«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Carlos Marín-Blázquez (Cieza, 1969) es profesor de literatura, escritor y columnista. Ha publicado hasta la fecha dos libros de aforismos ('Fragmentos y Contramundo'), un volumen de relatos ('El equilibrio de las cosas') y una recopilación de artículos ('Una escala humana'). Su último libro es 'Arraigo', un ensayo publicado por CEU Ediciones y que obtuvo un accésit en la segunda edición del Premio Sapientia Cordis. Periódicamente, sus columnas aparecen en diversos medios digitales.
Carlos Marín-Blázquez (Cieza, 1969) es profesor de literatura, escritor y columnista. Ha publicado hasta la fecha dos libros de aforismos ('Fragmentos y Contramundo'), un volumen de relatos ('El equilibrio de las cosas') y una recopilación de artículos ('Una escala humana'). Su último libro es 'Arraigo', un ensayo publicado por CEU Ediciones y que obtuvo un accésit en la segunda edición del Premio Sapientia Cordis. Periódicamente, sus columnas aparecen en diversos medios digitales.

La orilla peligrosa

13 de junio de 2025

Al comienzo del número monográfico que la revista Razón Española le dedica a la persona y la obra de Dalmacio Negro, su director, Óscar Rivas, apunta el rasgo que definió, entre todos, la trayectoria vital de quien ha sido el pensador político más importante de los últimos tiempos en España: su querencia por el peligro. Pero en el profesor Negro la predilección por la idea arriesgada no respondía a la búsqueda de un excentricismo deliberado. Era, sencillamente, el correlato inevitable a su compromiso con la verdad. En su tarea se consagró, con ese estilo carente de engalanamientos que su discípulo Jerónimo Molina describe como «literariamente despojado», a la dilucidación minuciosa de los conceptos que vertebran la historia de las ideas políticas y, al hacerlo, se situó, seguramente sin pretenderlo, en lo que Rivas denomina “la orilla peligrosa”. 

Pero, ¿acaso no es el destino de todo pensador riguroso merecer el oprobio de la sospecha colectiva, la condena de un cierto exilio interior? Depende. Cuando una sociedad se asienta sobre principios morales sólidos, la labor de pensar la realidad no debe acarrear excesivos riesgos. El hombre de ideas ocupa un lugar prominente en la jerarquía pública, pues se le reconoce el mérito de apuntalar con su desempeño los pilares que sostienen la vida comunitaria. 

Sin embargo, el momento que vive Europa, y muy en especial España, es de todo punto diferente. Desde hace decenios, la figura del intelectual por el que buena parte de la opinión pública se siente fascinada es aquella que, desde la comodidad de la cátedra universitaria, el púlpito televisivo o la rutilante tribuna de prensa, se dedica a la siembra de la discordia y a la destrucción del principio de realidad. No se trata, por descontado, de intelectuales en sentido estricto, es decir, de inteligencias solidarias con un sentido básico de la justicia y vigilantes con las eventuales derivas autocráticas de las oligarquías gobernantes, sino de pintorescos defensores de causas cosméticas que, actuando al dictado de la mano que les da de comer, desvían el foco de la atención mediática hacia un muestrario de asuntos en su mayor parte irrelevantes para el futuro de la sociedad, de modo que las verdaderas estructuras de poder, los ponzoñosos entramados de intereses político-financieros donde la línea que separa lo privado de lo público es apenas visible y la corrupción campa a sus anchas, permanecen al margen de todo cuestionamiento.

Este gigantesco aparato de distracción ha gozado en España de un éxito incuestionable. De hecho, no es arriesgado referirse al régimen vigente como a un auténtico Estado Cultural edificado sobre un ejército de intelectuales orgánicos cuya función esencial ha consistido en aplicar al mundo de las ideas un barniz moralista en razón del cual sólo hay un modo de pensar posible y una única ideología respetable. Sobre este páramo del pensamiento único, las cuestiones esenciales para el porvenir de nuestros hijos (el deterioro galopante de la educación y la sanidad, la extrema dificultad de acceso a la vivienda que padecen las generaciones más jóvenes, la precarización del empleo, la inmigración descontrolada o la inseguridad creciente) quedan oscurecidas gracias a la distorsión que diariamente introduce en la esfera pública esa incansable orquesta del Titanic en que se ha convertido la tropa de opinadores que monopoliza el debate.           

Dalmacio Negro consagró su vida a pensar el momento histórico que nos ha tocado y, consecuentemente, al desentrañamiento de las causas últimas que, en el terreno de las ideas políticas, nos han conducido hasta el estado de colapso actual. Libro tras libro, artículo tras artículo, acometió la descripción de los procesos culturales que desembocan en la situación terminal que vivimos, sin incurrir en énfasis apocalípticos, pero adjuntando a su cometido intelectual la denuncia firme del clima de mentira generalizada que ha acabado por estrangular el futuro de unas sociedades, las europeas, que hoy naufragan entre la imbecilidad y el nihilismo, entre la incapacidad para rebelarse contra las élites que las explotan y el suicidio demográfico.        

Fue así como Dalmacio Negro se convirtió en el habitante de esa orilla peligrosa desde la que contemplar con ánimo curioso las evoluciones de un mundo que se desmorona. Pertrechado del bagaje de su saber inmenso, nunca se cansó de avisar de que el rey sigue desnudo. El precio que pagó por ello, fuera el que fuese, no alteró un ápice su temple de hombre bueno ni su natural talante generoso y socarrón. Tanto es así que, de manera paulatina, a su alrededor se fue arracimando un pequeño pero brillante colegio de jóvenes discípulos que muy pronto se percataron de que la orilla peligrosa es la única en la que merece la pena acampar. Porque pese a los riesgos que se afrontan, pese a las incomodidades frecuentes, el menoscabo de la propia reputación y las persecuciones que decreta el aparato de la cultura inquisitorial todavía dominante, sólo allí es posible hacer de la libertad el verdadero aire que se respira.   

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