«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es
Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es

La destrucción de Cataluña

4 de marzo de 2024

Todos los días aparecen nuevas noticias sobre ese lío de la descolonización museística y la defensa de la cultura que la izquierda pretende abanderar contra la derechona, esa amiga de la barbarie representada sobre todo por Vox. Vayamos, pues, a Cataluña, patria chica del ministro Urtasun, y echemos un vistazo a cómo la trataron los defensores de la cultura.

Al ser preguntado sobre la posibilidad de reabrir los templos al culto una vez pasados los primeros furores revolucionarios de 1936, Companys respondió satisfecho: «Oh, este problema no se plantea siquiera porque todas las iglesias han sido destruidas».

Además del robo de objetos preciosos, muchos cuadros, altares e imágenes fueron destruidos por turbas frenéticas. Sólo en la diócesis de Barcelona fueron quemados 464 retablos góticos, renacentistas y barrocos y 172 órganos; y los partidos y sindicatos izquierdistas repartieron manuales de destrucción de las pinturas murales con fuego y ácido sulfúrico. El resultado puede comprobarse hoy en la inmensa mayoría de las iglesias catalanas, restauradas y carentes de las piezas artísticas que las adornaron durante un milenio.

Algunas de las imágenes más conocidas de cadáveres de eclesiásticos sacados de sus féretros y expuestos al sol para burla de los revolucionarios fueron tomadas en templos de Cataluña, como el convento de las Salesas en el paseo de san Juan de Barcelona.

El abad de Montserrat, Antoni Maria Marcet, escribiría que «aquellos tres años fueron los más terribles y gloriosos de la historia de España, durante los que toda una civilización milenaria estuvo en peligro de hundirse en la más desenfrenada de las barbaries». Marcet habló sobre hechos que le tocó vivir de cerca: el saqueo e incendio de miles de iglesias y conventos en las ocho diócesis catalanas, la prensa izquierdista proponiendo la destrucción de la abadía de Montserrat, el asesinato de miles de eclesiásticos de ambos sexos —exactamente 2.441— en muchos casos previa tortura, etc. Y ordenó a sus monjes en edad militar que se pasaran a la zona nacional para enrolarse en el ejército de Franco. En 1942, tres años después de su victoria, Marcet recibió solemnemente a Franco en Montserrat con estas palabras en la prohibida lengua catalana: «I en vós, senyor, veiem l’instrument de la Providència per retornar-nos els nostres temples i les nostres llars i amb ells l’exercici del dret de cristians i d’espanyols«.

Francesc Cambó, el histórico dirigente de la derecha catalanista, encabezó el manifiesto que secundaron numerosas personalidades catalanas de la política, la empresa y la cultura (pintores como Salvador Dalí, músicos como Frederic Mompou, escritores como Eugenio d’Ors, Josep Pla, Llorenç Riber, Octavi Saltor, Joan Baptista Solervicens, Agustí Calvet, Manuel Brunet, Llorenç Villalonga, Martín de Riquer, etc.) para proclamar su apoyo a Franco y pedir a los catalanes que empuñaran las armas «para el triunfo de la causa de la civilización en lucha contra la barbarie anarquista y comunista»:

«Los que suscribimos esta declaración somos hombres de diferentes ideologías y procedencias. Somos catalanes, y con esta sola característica común, unimos nuestras firmas para protestar contra la actuación de los hombres que hoy detentan el gobierno de la Generalidad y que pretenden identificar los sentimientos y la voluntad de Cataluña con la tiranía de los anarquistas y marxistas que asesinan con refinamiento de la más bárbara crueldad; que han destruido tesoros de arte que nos habían legado las generaciones pasadas como patrimonio espiritual de nuestra tierra; que arruinan nuestra economía con groseras experiencias en todas partes desacreditadas, y deshonran a nuestro pueblo con locuras y crímenes sin precedentes en la historia».

George Orwell, llegado a Barcelona en diciembre de 1936, fue testigo de que «casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. Durante los seis meses pasados en España sólo vi dos iglesias indemnes». Una de ellas fue la Sagrada Familia, lo que Orwell lamentó por considerarla «uno de los edificios más feos que he visto en el mundo entero. Creo que los anarquistas demostraron mal gusto al no dinamitarla cuando tuvieron oportunidad de hacerlo».

Peor suerte corrió el adyacente taller de Gaudí, incendiado mientras profanaban la tumba de Josep Maria Bocabella, promotor y fundador del templo. En aquel incendio desaparecieron dibujos, maquetas y planos dejados por Gaudí para la continuación de las obras, con las desoladoras consecuencias estéticas que hoy pueden observarse.

También fueron profanadas las tumbas de otros egregios catalanes como el obispo Josep Morgades, gran defensor de la lengua catalana y restaurador del monasterio de Ripoll. La misma suerte corrieron, durante el saqueo e incendio de la catedral de Vich, las tumbas del obispo Torras i Bages, eminente figura del catalanismo conservador con cuyo cráneo jugaron al fútbol, y de san Bernardo Calbó, obispo de la diócesis en el siglo XIII. Otra catedral que sufrió similar destino fue la de Gerona, de la que fueron exhumados y esparcidos los restos de san Narciso, obispo del siglo IV y patrono de la ciudad.

El monasterio de Ripoll, panteón de los condes de Barcelona, destruido por las turbas anticlericales en 1835, fue saqueado de nuevo por sus continuadores de 1936. También fue 1835 el desamortizador año en el que comenzó la destrucción del monasterio de Poblet, panteón real de Aragón desde el siglo XIV. Fue saqueado y destruido por anticlericales y ladrones que, no satisfechos con los tesoros artísticos, profanaron las tumbas reales en busca de joyas. Pocos huesos, esparcidos e inidentificables, pudieron ser rescatados. Ambos monasterios y panteones fueron reconstruidos por orden de Franco, que en 1952 asistió a la inhumación definitiva de los restos profanados. Otras restauraciones destacadas fueron la de la estatua de la virgen de la Mercè, patrona de la ciudad condal, y la de la basílica de su nombre, reconstruidas en 1959 tras su destrucción en 1936.

Pero, ¡maravillas de la propaganda!, el odiado en Cataluña es Franco, no la izquierda que la destruyó. En Cataluña y en toda España, claro. Por eso ha dado tanto juego a una izquierda fiel a sus tradiciones necrofílicas. Algo oscuro late en el fondo de los corazones de estos autoproclamados defensores de la cultura frente a la barbarie derechista.

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