La tragedia de España no es la maldad de sus enemigos sino la estupidez de sus amigos. En el país que aprendió a divertirse con Miliki y los payasos de la tele, escuchar en el Congreso a Rufián, ese madrileño de adopción, adorador de pinganillos, es casi una luz de esperanza. Allá donde uno se preguntaba por Don Pepito y Don José, el de ERC canturrea una letanía de sandeces con la satisfacción en las carnes de pasar a la historia como orador satírico —por más que la empresa al final le quede grande— porque tiene cierto talento para el cachondeo, pero se le huele en la tinta que le faltan lecturas. Tener a Rufián de enemigo de la nación proporciona al conflicto un tono amable, como de día de feria, de teatro de hippies en la esquina de la peatonal, de anécdota de puticlub de un Tito Berni cualquiera pasado de whiskys. Nada. Flusflús.
El «vaya usted a la mierda» de Vox, escenificado en la montaña de pinganillos calientes sobre el escaño del presidente ausente, fue la única nota digna y popular de unas horas en el Congreso que no pasarán a la historia, pero que, de hacerlo, serán recordadas entre el sainete de Don Ramón de la Cruz y la tragedia griega de Eurípides. Mientras algún idiota en trance de unos y ceros todavía balbucea mecánicamente «esto lo hacen para no hablar de la inflación», se escenifica en el Congreso la venta del alma de España a los buitres nacionalistas, todo para que Sánchez pueda seguir haciendo la bomba en la piscina de La Mareta cada verano.
Había esperanzas en que el otro partido de la oposición tuviera esta vez un maldito plan para cortarles los pinganillos a Sus Señorías; depositar el cacharrito inmediatamente después de que lo hiciera Santi Abascal habría sido lo más acertado, pero viven obsesionados con que el seguidismo provoca cáncer electoral. De modo que todos esperábamos que al menos tuvieran un plan. Y ciertamente —mis fuentes no mienten— lo tenían, por más que no fuera demasiado brillante, como casi todos sus pasos desde hace 60 días. Quizá por eso nadie me sabe explicar bien el arrobo de estupidez que sacudió en cuerpo y alma a Semper, poseído por su peor versión, dinamitando la presunta estrategia del PP, y situando al bloque popular del lado de los amigos estúpidos de la nación, porque no les alcanza como para estar entre los enemigos acérrimos.
Si has de elegir un día para presumir de que sabes hablar vascuence, dispones de puñados, montañas, decenas, cientos de ellos incluso, porque te servían todos los del año, todos menos el pasado martes, por mucho que te hayas pasado toda la noche ensayando eso que sonaba tan bien en tu cabeza —que tal vez fuera eco—. En todo caso, no sería justo cargarle en exclusiva a Borja Semper la responsabilidad de actuar como actuaría Borja Semper en idéntica situación, sino que debe rendir cuentas quien decide que ese es el lugar donde mejor puede exhibir sus interminables encantos y exorbitantes talentos el de Irún.
El último circo del Congreso no fue más que una eficaz estrategia para el avance imparable del descrédito de la clase política. Y lo siguiente que asoma es la infinita mediocridad de políticos y analistas partidarios del pinganillo, no del que cuelga sino del colgante, que creen que lo del martes tuvo algo que ver con las lenguas, la cultura, la diversidad, la tolerancia, y no sé qué otras conquistas se celebraron en el bando sanchista, como si hubieran abolido la esclavitud. La mitad de los que trataron de exhibir en la tribuna sus enormes dominios de sus lenguas regionales naufragaron con su gramática incluso con mayor prontitud que cuando intentan rebuznar en español. Y todo para evitar admitir la realidad: que Sánchez accede a esto sólo porque está intercambiando cromos a la desesperada con tiranillos de taifa de diferente consideración para tratar de completar el álbum de la investidura antes de que acabe la temporada. Ni le interesan, ni le importan lo más mínimo las lenguas, la cultura, la diversidad o la tolerancia.
Pero hay más, porque tampoco a los héroes de pueblo que acudieron ataviados con sus galas intelectuales regionales para realzar su nacionalismo les importa una mierda su cultura, su gente o su idioma local; cada día son más conscientes de que viven, respiran, y sobre todo cobran, en virtud de simular un conflicto con España, con el español, y con el Rey Felipe VI, como parte de un negocio en el que necesitan ser la víctima constante, el muerto en todos los entierros, y la novia en cada una de las bodas, con permiso de la Yoli.
La diferencia es que de ellos no esperas nada. De los de Verano azul, buen guion, grandes actores, al menos esperas que sepan interpretar bien su sencillo papel de no molestar a la oposición cuando se está oponiendo.