«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

La función latente de la mitología progresista

20 de mayo de 2023

Al observar con detalle el clima de la Tierra, a los Gobiernos y sus conmilitones, los científicos en nómina, les interesa destacar los extremos desastrosos o, como se dice ahora, las «emergencias».

Los Gobiernos son los primeros interesados en mantener la inflación y los crecientes impuestos. De esa forma, se aseguran su permanencia en el poder, aunque la nación se endeude más. La refuerzan con políticas dizque redistributivas, esto es, subvenciones de todo tipo a los múltiples chiringos humanitarios, científicos o de simples grupos de presión. La condición tácita es que los receptores de las ayudas públicas sean sumisos al poder. El pueblo contribuyente aguanta porque los sacrificios pecuniarios se subliman con la inmensa satisfacción de poder salvar al planeta. Por eso, también los Gobiernos progresistas fomentan el ecologismo a ultranza, como respuesta a la catastrófica emergencia climática. Un pueblo amedrentado por telúricos males ignotos guardará fidelidad a los que mandan, sus protectores. Ni por pienso se acepta el contraargumento de que, en épocas pasadas, ha habido, también, alteraciones bruscas del clima, sin que entonces se pudieran achacar tales desastres a la acción de la industria, la urbanización o el tráfico automóvil. Ahora es fundamental que permanezca esa culpa colectiva en el ánimo de la gente.

Aun en la prosa rigurosamente científica, hay lugar para lo que, en mi tierra de nación, se llama «discuentos», esto es, los motivos cautelosos, hasta irracionales, de la conducta humana. Por eso argumentaba Einstein que «Dios no juega a los dados». Siempre se ha sostenido que el corazón tiene sus razones que la mente no entiende. En la jerga sociológica, llamamos «función latente» a la que se oculta o se disimula, pero permanece activa y ayuda a explicar lo inexplicable.   

Reconozco la buena fe de los científicos al utilizar la razón sistemática en sus métodos. No hay que despreciar tal orientación, sino animarla. Empero, la naturaleza humana permite la continua apelación a los «residuos» (según la terminología de Pareto) irracionales, emotivos. Tanto es así que yo me atrevo a interpretar la ideología progresista como una especie de religión de tejas abajo.

Puede parecer estrambótico el reconocimiento de una extraña religión mundana para tipificar a los actuales mitos progresistas. Anotemos algunos de sus dogmas: la emergencia climática, el feminismo radical (el sexo como una decisión voluntaria) y el bobo animalismo. No obstante, no hay que extrañarse mucho de tal sustitución. Ya lo dijo Chesterton: Cuando uno deja de creer en Dios, se halla dispuesto a creer en cualquier cosa. Recuérdese el mito del becerro de oro con Moisés.

Con esta diatriba no quiero decir que no debamos preocuparnos por la indómita sequía que asola a una buena parte de Europa y África. Antes bien, hemos de reconocer que similares trastornos ocurrieron en tiempos pasados. Baste recordar el calentamiento de la atmósfera en la alta Edad Media, la gran seca de 1540 y la pequeña glaciación en el siglo XVII; todo ello referido a la pequeña península europea. Más reciente para España ha sido la «pertinaz sequía» de los años cuarenta del siglo pasado. Tanto es así que los desastres climáticos se convierten en un elemento recurrente de la historia de la especie humana. Lejos de ser una anomalía de la Tierra, es más bien la plenitud de su cósmico deambular.

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