«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

La Europa que viene (en patera)

6 de agosto de 2024

Dice «don Arturo» (Pérez Reverte) que la transformación geopolítica de Europa viene hoy en patera. Hace no más de cinco años, poner negro sobre blanco esto, en la página de un diario de tirada nacional, era impensable. Sostener algo así era propio de teóricos de la conspiración, de derechistas identitarios o seguidores de la «teoría del gran reemplazo» de Renaud Camus. Con respecto de las invasiones bárbaras, en tiempo récord, hemos pasado del gorrito de papel de aluminio al «irreversible factor de civilización» que suponen las oleadas de inmigrantes; o bien, a que la inmigración «ni se debe parar ni es posible hacerlo». Previamente ya nos habían engrasado las ruedas de molino con el lubricante del enfoque «maduro y adulto» del asunto. Ello implicaba, por ejemplo, que los Glutamato Ye-Yé (¡los negritos tienen hambre!) de la prensa moderada nos contaran lo simpáticos que son los taxistas de origen marroquí que frecuentan la madrileña calle de José Abascal o la exquisita educación de los menas que invita el PP al Congreso. El problema es el «odio», resaltan. ¡Cómo si no conociéramos el uso torticero del término que lleva haciéndose décadas en otros países europeos!

Yo, que todavía no tengo una edad ni una biblioteca, puedo estar equivocada, pero pienso que Pérez Reverte yerra al anunciar que nada puede hacerse por evitar la Europa que viene. En este sentido, la recuperación de nuestra soberanía es la clave, aunque sabemos lo que ello implica y quizá, por el momento, haya que buscar otras soluciones para evitar ser arrastrados por Bongo e Icham. Eso sí, a lo largo de las últimas semanas hemos leído mucho sobre el manejo de lo que nos llega y la solidaridad autonómica, y, sin embargo, nada sobre cómo atajarlo en origen, combatir las mafias o qué medidas tomar para evitar el efecto llamada. Asimismo, nos explican la urgencia que tenemos de población alógena, pero no mencionan nunca cómo incentivar el aumento de nuestra tasa de natalidad. Existe, es cierto, una colección de viejóvenes y de búmeres que entiende la invasión como algo que oscila entre la necesidad y la fatalidad. No es así.

Evidentemente, las civilizaciones acaban siendo reemplazadas, pero esto no suele ser un proceso exprés, sino el resultado de capas y capas de interposición de culturas que acaban sedimentando a lo largo de los siglos dando lugar a nuevos grupos humanos. En el caso de la nuestra concurren esfuerzos ímprobos para catalizar la transformación: el estado palmario de decadencia y putrefacción de la vieja Europa es el resultado de su infestación con ideologías disolventes, la corrupción política y moral y el abandono del cristianismo. Nada de ello ha ocurrido sin que las élites rectoras hayan echado una mano. O las dos. Así pues, el alud migratorio —provocado, no seamos ingenuos— constituye el tiro de gracia, contribuye a hundir una sociedad ya muy tocada.

A estas alturas es deplorable seguir justificando que se «necesita» un tipo de inmigración que jamás se integra: a Bongo se le utilizaba como herramienta de dumping social y bien que aplaudían algunos. Nada es «el curso de la Historia» ni ha ocurrido de manera «natural».

El escritor incide de nuevo en que Bongo merece ganar (¡el futuro!) —frente al joven europeo que merece la cuneta de la vida— olvidando que el africano llega formateado del bled, globalización obliga, en lo peor de la cultura occidental: materialismo, consumismo e hipersexualización. Y sin haber dejado atrás la violencia que forma parte de su día a día.

Bongo no es el buen salvaje de Rousseau, porque ya ha sido corrompido en origen por ese tipo de sociedad para winners en la que él cree. Lo que ocurre es que Bongo quiere todo el pastel. No atiende a nuestras normas. Sabe que tiene patente de corso —nunca mejor dicho— y que hemos abandonado toda reflexión al sentimentalismo más cutre, a la pura emoción. De ello se aprovechan también las mafias que trafican con carne humana, ciertas ONG —¿financiadas por quién?— y algunos sátrapas de aquí y allí para ponernos contra las cuerdas.  El resultado es que cada vez más zonas en Europa son ya auténticos estados fallidos.

Desconozco si la destrucción de la familia, las naciones y la Historia que deja a nuestra civilización como un monte de orégano para la inmigración islámica es reversible, pero se podría empezar por no demonizar desde los medios, ni tratar como delincuentes por parte de las autoridades, a los pueblos que se niegan a asumir como «aporte civilizatorio» que maten o violen a sus hijos.

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