«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

La polilla

9 de junio de 2024

A las polillas les gustan el ante y el cachemir, opina Carmen Lomana. La ropa, en cualquier caso. Por eso aparecerán entre las camisetas dobladas, o en el pliegue de una toalla. Las probabilidades de que el descubrimiento sea hecho por una mujer son más altas que las de un hombre. Reorganizando el armario o haciendo una colada que no estaba en su cuadrante —el mundo está mal hecho, cambiémoslo entre todos— ella la encontrará; aparecerá la polilla como un matasuegras o una broma pesada y el alarido romperá la paz del hogar.

-¡Aaaaaaaaggh, qué asco!

Sobresaltado, al otro lado de la casa (que a lo mejor son cinco metros más allá) un hombre saldrá de su letargo. Soltará el móvil del susto, dejando a medio leer un hilo geopolítico de Twitter. «¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?».

Así surgirá la polilla.

Madrid está llena de ellas. Es una plaga. Pero no es bíblica, sólo certifica el atractivo de la capital. El ayuntamiento ya ha dicho que no hay problema para la salud, las polillas no nos matarán. Las cosas que dan asco no figuran entre las competencias de ninguna administración y sólo queda una solución: el individuo, la iniciativa privada.

Tras el alarido, el hombre acudirá donde la mujer, que se echará en su pecho como si fuera Johnny Weissmuller. O Elsa Pataky sobre Chris Hemsworth. «¡Es una polilla. Tengo fobia. Me dan mucho asco!». Y como si hiciera de repente mucho frío, tiritando, adoptará un segundo plano definitivo.

Cuando Jünger decía que la civilización occidental depende de que el hombre salga a defender su casa con un hacha se refería también a las polillas. Cuando una aparece, con su aire de mariposa funesta y enlutada, como una flor pesadísima de polvo y oscuridad, solo queda una cosa: el hombre de la casa. Y el hombre de la casa sabe que se la juega, que afronta un combate donde solo puede quedar uno. Durante un rato, todo depende de lo que sea capaz frente al lepidóptero. Al vecino no se le puede llamar.

Podría parecerse a los toros, pero es más bien como cuando hay un incendio. La policía acordona la zona para que no se extienda el siniestro. Los civiles se ponen a cubierto y los bomberos se adentran en el infierno.

En ese momento jungeriano, el bombero agarrará la zapatilla o  se quitará la camiseta para valerse de ella como un gladiador en el combate. Una vez armado, ya es un duelo de inteligencias.

Las polillas no son muy listas, pero eso es peor porque van dándose golpes con las cosas. También con tu propia cara.

Pero no se puede gritar. Dar un gritito de asco sería terrible. Sería algo que quedaría en la memoria de todos. Como mucho se puede decir «joder, la polilla de los cojones». Nada más. Puede notarse la incomodidad, pero no el asco. El asco, agudo, irracional e histérico no puede ser tuyo.

Hay que ir a por la polilla. Sacarla de casa aunque no se quiera ir, aunque conozca los recovecos mejor que tú (en algunos casos, es exactamente así). El camino desde el armario hasta la ventana abierta se convierte en la zona de evacuación de una catástrofe. «Tú no te acerques». Lo primero es que ella esté a salvo. Y lo está. Tanto que empieza a hacer comentarios de espectadora: «La estás metiendo más»… «Así no la matas»… «Te voy a llamar Cocodrilo Dundee»… Habrá momentos de hilaridad, pero hay que aguantar.

Serán unos segundos. Quizás algún minutillo incómodo. Pero la polilla, si no consiente irse, al final podrá ser exterminada con alguna superficie (es mejor no recurrir al albornoz). Es un ser de la noche, molesto, oscuro, un poco satánico. Es como un aleteo de mierda, un insecto que da cierto repelús, pero en este momento no se nos puede notar. «¡Ya! ¡Muerta! Ya puedes venir». Y como si hubiéramos estrangulado un león, una paz profunda volverá a la sabana. Recogerás los restos sin asco, como si fuera el kétchup que queda tras la hamburguesa. Estás acostumbrado a estas cosas. Se puede confiar en ti. De repente, tienes ganas de hacer flexiones, de abrirte una cerveza, piensas, mientras te diriges a la ventana de la calle para cerrarla.

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