En algunos análisis del voto por renta empezó a verse algo ayer. El llamado bloque de la derecha obtenía la mayoría de sus votos en zonas del 20% más pobre. La izquierda obtenía sus mejores resultados entre el tercio de renta media más alta.
Con el margen de error por lo apresurado del análisis (la «desviacion Michavila» permite mucha holgura ya), esto apoya una intuición cada vez más fuerte: ¿qué es esta izquierda que se dice orgullosamente izquierda?
Desalojados Iglesias y su bronco lirismo barrial y obrerista, el PSOE ha construido una alianza heterogénea.
El PSOE acaudilla segmentos propios de extracción de renta. Grupos amorrados al Estado bajo el relato común de la exaltación de Lo Público (dador de sentido al maltrato fiscal), el antifranquismo y la repetición de la Guerra Civil diaria, simbólica y eterna.
Luego está Sumar, que es nuestro woke: LGTBI y feminismo trans, ecoambientalismo y una izquierda urbana destinada a paliar las tensiones psicológicas de la modernidad con Más Madrid y sus propuestas ‘prozaicas’. Ya no es «asaltar los cielos» sino medicarse por la resignación de no vivir en Malasaña.
La problematización, por tanto, del medio ambiente, del aire, del sol, de la sexualidad, de la movilidad y la patologización de la tristeza y la ansiedad.
Y a este nuevo batiburrilo sonriente se añaden los separatistas oligárquicos y oligarquizantes de País Vasco y Cataluña. También sonrientes. ¿No tienen pinta de concursantes del Pasapalabra?
Esa alianza necesita un enemigo común porque tampoco es que tenga un pegamento tan fuerte. Si rascamos vemos que las feministas clásicas están hartas del poder que tienen los gais que quieren ser papás alquilando vientres o de los señores que asaltan lo femenino como nuevo privilegio trans.
Esa alianza necesita un enemigo común para darle sentido y para que el madrileño urbanita mire a otro lado o piense en otra cosa cuando al ir al Primavera Sound detecte una hostilidad ambiental de rasgos supremacistas. Ese enemigo común es el ‘hombre fascista’, y es aquí donde aparece el PP y donde su ‘error’ se aprecia mejor porque lo que hizo el PP en esta campaña fue validarlo, confirmarlo, no discutirlo. Fue certificar la existencia de este enemigo: el fascista, lo ultra de Vox. Algunos, muy cucos, no decían Vox, quizás, pero sí «ciertos sectores de Vox», el «lado más fuerte de Vox», o «discursos de Abascal». Ese era su matiz. Lo de Losantos con Buxadé.
El PP tiene especial delito en esto al haber sido víctima alguna vez, pues no hace muchos ellos fueron los ‘fascistas’. Pero el PP le ha puesto ahora el sello de aprobación a la construcción de ese enemigo, y lo ha hecho con todo su poder mediático, que aun lo tiene. El PSOE y su apéndice almodovariano Sumar tienen el cine, la cultura, la narrativa y el periodismo prestigiado (entre otras cosas, cómicamente, por una derecha ‘liberal’ que ha convertido en razón de ser ese refrendo), el cine, las series, la publicidad y gran parte de las televisiones, donde el PP puede salir pero solo aceptando el marco fundamental. Como Margallo en la SER: no discutimos nada del encuadre (entrar en la SER tiene algo simbólico, test básico de idoneidad). Gloriosos los papelones de Feijoo o Semper estas semanas en cuanto salía una cuestión moral o cultural. Qué balbuceos, qué miedo cerval a ser tomados-por.
Aun así, el PP conserva algo en las televisiones: tramos de Pablo Motos, Ana Rosa, instantes de Vallés, y además tiene las tertulias de COPE, ratos de Onda Cero, los monólogos losantianos de Esradio y tiene la prensa: El Mundo, ABC, La Razón (las elecciones las gana Atresmedia) y los digitales. Lo fundamental lo tiene el PSOE, pero el PP tiene bastante y puso todo eso al servicio de la mentira demonizadora de Vox, a lo que añadió la martingala del voto útil. Pero son dos cosas: la instrucción interna del voto útil dirigida a la derecha (traducción: deje sus votos al señorito), y ese otro efecto validador del enemigo común que tertulianos y periodistas con nombres y apellidos realizaron durante meses.
El PP ungió o bendijo en cierto modo esa amenaza ‘fascista’ que además reedita y extiende a nivel nacional un esquema propio de Cataluña y País Vasco que el PP debiera conocer bien: el español como fascista. Porque eso supone la demonización absoluta de Vox pasado un lustro del golpe catalán: el españolismo reactivo queda desactivado por fascista o ultraderechista. La alianza y homologación del PSOE con ERC y Bildu tienen el efecto de extender a toda España el modo de funcionamiento en Cataluña y País Vasco. Se validan y regularizan discursos, caras, tics, presencias del radicalismo separatista y, a la vez, se extiende a toda España el cordón sanitario.
Esto es lo que hay que agradecerle al PP y a su cámara de resonancia periodística. Haber contribuido a generaliza en España el ‘apartheid’ político del ‘españolista’ en estas regiones. Ha legitimado en toda España el cordón sanitario y la identidad españolista=fascista. De este modo, no solo no se ha actuado sobre Cataluña tras 2017, sino que se ha ‘exportado’ al resto de España unas formas y un esquema. Es asombroso. Esto es asombroso. ¡Por eso Puigdemont es, seis años después, ‘clave de gobernabilidad’!
Esto es lo más escandaloso. La política del voto útil, que va después y ha imposibilitado la optimización de escaños, es algo secundario, posterior, técnico. El daño enorme y la responsabilidad histórica está en lo anterior.
Ahora, años después, sabemos con certeza que media España estaría encantada de darle a Puigdemont lo que pidiera. Esa alianza ya no es tan frankentein. Se ha ido ensamblando y normalizando. Matute, Rufián son parte del star system. ¿Por qué no Puigdemont? El elemento woke une: los derechos, el LGTBI, lo trans, las formas de identidad minorizadas son como el ‘soma’ tranquilizador que esa izquierda recibe a cambio de las cesiones al separatismo o de ajustes como la caída tremenda del salario real. La globalización y federalización se regarán con soma de derechos.
Por tanto, esa alianza zapaterina que Sánchez actualiza, desarrolla y naturaliza en los medios tiene dos cosas: lo woke/ideológico como narcótico y bandera legitimadora y el ‘antifascismo’ como enemigo común pivotante. Bien, las dos cosas las ha certificado el PP. Es decir: han validado los dos elementos que cohesionan y dan sentido a la coalición rival. Esto lo ha hecho el PP y su terrorífica (porque es de terror) esfera periodística, el gran y primer problema político del país, opiáceo de 8 millones de votos, con el que Vox no debería coincidir ni para heredar. O de otro modo: el mundo centroPP es partícipe también de la alianza Frankenstein por darle sentido, comprensión, afirmación. No son Frankenstein, pero son la novia de Frankenstein, quizás.