En 1940, Charles Maurras, ideólogo de Acción Francesa y profundamente antialemán, catalogó la ascensión al poder del Mariscal Pétain de «divine surprise». Algo de eso le ha ocurrido al votante del PSOE en la madrugá electoral. Los días previos, el simpatizante medio tuiteaba «Perro Sanxe y remontada» con el escepticismo propio de quien su clavo ardiendo es Zapatero o Tezanos.
También se encuentra de una pieza –los créditos a la ley D’Hont y a los arúspices demoscópicos de Feijoo– el votante útil de derechas. Como bien explicó el editorial de esta casa publicado tras el escrutinio (y se alertó en uno anterior a las elecciones), en determinadas circunscripciones, el voto que migra de Vox al Partido Popular para asegurar el desalojo del hortera de la Moncloa habría sido más eficaz depositado en verde.
A esta confusión se le une la clásica estrategia de diabolización asociada a cierto tipo de partidos (el caso del Frente Nacional en 2003, tras ganar la primera vuelta de las presidenciales francesas, es recordado) y que ayer denunciaba acertadamente el abogado y columnista Juan Carlos Girauta en la sede radiofónica de la escuela liberal turolense.
La izquierda ha engrasado fenomenalmente el trampantojo del fascismo, de la vuelta del franquismo y la pérdida de libertades a través de los medios afines y su correa de transmisión predilecta, el comisariado de la cultura. El Partido Popular, en un ejercicio de desprecio absoluto por su aliado natural escenificado por María Guardiola haciendo asquitos a Vox en la formación del gobierno de Extremadura y sublimado por Feijoo con guiños a don PSOE, demuestra tener poca imaginación para liderar nada. Históricamente, tiene encomendada la misión de recuperar en sus entreactos el solar en que convertían a España los diferentes gobiernos socialistas y ahora, cuando tenía la oportunidad de desmarcarse del proyecto psicopático de Sánchez y de su condición de chacha económica dentro de las familias del Régimen del 78, siente frío y secuestro emocional.
Feijoo fantasea el día después con un gobierno PP-PSOE como la piba que tras pasar por la cacerola espera un anillo. Sería el sueño de la moderación –esa antipolítica–, el clímax del centrismo mediático: la macronización de nuestra Españita.
Sémper y Calviño, al alimón, constituirían puro placer adulto para algunos. Aunque no sé cómo encajarían esto los parroquianos del SúperCor de Valdemarín. Con sus bermudas, pelazo y carbón para la barbacoa, habían apostado todo al liderazgo fuerte de Feijoo.
También es cierto que en Francia, el portamaletas jupetirino de la oligarquía –y en general toda la clase política– son más perversos y, por suerte, su preparación y malicia ni está ni se la espera entre nuestros dirigentes. No obstante, la posibilidad excitará a algunos plumillas, leeremos su petite mort ante la hipotética gobernabilidad de mayor consenso progresista jamás contada.
Los 620.000 votos que Vox ha perdido, en su mayoría en favor del falso voto útil o como consecuencia del trabajo realizado por parte de la prensa generalista, no deben eximir de la autocrítica ni del propósito de hacer llegar al votante víctima de dichos medios su verdadero programa.
En un país en el que el sistema socialdemócrata ha infestado desde hace 40 años estamentos tan cruciales como la educación, la Iglesia y la Justicia, se equivocan los que menosprecian al único partido que, con todas sus imperfecciones, defiende ideas que hoy son clave, como una cierta tendencia soberanista o la insumisión a poderes alógenos.
El otro escenario posible, con un gobierno Frankenstein reloaded formado por el PSOE e independentistas, comunistas, filoetarras, chantajistas profesionales y rufianes, valga la redundancia, nos puede hacer caer en la tentación de certificar la defunción de España como nación (aplausos liberales). No seré yo quien la venza. Sin embargo, rescato de nuevo a Maurras para alentarnos: «¡No, no se muere cuando existe una obra por hacer, cuando ante nosotros hay bienes que salvar, males que abolir, una lucha a que consagrarse y trabajo para más de medio siglo!».