La especie humana reparte a sus individuos, salvo rarĆsimas aberraciones genĆ©ticas, en dos sexos: macho y hembra.
La lengua de Cervantes, algo menos fascista, hace lo propio con sus palabras en tres géneros: masculino, femenino y neutro; pero aquà hablamos de sintaxis y no de alcoba.
A lo largo de la historia, hasta bien entrado el siglo XX, con sus altibajos, con mejores y peores intenciones y con Ć©xito dispar, podemos sostener que caciques, prĆncipes y gobernantes de diverso pelaje se empeƱaron en civilizar a sus pueblos.
Una grotesca narrativa, declamada con aires Ć©picos en una jerigonza incomprensible que llaman ālenguaje inclusivoā
La Argentina no fue la excepción, pero mucho ha cambiado todo de SĆ£o Paulo a esta parte. La casta de subnormales que oprime ā aunque no gobierna ā el paĆs, muy alejada no ya de la civilización sino sobre todo de la alfabetización, como no puede civilizar, deconstruye (el corrector ortogrĆ”fico me recuerda que esta palabra no existe).
ĀæY cómo deconstruye? HaciĆ©ndose eco de una grotesca narrativa, declamada con aires Ć©picos en una jerigonza incomprensible que llaman ālenguaje inclusivoā. Profiere fervorosos aullidos en los que cada palabra termina con la letra āeā para voltear la hegemonĆa del macho y evitar la invisibilización de la mujer (curioso ser invisible este, que el mundo masculino no deja jamĆ”s de contemplar embobado).
También deconstruye la opresión machista garantizando a la hembra el derecho de matar a su cachorro
Deconstruye tambiĆ©n escribiendo las leyes y todos los actos pĆŗblicos con gran profusión āciudadanos, ciudadanas y ciudadanesā, āresidentes y residentasā, āempresas y empresosā, a pesar de que tal dispendio de papel cause estragos en la jungla amazónica y vaya a saber quĆ© efectos sobre el agujero de ozono, la huella de carbono y la vida extraterrestre.
TambiĆ©n deconstruye la opresión machista garantizando a la hembra el derecho de matar a su cachorro, mientras lo haga antes de parir, con ayuda de todo el sistema de salud y a cuenta de la recaudación impositiva. Lo hace llamando a la mujer persona gestante, dejando a parecer que los Ćŗteros pudieran ser masculinos en esta argamasa de biologĆa, sintaxis y placeres torcidos.Ā
Al final, menos violentamente pero en el colmo de la estupidez, lo hace reconociendo el derecho a la identidad de gĆ©nero segĆŗn el sexo autopercibido. Pero, en el hermoso mundo de las identidades enlatadas, Roberto no necesita la mesa de operaciones para convertirse en Sheila, ni depilarse las piernas, ni afeitarse. Ni necesita cambiar sus gustos sexuales. Tampoco, en rigor de verdad, llamarse Sheila: puede seguir siendo un vigoroso Roberto, de rizadas barbas, y pueden seguir apeteciĆ©ndole las buenas mozas, pero con una visita al registro civil y la exteriorización de su voluntad de ser reconocido como mujer, la sociedad debe reconocerlo y tratarlo… perdón, tratarla como tal y garantizarle todos los sagrados privilegios de su nueva condición. Si quiere ahora usar tutĆŗ y competir en la liga de patinaje artĆstico en la categorĆa de Ā«liviana como un colibrĆĀ», que lo haga…Ā
En Inglaterra, un violador fue trasladado a una cĆ”rcel de mujeres luego de declararse transgĆ©nero. Poco tiempo aguantó su condición femenina pues habiendo llevado consigo sus atributos, no dudó en usarlos para abusar de varias presasā¦
Sergio Lazarovich, contrario a que las mujeres se jubilen antes que los hombres, hizo lo Ćŗnico razonable que se puede hacer con esta ley grotesca
En la Argentina queda en pie, vaya uno a saber por quĆ©, una desigualdad : la ley reconoce a las mujeres el beneficio jubilatorio a los sesenta, cinco aƱos antes que a los varones. Ello provocó el enojo de donĀ SergioĀ Lazarovich segĆŗn quien los hombres Ā«no deberĆan obtener la jubilación despuĆ©s que las mujeresĀ».
Ni lerdo, ni perezoso, se rebautizó Sergia apenas cumplidos los 59 e inició los trĆ”mites jubilatorios a los 60… cosa que causó al principio las iras del fisco, āadministración empleadora de Sergiaā, porque no se puede tolerar el fraude a la ley, y sus compaƱeros decĆan que habĆa estado casado con dos mujeres (sucesivamente) y que su cambio de sexo era para conseguir ventaja jubilatoria.
Pero la ley no puede ser oscurantista y nada prevé contra quienes quieren ser mujeres conservando su admiración con el bello sexo, de modo que la jubilación fue concedida.
DifĆcil habrĆa sido probar que su autopercepción no era sincera, y Sergia, que tiene claros sus derechos y sabe que a nadie debe explicación ninguna, hizo lo Ćŗnico razonable con esta ley grotesca: Ā”pasĆ”rsela por el c⦠(salva sea la parte)!