Empezó el nuevo Sálvame, el de Sánchez, el Sánchame, también llamado La Familia de la Tele (TVE), con un gran despliegue en el que se gastaron bastante dinero. Que el inicio del programa haya coincidido con la campaña de la Renta es un estímulo para el contribuyente: pagamos hospitales, trenes que se detienen y mamarrachas, achos y aches (dicho por ellos mismos) que desfilaron todos a la gaya manera, que para eso somos modernos, entrando en el Ente Público, sin oposición, a una hora vespertina en la que sus innumerables interinos y pasilleros galdosianos ya habrían salido.
El programa como tal empezaba el martes, ayer, con la entrada en el plató, inmenso plató-barrio, que no es nada para quienes llevan años haciendo un plató-país.
Para muy cafeteros diremos que este inmenso plató se parecía más, sin embargo, al minúsculo de su período anterior (el Ni que fuéramos) que al original del Sálvame, porque el de Telecinco era un plató del que se salía a través de pasillos y exteriores, en un dentro y fuera que más que plató era un entero estudio.
El de TVE es tan grande que todo tendía a un 360 grados que deparó repetidos planos de la nuca de Kiko Matamoros, con más costurones que Boris Karloff.
Las operadísimas caras tenían, sobre todo el lunes, a la luz del día, un algo de máscaras africanas que se naturalizaban al contraste con la del presentador Aitor Albizua, un cruce irreal entre Buzz Lightyear y Joseba Beloki.
El Sánchame recurre al colorismo, al abigarramiento y al desorden marca de la casa, pero de un modo excesivo. Todos hablando a la vez. No está la figura autoritaria del director, que hacía de Chicho en plató, Valldeperas; ni está Jorge Javier, que sería malo, pero era el ingenio conductor.
«Somos caóticos», se disculpaba la Patiño, que pasa del yo a la primera persona del plural, en lo que podría ser un buen lema gubernamental. La movilidad reporteril del programa podría integrar la realidad toda del Telediario, conectar con Óscar Puente, por ejemplo, diciendo desde la vía del tren eso de «he venido sobre el terreno para ver la dinámica de la comisión de los hechos».
El Sánchame podría servir, en el mejor de los casos, para dirigir troncalmente la narrativa. Ser el caos-río del que salgan los afluentes caóticos de cada día. Porque lo de entretener les va a costar. Hay demasiada gente y falta autenticidad de chisme, pero ¿de quién o qué puede hablar una televisión pública?
No hay dudas: de la Pantoja. La Pantoja será La Otredad, como la ultraderecha. La Pantoja será Franco, el tito Agustín será José Antonio y Cantora el Valle de los Caídos.
Por eso apareció por allí Isa P, embarazada (aunque la llamaban «gestante), que dijo ir «con la cabeza muy alta» por llevar tanto tiempo viviendo de la tele, frase totalmente innecesaria en el lugar de trabajo de la Intxaurrondo, donde casi cualquiera que no tenga delitos de sangre puede ir muy digno.
Es curioso: Isa Pantoja en TVE nos parece mucho más que en Telecinco. Podría perfectamente ser ministra o subsecretaria. O sea, TVE baja el nivel respecto a Telecinco, que nos parece una BBC por comparación.
Echamos de menos su copyright, su know-how. Su tecnicolor. El público, por ejemplo, no es el mismo; en TVE hay demasiado, hasta ser impersonal; y no eran las tromboflebíticas de Vasile, sino otras, más acharoladas, un público pluralizado, racializado incluso y con personas que tenían el aspecto inconfundible de votar PSOE (como de liberado con riñonera).
A las 16:13 ya lloraba Lydia Lozano, que ha perdido a su madre.
Pantoja, las lágrimas de Lydia y el morro a medio torcer de Belén Esteban. La base del programa está, pero falta algo. Hay mucho espacio y mucho ruido y mucha gente pero sin aquella calidez en la luz, esos dorados en las mechas, esa cercanía de corrillo, esa intimidad para el despelleje. El ágora de lo público no es para eso y además el sanchismo lo empequeñece todo. Manda mucho en España, pero en una España que se va quedando muy pequeña. Como este Sálvame, que es menos Sálvame porque ya está preñado de PSOE.
La izquierda ridiculizó mucho tiempo la llamada telebasura y el corazón hasta que la descubrieron. Ah, entonces… La acabaron injertando de wokes, nuevos mariquitas colectivistas, feminismos ministeriales y cosas así hasta acabar en manos de El País, nacionalizando el Chuminero*. Ahora será la disolución de Belén Esteban en Bop Pops (qué boda sin la tía Juana), Samantha Hudson, sonrisa del sanchismo, e Inés Hernand, que ni baila, ni canta, ni actúa, pero no van a dejar que nos la perdamos. Cada vez que el patriarcado, en el cuerpo prometeico de Kiko Matamoros, la interrumpía, sentíamos una íntima satisfacción. Podrán ocuparlo todo, pero la realidad seguirá pidiendo socorro con su código Morse.
*Baile a menudo impredecible y de gran contenido pélvico, inspirado en Tina Turner, con el que Lydia Lozano se arrebata.