«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

La elíptica

19 de agosto de 2021

Siempre he desconfiado de la bicicleta elíptica. La tengo en casa. La miro. La esquivo. Conversamos vagamente. Y alguna vez también me subo y pedaleo, rollo talibán desatado. Pero tengo para mí que oculta algo. En casa tengo otros objetos que son, a priori, más peligrosos, como los cuchillos jamoneros, las bombonas de butano, o la fregona. Pero la que siempre me ha inquietado es la elíptica, con esa forma de girar el cuerpo que te hace poner el culo en la posición de la tierra, mientras tu cabeza representa a la luna llegando tarde a un eclipse. Ahora he descubierto el secreto. La bicicleta estática convencional te convierte en un hámster endemoniado. La elíptica, en un ser de luz. Tal es su secreto, su magia transformadora.

Esta semana, cuatro carniceros barbudos con turbante negro descubrieron la elíptica del palacio presidencial afgano y hay un montón de periodistas más felices que si hubieran descubierto el desodorante. Esa imagen lo ha cambiado todo. 

Por obra y gracia de la elíptica, ahora los talibán son buena gente. Sí, el tipo de vecino que saluda en el ascensor, que ayuda a las viejecitas a cruzar la calle…

A la muchacha de la CNN, en plena conexión, le interrumpían hordas de talibanes gritando “¡muerte a América!”, y la chica dijo en directo que, aún así, parecen majos. En España la televisión pública se preguntaba si ahora los talibanes son “menos radicales”, un periódico tituló sin rubor que garantizan los derechos de la mujer, aunque “dentro de la sharia”, y un corresponsal tuiteó que Estados Unidos llegó a Kabul “a base de misilazos”, mientras que ellos lo han hecho “sin pegar un tiro”, aunque tal vez era solo una apreciación matemática y quería decir que lo que hicieron es pegar varios. 

De modo que ya lo tenemos aquí: por obra y gracia de la elíptica, ahora los talibán son buena gente. Sí, el tipo de vecino que saluda en el ascensor, que ayuda a las viejecitas a cruzar la calle, y que lleva una cervecita fría bajo el turbante, por si se encuentra a alguien sediento. Es increíble lo que hace una bicicleta. Los ves ahí, tan infantiles, gira que te gira, con la túnica que va y viene, como un nuevo rico en un japonés del barrio de Salamanca, y casi te dan ganas de abrazarlos si no fueran antivacunas.

Junto a la toma de Kabul, hemos visto también a los talibanes bailando por las calles de un modo desconcertante, blandiendo siempre sus kalashnikov, para alegrar la velada si se tercia. Parece obvio que hay algo turbio en esa forma aleatoria de danzar, entre el espasmo y el libre albedrío de las extremidades, más propia del amanecer del tercer día de una rave en Llinars. Pero aún así, a gran parte de la progresía mediática, también el baile les parece que humaniza, que muestra una nueva cara festiva y vegetariana de los islamistas. Y lo entiendo. A veces son tan monos que dan ganas de arrojarles cacahuetes.

Igual que Joe Biden, que, en la sacudida de una ráfaga de viento, levantó la cabeza en el Despacho Oval y preguntó a su gente: “¿han salido ya los últimos de Saigón?”

Entretanto, a Pedro Sánchez le pasaron una nota diciendo que había que evacuar de inmediato. Y se fue corriendo al baño del chiringuito. Demasiada cerveza. Más tarde le aconsejaron sacarse una foto trabajando, y se enfundó el traje, pero olvidó sacarse las alpargatas, que ahora ha borrado Moncloa, porque el presidente había quedado un poquito cayetano, y eso que el daiquiri quedó fuera del plano. Se habría ahorrado el mal trago si hubiera tenido a mano una bicicleta elíptica. 

Igual que Joe Biden, que, en la sacudida de una ráfaga de viento, levantó la cabeza en el Despacho Oval y preguntó a su gente: “¿han salido ya los últimos de Saigón?”. Después volvió al sopor de sus lejanos pensamientos, y ni siquiera escuchó las risas. Subido a una bicicleta elíptica no habría tenido aliento para preguntar nada. Pero eso solo lo saben los talibanes.

Pronto se extenderá su efecto entre los líderes más discutidos, y veremos a Kim Jong Un, a Nicolás Maduro y a Xi Jimping, tratando torpemente de hacer girar los pedales, sudorosos y joviales, vestidos con su ropa de escardar cebollinos. Y eso los reconciliará con la condición humana.

Será entonces cuando, al fin, los líderes de la ONU, vestidos todos con tutús ecológicos, pin de Agenda 2030, sombreros de colorines, y subidos a su elíptica, volverán a contar a los talibanes ese chiste que tanto les hace reír: “El Consejo de Seguridad pide el cese inmediato de todas las hostilidades y el establecimiento, mediante negociaciones inclusivas, de un nuevo gobierno unido, inclusivo y representativo, incluso con la participación plena, igualitaria y significativa de las mujeres”. Y los amaremos muy fuerte y muy inclusivamente.

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