo de amiguetes (capitalismo clientelar) de Europa, ahora multiplicado por cada una de las comunidades autónomas. Un estatismo que impregna las élites políticas de funcionarios y que aún tiene un gran eco social, pues la gran mayoría de nuestros universitarios, según encuestas recurrentes, sueñan con un puesto de trabajo en la Administración.  

Vayamos a su degeneración. Los últimos años de González fueron siniestros

Un régimen que hereda el paternalismo del franquismo tardío con unos colchones sociales muy generosos y universales; es decir, que no discriminan a residentes legales e ilegales. Y así vivimos la paradoja de que el país con más paro de la Unión Europea también sufra hoy escasez de mano de obra en casi todos los sectores.

Felipe hizo que el PSOE girara hacia el atlantismo, el europeísmo y el globalismo en nuestras relaciones internacionales. Incluso trató de poner orden en el sistema autonómico —el gran fracaso del diseño constitucional— con la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (Loapa) pero con poco éxito. Pero, al menos no fueron años de mucho crecimiento del poder autonómico.

La adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea y algunos fastos internacionales como la Expo, Juegos Olímpicos y Mundial de fútbol, pusieron a España en el mapa internacional. Aquellos años se perciben como de modernización muy positiva, y de gran bonanza económica y movilidad social.

Ningún régimen es perfecto y el de Felipe González no lo fue en absoluto. Hubo poco respeto institucional en algunos momentos cruciales, y un persistente y poco democrático intento de copar la cultura y los medios de comunicación.

Pero ahora vayamos a su degeneración. Los últimos años de González fueron siniestros. Se desveló el terrorismo de Estado y también unas cotas de corrupción tremendas. A mediados de los años noventa, España tenía los peores indicadores socioeconómicos de Europa: paro, desempleo juvenil, fracaso escolar, SIDA, drogas, alcoholismo… La victoria muy ajustada de Aznar en 1996 reveló el cansancio de la sociedad española ante el modelo del PSOE, que luego sería refrendada con una mayoría absoluta apabullante del PP en el año 2000.

Es en ese momento, tras la mayoría absoluta de Aznar, cuando el PSOE empieza a realizar el giro que ahora padecemos. Del felipismo se pasa a un wokismo celtibérico. Empiezan las iniciativas de memoria histórica, el tribalismo y demás técnicas para dividir a la sociedad española siguiendo el modelo de la izquierda postmoderna. Podemos haría lo mismo con el Partido Comunista con una puesta al día que en algún momento tuvo un gran éxito pero coyuntural.

Sánchez ha llevado al paroxismo estas políticas incorporando al bloque de las izquierdas a separatistas y herederos de ETA. Entretanto, se han descuidado las bases del felipismo y se exageran sus defectos: el desprecio a las instituciones pasa a ser diario, se pierde cualquier atisbo de fineza en el uso partidista de los medios de comunicación y de la cultura, y también se pierde totalmente el peso internacional con unas políticas erráticas y muy poco confiables.

Rajoy fue incapaz de revertir el felipismo, ni siquiera su degeneración, el zapaterismo

La gran tragedia sin duda de la derecha fue la retirada de Aznar cuando empezaba a consolidarse otro modelo, otra cultura política en España. Una cultura basada en el éxito individual, en  el éxito de España en el exterior y no sólo en lo económico. Con Aznar, hubo una gran presencia de españoles en la dirección de las organizaciones internacionales. 

En aquellos años se apuntaba un liberalismo que permitiría sacar a relucir el talento y la capacidad de los españoles. Incluso hubo un atisbo de plantar cara a los separatistas con la ilegalización de Herri Batasuna. Fueron unos años buenos a los que  les faltó la perseverancia para cambiar la cultura política de forma definitiva. Hay que destacar que desde la salida de Aznar, la renta per cápita en España no ha crecido. Rajoy fue incapaz de revertir el felipismo, ni siquiera su degeneración, el zapaterismo.   

Ahora, elección tras elección, los españoles han ido votando en contra de todo lo que representa la última vuelta de tuerca de Pedro Sánchez. Esperemos que esta tendencia se manifieste de forma apabullante cuando se llame a elecciones generales, y que el Gobierno que salga de ellas esté a la altura de los  tiempos y reformule una cultura política que el pueblo español reclama desde hace mucho tiempo.

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