«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

La playa

29 de julio de 2022

Como gordo de prominente barriga cervecera, cuarentón canoso y con el pelo caído, primeros brotes de lorzas en los alerones, y razonablemente miope, quiero dar las gracias a la ministra de Igualdad porque por fin las playas son para todos, no solo para los guapos. Durante décadas he sufrido esos arenales llenos de bellezas tostadas por el sol, delgadísimas, rubísimas, jugando a las palas delante de mi toalla, sin un gramo de grasa chunga, con la piel como un melocotón, y con ademanes de modelo, y lo he sufrido en silencio, llorando en soledad ante el espectáculo playero fascista de las chicas bonitas detrás tras mis gafas de sol.

Recuerdo la semana pasada, cuando se me ocurrió pisar un arenal y quitarme el polo. Hacía tiempo que no sentía tanto miedo y tanto desprecio. Al quedar desnudo el primer brazo, comenzaron los rumores y abucheos. En el segundo brazo, un tipo que hacía gimnasia en la orilla me lanzó una mancuerna a la cabeza. Y al enseñar mi pobre pectoral, una instagramer que pesaba lo mismo que la pluma de un gorrión no pudo aguantarse más, corrió hacia mí, y me arañó la cara con muchísimo odio. Desde entonces me llaman El de los Gatos. Que ayer fui a mear al chiringuito y en el baño alguien había escrito “El gordo de los Gatos, fuera de esta playa”. 

En general, la campaña del Ministerio está bien. Pero, ¿quién va a repararnos a los gordos la deuda histórica que padecemos?

Y esa es otra. Que en el chiringuito, cuando entro, nace un rumor hostil. Y a la primera cerveza que pido la masa entera grita “¡a ese cachalote no le dejes mover el bigote!”. Y al segundo sorbo de la caña, cuando al fin me animo a darle un bocado a la chistorra, la gente me hace corro, y hay apuestas sobre si voy a explotar o no, que nadie se quiere perder el espectáculo, y unos me jalean para que haga dieta, y otros para que me coma también su pincho. 

Hasta la valiente toma de conciencia del Gobierno, a través del Ministerio de los que Tenemos Tara, la playa era toda uniforme y un sonrojo constante para los que somos diferentes. La discriminación más salvaje. A veces cambio de arenal, buscando otros más diversos, donde no haya este tipo de fascismo estético, pero no hay manera. Ayer improvisé en uno de surferos y naturistas, todos muy concienciados con el respeto a los animales, y cuando me tumbé en la arena me recogieron cuatro y me devolvieron al mar. Y grabaron mis primeras brazadas y subieron la historia al Instagram de WWF diciendo “Momentos emocionantes: la vuelta a casa de una ballena varada”. 

Al otro lado de la pista quedamos en total soledad los gemelos de Obelix, palidecidos por la injusta negación del amor que también merecemos

En general, la campaña del Ministerio está bien. Pero, ¿quién va a repararnos a los gordos la deuda histórica que padecemos? Necesitamos algo más que reparación, algo más que una subvención para comprar palés de Donetes, algo más que una bandera, algo más que un chiringuito. Nuestra vergüenza por esta panza cervecera no se verá aliviada hasta que se prohíban las cachondas en el arenal. Me siento insultado cuando las veo pasar, con sus bikinis de rayas, su cintura que tiene el ancho de mi dedo meñique, y esas melenas hasta donde la espalda cambia de nombre, que son el mayor de los desprecios hacia los que perdemos más pelos que un gato. 

Y qué decir de esos macho-men de gimnasio. Con sus barrigas feminizadas, la cintura de la Sirenita, y sus musculitos de pasarse el invierno dándole a la maquinaria atlética, mientras los gordos inclinamos el codo y alzamos los brazos blandiendo cucharas como vikingos. Esos pasan frente a mi toalla y su sola presencia me discrimina, me arroja de este mundo, me hace sentir anulado como ballena. 

A unas y otros urge prohibirles la entrada a la playa, obligarles a desayunar, comer y cenar cocido, y a meterse bollitos de los que no le gustan a Alberto Garzón de media mañana y de media tarde. 

Urge prohibirles la playa, sí, pero también la discoteca. Las chicas guapas, también bastante fascistas, solo se acercan a ellos, y se contonean a su alrededor, y al otro lado de la pista quedamos en total soledad los gemelos de Obelix, con nuestro cubata en una mano, nuestro Phoskitos en la otra, y palidecidos por la injusta negación del amor que también merecemos. Todo hombre tiene derecho a una muchacha bonita al lado, también los gordos. Hemos dado un gran paso. Pero queda mucho por hacer. 

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