«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, documentalista, escritor y creativo publicitario.
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La muerte del Papa Francisco

8 de mayo de 2025

Aldous Huxley fue un verdadero profeta, que vio con  sorprendente nitidez un futuro desolador ―ahora ya presente en nuestro mundo―. 

A día de hoy, entrando en cualquier tanatorio, es más que evidente el cumplimiento de la profecía de Huxley. Por fuera diríase la casa de un futbolista, por dentro, una biblioteca municipal ―de las modernas, claro―, pero de la muerte, ni rastro.

Las salas de vela parecen salas de espera de un despacho de abogados, donde no faltan el café, las pastas y unas cómodas butacas. Alegran la vista las plantas y las flores dispuestas en espacios acristalados y luminosos. Al fondo un pequeño habitáculo donde se halla el ataúd ―habitualmente ya sellado― con el difunto. 

En ese habitáculo todo está preparado para que entres, no luches contra la incomodidad que supone ver a un muerto, y salgas lo antes posible, sin demorarte demasiado, no vaya a ser que la muerte te violente. Como si entrar a ver al muerto fuera lo menos importante, como si sólo hubiera que entrar unos segundos para hacer el check y volver rápidamente con los vivos. 

Se han vuelto tan fríos los tanatorios que, una vez más, nuestros abuelos nos ganaron por goleada. Mucho mejor velar al muerto en casa, con la familia junto a la cama del fallecido, rezando, incluso cantando, con un entrar y salir constante de familiares y amigos a quien ofrecerles un café en el salón. Esta vida es un valle de lágrimas, y la muerte, el último paso antes de conquistar la cima si hemos luchado el buen combate.

Pero claro, si no hay cima, mejor sería no pasar por el trance de la muerte. Pero como eso se ha demostrado imposible, pensar en la muerte se ha convertido para muchos en un tormento.

Por eso ocultar la muerte tiene mucho que ver con una visión de ella para nada cristiana. Y doy gracias a Dios de haber vivido con alegría la muerte de alguno de mis familiares, especialmente la de mi abuela, velando el cuerpo en su casa, en la que de niños habíamos aprendido a jugar, a rezar y a disfrutar de la familia.

Por eso creo que la muerte del Papa Francisco ha sido una gran catequesis ofrecida al mundo entero. Lejos de hurtar el cuerpo a la vista de la gente, se mostró no sólo a los miles de fieles que acudieron a rezar ante su féretro, sino también a todos cuantos quisieron verlo a través de las pantallas. 

Su casa fue la Iglesia, y en su casa estuvo de cuerpo presente no uno sino tres días. 

Por un tiempo la muerte ocupó el lugar preferente, un cuerpo sin vida fue el protagonista, cuerpo que nos recuerda que somos vulnerables y que el sufrimiento es nuestro compañero más fiel a lo largo de la vida. Un cuerpo que, igual que Huxley, nos profetiza cuál va a ser nuestro destino. 

Y por ello conviene no sólo no ocultar la muerte sino hacerla más visible, para que, cuando nos llegue el momento de pasar de este mundo a la vida eterna, lo hagamos debidamente preparados.

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