Alarma en todos los ecosistemas. Revuelo entre gorriones, trigueros y jilgueros. Corros de abubillas con caras largas y cresta caída. Picotazos cómplices entre abejas, mosquitos, y arañas. Insomnio en las ovejas. Se atrincheran las hormigas. El erizo, echo un manojo de nervios, le ha pinchado sin querer un huevo al cabrito, y ha tenido que suplicar clemencia. Conejos buscando desesperadamente cazuelas. Sorprendente mutismo en las toperas. Murciélagos suicidas chocan en el aire y caen groguis. Desconcierto, pánico y apocalipsis en el mundo rural. Se acercan al campo los ecologistas acompañados por las comitivas fúnebres entrajetadas de Bruselas. Vienen con una ley para restaurar la naturaleza. Y hasta las gallinas se están organizando para hacerles frente a picotazo limpio. Nada causa más miedo a animal del campo que un político verde.
Hoy los pijos enmoquetados de la Eurocámara votan la Ley de la Restauración de la Naturaleza, y una mayoría de políticos y mandatarios de diversa consideración parecen dispuestos a aprobarla, en contra del criterio de las personas que realmente viven desde hace siglos en contacto y unión con esa naturaleza, los agricultores, ganaderos, y pescadores. Con la norma, aseguran que van a restaurar el 20% de los ecosistemas dañados para 2030, y el 50% para 2050. Un ecosistema dañado es, según los expertos verdes pero rojos, un lugar que se haya degradado desde su condición original, como por ejemplo la Eurocámara. No obstante, la Ley de la Restauración de la Naturaleza no contempla actuaciones en Estrasburgo, por más que hay infinitas especies invasoras, culo en escaño, fagocitando la prosperidad de Europa.
Además, me dicen mis informadores que la calidad ecológica del río Ill en las inmediaciones del Parlamento es lamentable, gracias a las canalizaciones; si bien hay que reconocer que a los eurodiputados les quedan monísimas las fotos de Instagram con los canales de fondo. De modo que no creo que haya nada que restaurar ahí.
La UE fue primero Comunidad Económica Europea, porque por entonces todavía a alguien en Europa la importaba lo más mínimo el desarrollo económico de los ciudadanos y sus naciones. Hoy los miles de afectados por la locura de esta ley claman en el desierto tratando de explicar a los socialdemócratas, comunistas e iluminados varios de Bruselas que la implementación de estas medidas radicales reduce su capacidad de producción, lo que provocará que Europa sea aún más dependiente de las importaciones procedentes de países que, por cierto –como diría Ancelotti-, se pasan por el forro del huerto de los pepinos las medidas de protección medioambiental de los europeos. Buen momento para recordar que los dos grandes países impulsores del voto a favor de la ley son la España de Sánchez y la Francia de Macron. Por tomar nota para cuando el 23 de julio llegue el momento de dar luz verde a la Ley de Restauración del Gobierno.
Hoy Europa importa ya el 70% de los productos del mar que consume, con la Ley de Restauración el porcentaje será mucho más alto. Pronto será más fácil encontrar en el supermercado anchoas del desierto de Gobi de Mongolia que del Cantábrico. Con asombrosa desvergüenza se anuncian los beneficios a largo plazo de la ley pero sólo se ha hecho un estudio de impacto ambiental, nadie ha reparado en el impacto socieconómico de las gentes del campo. Y lo hacen ahora, en plena crisis global del rural, de inflación, de leyes ambientalistas desquiciadas y ruinosas. Tienen suerte de que todavía no les hayan llenado de estiércol y alfalfa la sede de Estrasburgo. Más de uno se pondría a pastar con alegría.
La idea de esta inmensa y carísima utopía verde consiste en la regeneración global de ecosistemas, devolviendo casi la mitad de ellos a como estaban «en origen», que supongo que se refiere al momento en que Dios «creó el cielo y la tierra». Ocurre que en el Génesis Dios puso a disposición del hombre toda la Creación: «Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra». Y añadió: «Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento”», exceptuando a los hombres, que todo tuvo que explicarlo el Señor.
Así, la tradición cristiana que fundó Europa y Occidente solía señalar que Dios puso la naturaleza a disposición del hombre. Hoy cuatro locos en Estrasburgo pretenden legislar que sea la naturaleza la que disponga del hombre. Pero no de todos los hombres, sino solo de un tipo: la gente sencilla del campo, de la agricultura y de la pesca. Que nadie se va a presentar en la Eurocámara a plantarle un gladiolo en el escaño a algún eurodiputado socialista español o francés, emplazándole a buscarse otro trabajo para no entorpecer la recuperación del ecosistema del Parlamento. Que son burros pero no tontos.