«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
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La masía

29 de agosto de 2024

El pasado febrero, el sueño de mi esposa y el mío (comprarnos una finca en el campo,  concretamente en la provincia de Tarragona, en el Alt Camp) se convirtió en realidad. Allí es donde tengo mis raíces.

Claro que ver cumplido ese sueño no sale gratis ni es barato, hace falta dinero y que otra familia venda el sueño de su vida, normalmente porque tiene una edad avanzada y ninguno de los suyos quiere seguir participando del sueño familiar. Y en el poco tiempo transcurrido desde febrero he podido intuir y aprender que el campo educa el temple, los tiempos, la paciencia, el agradecimiento, el sacrificio, la generosidad y la humildad. Ahora entiendo muchas cosas de mis abuelos.

En primavera, y no antes, puedes salir a buscar espárragos trigueros por el campo. Si los quieres antes, los compras, no tan buenos y pagando que es gerundio. Pero en primavera, cuando aparecen, ni salen tantos como quisieras ni duran el tiempo que quisieras. Puede que después de un paseo de dos horas hayas conseguido los suficientes para preparar una suculenta tortilla o un revuelto jugoso y exquisito . Y eso sólo hasta que llega el verano, luego habrá que esperar muchos meses antes de ver aparecer de nuevo sus cabezas por encima de las esparragueras.

Cuando llega san Juan ya están maduras algunas peras, y puedes preparar una rica mermelada, no sin antes un laborioso trabajo de recogida, pelado y troceado de la fruta, que lleva su tiempo, como todo. Luego sigue el trabajo entre los pucheros hasta conseguir esa delicia que endulza nuestros desayunos. Todo este trabajo en el campo y en la cocina te regala un pequeño tarro de mermelada, no mucho más.

En verano aparecen las moras, con las que también puedes preparar una rica mermelada, no sin antes acabar con las manos llenas de pinchos y rasguños. Primero tienes que encontrarlas, sólo coges las que están en buen estado, que no son todas ni la mayoría. Después de una tarde de picaduras de insectos, pinchazos, rasguños y rastreo hay que esperar otro día para que la maceración saque lo mejor de ellas. Después, de nuevo a los pucheros para conseguir un tarro a modo de degustación.

El tomillo, si lo encuentras, necesitas dejarlo secar y luego ya puedes preparar una rica sopa no sin antes pasar un buen rato en la cocina.

Si quieres huevos, primero tienes que preparar un buen gallinero a prueba de bestias, y luego, cuando tienes gallinas, tendrás que esperar hasta que comiencen a poner huevos. Pero claro, a veces las gallinas se vuelven cluecas y les da por interrumpir la puesta de huevos. Y empiezas a tener menos de los que esperabas. Cuando por fin tienes los que querías porque la clueca, mira por dónde, ha dejado de serlo, llega un perro y asesina vilmente a tus gallinas y vuelves a quedarte sin huevos. Necesitas entonces más tiempo y más dinero para convertir el gallinero en un fortín y esperar que las nuevas gallinas empiecen a cumplir con su obligación. Y esto sucede justo en verano, cuando más necesitas los huevos.

Para poder preparar una rica leche de avellanas tienes que castigar la espalda para recoger las necesarias —que no son pocas—, luego abrirlas una a una, que lleva su tiempo, y antes de preparar la leche dejar las avellanas en remojo doce horas. Después de filtrar la leche, y todo el trabajo que te ha acarreado, ni se te ocurre tirar las sobras a la basura, así que preparas una rica crema de cacao con avellanas también para el desayuno.

Si quieres preparar una deliciosa leche de almendras tienes que batirte en duelo con el almendro, molerlo a palos, castigar la espalda, las uñas, poner a secar las almendras al sol durante algunos días y luego pelar, remojar, triturar, colar y ya al final, y no antes, disfrutar de una discreta cantidad de leche o de unas pocas almendras fritas para el aperitivo.

Para el aceite o las aceitunas tienes que rezar para que sea un buen año y, en octubre, ponerte a muñir todos los olivos que tengas en la finca, cosa que te ocupará varias jornadas. Porque un sólo olivo hermoso puede tener entretenidas a dos personas media mañana. Y luego, cuando decides aliñarlas, tienes que cambiarles el agua durante tres semanas o un mes, después preparar la salmuera, las hierbas aromáticas y esperar  tres o cuatro meses, cuando las aceitunas estarán en su punto, si has acertado la preparación, claro, como todo. Ocurre lo mismo que la paella, que preparándola igual, siempre queda diferente.

El campo te obliga a respetar sus tiempos, a aceptar con gratitud lo que quiere darte, a compartirlo generosamente porque también tú lo has recibido generosamente, te enseña que para llegar a la cima hay que caminar por cañadas oscuras que violentan tu cuerpo y tu resistencia física (no pruebas la mermelada con las manos inmaculadas sino magulladas).

Además, el campo me está educando en la humildad, porque aquí yo soy el nieto de Siscu, que compuso el himno de la Colla Vella dels Xiquets de Valls —la mejor colla castellera del mundo—, soy primo de Ceci —la mejor enxaneta del siglo XX—, también de la Colla Vella, y soy Vives de Ca’l Cirera. Aquí soy porque otros han sido, y han sido importantes, y esto a la vez que educa la humildad es también gran motivo de orgullo.

Todo esto es lo que nos está regalando este sueño hecho realidad en el campo, en este bonito campo de Tarragona, tan cerca de Valls, en medio del bosque, donde bisabuelos, abuelos, tíos y primos han aprendido antes que yo todo lo que el campo te enseña, si estás dispuesto a aprender.

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