Decía Nietzsche que la democratización de Europa engendraría su propia tiranía. La Europa actual habla de las cosas como una democracia, pero las decide como una lejana tiranía. Sus tiranos son burócratas que hablan inglés con acento alemán, como los malos de las películas.
Los agricultores se quejaron siempre del lobo, pero ¿quiénes son los agricultores? Ceder a sus demandas sería populista. ¿No lo es siempre hablar de primera mano? ¿Y qué dicen los expertos? ¿Quién, que no tenga sesgos, ha visto un lobo de cerca?
Pero la realidad a veces es capaz de ponerse en contacto con un jerarca de Bruselas. No puede un ciudadano, pero sí pudo un lobo: el lobo GW950m, nombre de lobo biónico, de criatura futurista, descuartizó a Dolly, el poni de Ursula Von der Leyen, y esto animó a plantear un cambio en la regulación. El poni es lo que más cerca está del unicornio. Es un animal ideal que recorre el arcoíris y se las tuvo que ver con los colmillos de GW950, un Cujo terrible, el perro asesino de Stephen King. Del ensueño al terror.
El alcalde de Nueva York, Eric Adams, ha pedido estos días a su gobierno que controle de una vez el flujo migratorio. Los 11.000 inmigrantes al mes no pueden ser absorbidos por la ciudad y —anticipa él— Nueva York cambiará para siempre. Dejará de ser Nueva York.
Que España se convierta en otra cosa no les conmueve, pero ¿podrán los progresistas oficiales españoles, que se van allí a hacer de personajes de Woody Allen, soportar que Nueva York ya no sea Nueva York?
Adams es demócrata, pero ha sido llegar la inmigración a las puertas de Broadway y decir cosas republicanas. Cosas incluso trumpianas: controlen la inmigración por la frontera sur. Esto es in-sos-te-ni-ble.
Las masas universales ya se acercan a Manhattan. Los neoyorquinos empezarán a notar cambios en sus calles, en sus servicios públicos. Y el lobo ya ronda la finca sajona de Von der Leyen. Salta el cerco. Sus ponis se estremecen de temor y los churumbeles Von der Leyen tienen pesadillas lupinas. Por tanto, ya existen: existe la inmigración desordenada y existe el lobo.
Von der Leyen no tenía nada contra el lobo, pero seguro que ahora quiere que el lobo baje a la ciudad con contrato de trabajo: el lobo del turrón, el lobo que asusta a Caperucita en la Gran Vía, el lobo que hace de extra en las películas de hombre-lobo…
El alcalde de Nueva York estaba encantado con la simbología que convertía la Estatua de la Libertad en faro atractivo de la emigración mundial, pero ya empieza a poner matices. ¿Y si la libertad de la estatua no se refiriera exactamente a la libertad universal de invadir Nueva York?
Una ciudad que soporta anualmente a los turistas españoles, aviones enteros de campechanía, que llegó a soportar el peso intelectual de Muñoz Molina y Elvira Lindo, quizás no pueda con once mil inmigrantes mensuales.
La cuestión del momento es qué se protege y a quién. Como conceptos puros, el lobo y la inmigración deben existir. Son maravillosos. Cuando toman forma real, eso sí, hay que reconsiderar el asunto. Vistos de cerca ya hacen «fascista» a cualquiera.