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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

La división multiplicadora

10 de abril de 2024

Aunque sorprenda mucho a Jorge Bustos, pedí un mes de permiso en LA GACETA para repasar mejor mi inminente próximo libro y, sobre todo, para poder leer más. Pero el zumbido de la política española lo tenía de fondo, qué remedio. Especialmente cuando leí a Jeremy Dauber en El humor judío. Una historia seria contar esta historieta jocosa: Mientras el maestro Yitzchok reza, sus discípulos lo observan atentamente. Después de un largo rato, apartándose la mano de los ojos dice: «He rezado para que los ricos repartan sus bienes con los pobres y todo el mundo sea igual. Y tengo una buena noticia: ¡ya he conseguido la mitad!». Los discípulos, un poco incrédulos, pero felices, preguntan: «¿De veras?». «¡Sí! ¡Los pobres ya han dicho que están de acuerdo!».

Cuando Pedro Sánchez habla de alzar muros entre españoles está exactamente queriendo colarnos un Yitzchok. Dividir a los ciudadanos para tener con él a la mitad más uno y seguir gobernando siempre. Que su estrategia de los muros coincida con su obsesión con Cuelgamuros es una casualidad de justicia poética, porque eso es lo que quiere hacernos: colgarnos sus muros. Los levanta con demagogia ideológica remitiéndose a la Guerra Civil, porque mentar los dineros, con Koldo y Begoña en la mochila, más que levantar muros levantaría suspicacias.

Esta estrategia de dividir la sociedad para ganarte el aprecio acrítico de la mitad más voluminosa es bastante antigua, pero funciona y los pensadores de la nueva izquierda la han vuelto a poner en circulación vertiginosa. Aquí, de nuevo, Sánchez es tan podemita como Iglesias, pero con más éxito.

Sin embargo, por fortuna, el método Yitzchok tiene los pies de barro. Por eso es, además de una táctica política, un chiste judío. Los hombres no nos dividimos aritméticamente. Hay matices gordísimos y subterráneas sensibilidades y simpatías.

Lo que nos aboca a una reflexión de táctica política. Cuando nadie le discute a Yitzchok o a Sánchez la división electoralista que ellos proponen para beneficio propio, la división misma se impone porque nadie le aplica la prueba del nueve. En cambio, si cada muro que levantase el PSOE se encontrase con el ariete de un chiste como el judío o con una crítica más desarrollada o con una contra acción política, la división se disiparía en el aire como el burdo truco que es.

La postura de no entrar al choque frontal con los postulados ideológicos del PSOE, porque «la confrontación nos perjudica» es reconocer tácitamente esas divisiones maniqueas hasta el extremo de que ni refutarlas conviene. En realidad, la refutación conllevaría hacer nuevas operaciones y ver que la división no era tan elemental como se pretendía al principio. Ni tan rentable.

A los que pretenden multiplicar con la división hay que contestarles con claridad, denunciando esa estrategia de tan burda aritmética. Contra la división, sumas y contra los divisores, restas. Tras dejar pasar unas semanas prudenciales, para que no parezca que se va al rebufo de las provocaciones del presidente Sánchez, vuelve a ser el momento de la que la Comunidad de Madrid declare Bien de Interés Cultural al Valle de los Caídos. Por tres razones: por bien, que lo es; por interés, ya que conviene no entregar todas las batallas y, sobre todo, por cultural, puesto que sacaría al monasterio —oficialmente— del debate político estricto.

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