Ahora que se ha puesto de moda hablar de la injerencia de Elon Musk, a mí me viene a la cabeza la injerencia de Open Arms. Ya sé que no es lo mismo, pero todavía recuerdo un Salvados que le dedicó Jordi Évole el 16 de octubre del 2016.
Estrenaba temporada y los de La Sexta se embarcaron en el Astral, el velero de la ONG de Óscar Camps. La verdad es que nunca he sabido de dónde saca tanto dinero. Lo bueno fue al final. Cuando a uno de los tripulantes se le escapó, sin quererlo, cómo ayudan a los traficantes de personas. «Los sueltan, los esperan aquí y saben que vendremos», reconoció. Hasta admitió que, en el fondo, «les hacemos la vida más sencilla a los traficantes».
La labor de Open Arms les permitía reutilizar la barcaza y hacer más viajes al día. De «130 o 150 personas cada uno», explicaba. Los rescatados «llevan el mismo Iphone que tú», añadía. Sólo tenían que abandonar la embarcación a 18 millas de la costa —ya en aguas internacionales— y hacer una llamada a la ONG.
Al final, el propio Jordi Évole le preguntaba: «¿Ahora qué va a pasar con estas personas?». Y el fundador de Open Arms contestaba: «No nos toca pensar ahora en esto, estamos aquí para sacarlos del mar«. Era la frase clave. Traspasaba toda la responsabilidad al Estado.
Por supuesto, no puede morirse nadie en medio del Mediterráneo. Ni en el Atlántico, ahora que la vía canaria está en pleno auge gracias a la inoperancia del gobierno de Pedro Sánchez. La inmigración es un drama humano. Pero yo obligaría a las ONGs a hacerse cargo después de los rescatados. A ver qué pasa. Porque lo que hacen también es injerencia. El control de las fronteras exteriores de la Unión Europea no puede dejarse en manos de organizaciones no gubernamentales. O, en caso contrario, nos volveremos todos euroescépticos.
Todo esto, como decía, fue hace casi diez años. Imaginen la cantidad de gente que ha llegado desde entonces.
De esto sabe más el colega Rubén Pulido que yo, pero es evidente que, si no hay expulsión en caliente, todos los que llegan, se quedan. Basta ver las colas de embarque en aeropuertos de Canarias. Sin que, por cierto, ni el PSOE ni el PP —el principal partido de la oposición— hayan hecho nadie para evitarlo. Los unos por principios ideológicos o porque, me temo, creen que es un caladero de votos en el futuro. Se equivocan. Los otros por miedo al qué dirán.
Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que la Ley de Extranjería es un colador. En España no hay política de inmigración, sino de reparto de los recién llegados. Luego se escandalizan de que gane Trump, Alternativa por Alemania o el FPÖ.
Pero, en realidad, la izquierda ha abandonado a sus votantes. Son ellos los que viven en barrios populares con cada vez más población extranjera. Y, en algunos casos, problemas de convivencia o incluso de inseguridad ciudadana.
No es lo mismo vivir en Vallecas que en Galapagar. Hasta Puigdemont se fue a vivir a Waterloo. Que no es Molenbeek, el barrio magrebí de Bruselas. Por algo será. Que fácil es ser solidario con la inmigración cuando vives en una zona pija.