«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

La gran sustitución (un vídeo en tu móvil)

1 de abril de 2025

Que levante la mano quien estos días atrás no haya recibido en su Telegram o en su WhatsApp, en su cuenta de X o de Facebook o de Instagram, uno o más de esos impactantes vídeos con muchedumbres de musulmanes en Granada o en Turín, en Bilbao o en Montpellier, en Vitoria o en París, celebrando el final del Ramadán. En la mayor parte de los casos se trataba de actos promovidos por los poderes públicos (europeos), cenas masivas a cargo del erario municipal o concentraciones multitudinarias en campos de fútbol. En España, donde todo tiene siempre un toque esperpéntico, el excelentísimo señor don Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, o sea, el Froilán de toda la vida, no dudó en celebrarlo en solidaridad con los musulmanes de Abu Dabi, donde reside. En todo caso, y Froilán aparte, el mensaje de estos días era inequívoco: estamos asistiendo a una gran sustitución demográfica. Quizá ellos no sean más (aún), pero son, mientras que nosotros estamos, pero no somos.

La idea de la «gran sustitución» (grand remplacement) se le ocurrió hacia 2011 a un escritor francés llamado Renaud Camus. Un tipo interesante: socialista durante muchos años, homosexual, criado entre lo más rancio de la izquierda cultural francesa (fue discípulo de Barthes, por ejemplo), progresivamente preocupado por la estética y la ética de la inocencia y las buenas maneras… Nada más alejado del estereotipo del «facha». Pero fue precisamente ese interés profundo por la civilización y sus formas lo que le llevó a la constatación de que todo ese mundo, que podía ser hermoso, estaba retrocediendo ante el surgimiento de una sociedad nueva, sin formas, o quizá con formas nuevas, ininteligibles para un europeo, como consecuencia de la inmigración masiva de poblaciones ajenas. No es una cuestión de racismo o de xenofobia: es una cuestión de des-civilización, como explica en otro de sus libros. La civilización europea, en efecto, está dejando de ser. Se está des-civilizando. La gran sustitución —dice la Wikipedia— es una teoría de la conspiración de extrema derecha. O sea, que es verdad.

¿Por qué? ¿Por qué está pasando esto? ¿Por qué el poder es el primer promotor de nuestra «gran sustitución»? Porque le conviene; no hay más. Europa está dejando de ser una asamblea de democracias para convertirse en un agregado de oligarquías. La idea es de Emmanuel Todd, y es clave. A las oligarquías no les interesa que haya un demos, es decir, un pueblo estructurado, con identidad propia y, por tanto, con herramientas para organizar su defensa colectiva. Les resulta mucho más práctico, por manejable, un pueblo desarticulado, compuesto por individuos incapaces de construir solidaridades colectivas o disperso en grupos sin fuerza suficiente para convertirse en poder de verdad. Además, desde el punto de vista económico —y eso es determinante en el mundo del poder actual—, una sociedad así compuesta es mucho menos exigente. Ésta es una de las razones fundamentales de la inmigración masiva que los poderes públicos han promovido en Occidente en el último cuarto de siglo. Vance lo explicó muy bien cuando les reprochó el fenómeno a los grandes financieros norteamericanos. Globalizar la mano de obra importando masas extranjeras de escasa cualificación ha permitido abaratar los costes y aumentar los beneficios. Al dictado de esos intereses, los poderes públicos se han sumado con entusiasmo a la tarea de disolver la identidad histórica de nuestras sociedades. Todo ello, por supuesto, ha sido en perjuicio del obrero autóctono, de las clases trabajadoras y de unas clases medias crecientemente depauperadas. Pero uno de los signos distintivos de las oligarquías es que toda esa gente les importa un bledo, porque ellas no sufren las consecuencias. Cada vez más divorciadas de su pueblo, en último extremo prefieren hacerse otro «pueblo» nuevo. Y eso es exactamente lo que están haciendo.

Mientras todos asistíamos al imponente —y, en cierto modo, envidiable— espectáculo de una comunidad extranjera dispuesta a mantener su identidad como parte del nuevo pueblo construido por las oligarquías, aquí, en España, algunos miles de fieles católicos acudían a una basílica, la del Valle de los Caídos, sujeta en este momento a grave riesgo de desacralización. Apenas nadie reparó en esos fieles, esos restos extinguibles del pueblo viejo: silenciados por los telediarios de las cadenas del consenso y por las grandes cabeceras, despreciados por el poder político, ignorados incluso por la jerarquía eclesiástica. Ese mismo poder político que sufraga las grandes exhibiciones de fe de los musulmanes residentes en suelo europeo. Y esa misma jerarquía eclesiástica que, esta semana, concluía la primera jornada de su sesión plenaria ofreciéndose al poder político como mediador, pero no para salvar la sacralidad del Valle de los Caídos, sino para regularizar a medio millón de inmigrantes ilegales. Porque, sí, la jerarquía eclesiástica forma parte ya de esas mismas oligarquías, incluso si en algún caso no es consciente de ello.

¿El viejo pueblo, traicionado por todos, está condenado a desaparecer? Quizá no. Aún es más numeroso. Pero sólo sobrevivirá si alcanza a tomar conciencia de lo que es. La palabra es ser, en efecto. Y ser, como decía Maeztu, es defenderse.

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